Escenarios

Teoría y práctica del vodevil

17 febrero, 2012 01:00

Por estas fechas tengo entendido que iba a estar en El Alcázar La Celestina, de Gemma Cuervo, que anda cosechando laureles lejos de la metrópoli. Pero la empresa, deseando prolongar quizá el éxito que el texto de Rojas está teniendo por ahí, ha puesto en marcha un vodevil, El apagón, pensando en el tirón popular de Gabino Diego y en el nombre de Peter Shaffer, autor de Equus; aunque no creo que este título ejemplar ni Peter Shaffer les diga nada a los que ahora llenan El Alcázar. Con este simple dato, la taquilla, es muy probable que la empresa haya acertado, aunque nada demuestra que La Celestina no pudiera llenar también.

El apagón tiene todos los elementos necesarios para la carcajada, que es la mejor forma de no pararse a pensar: puertas que se abren y se cierran, equívocos previsibles, un par de chicas monas, un don Juan pillado en sus propias trampas y un final que es el esperado. No estoy muy seguro de que la risa y la carcajada sea el primer síntoma de inteligencia del ser humano.

En piezas como El apagón la carcajada es una especie de liberación, de catarsis purificadora, que pertenece al campo sensorial del hombre, más que al ámbito de la inteligencia. En el patio de butacas se expande una corriente liberadora de preocupaciones y problemas a costa de los enredos y de unos personajes metidos de embrollo en embrollo. Esta comedia disparatada tiene, sin embargo, algo que la diferencia del resto de vodeviles que yo haya visto: la teoría de la inmersión; el público ve, por antítesis, lo que los personajes ven en el escenario: las tinieblas son luz y la luz son tinieblas. O sea, el apagón; lo cual complica mucho más las cosas.