Un momento de la representación de Los últimos días de Judas Iscariote.

Desde el próximo 21 de marzo y hasta el 8 de abril, la Sala 1 del Matadero se convierte en la corte penal donde se va a dirimir el destino final del hombre que, según la Biblia, traicionó a Jesucristo. Los últimos días de Judas Iscariote, montaje de la compañía Theatre for the People a partir del texto del autor norteamericano Stephen Aldy Guirgis, ha sido traducido, adaptado y dirigido por el neoyorquino afincado en Madrid Adán Black.



La obra sitúa la acción en un lugar llamado Esperanza y plantea un juicio en el que se defiende y fiscaliza la condenación eterna de Judas Iscariote. La vista oral, en la que comparecen personajes como Teresa de Calcuta, Sigmund Freud, Satán o Poncio Pilatos, se combina con escenas de la vida de Judas, palabras de su madre y de otros apóstoles y hasta del mismo Jesús.



Los últimos días de Judas Iscariote, estrenada en Nueva York en 2005 con el actor Philip Seymour Hoffman como director, se sirve tanto del drama como de la comedia para plantear, con un lenguaje directo y sin concesiones a lo políticamente correcto, cuestiones como la culpa, la libertad, el amor, la espiritualidad o la responsabilidad de cada uno con sus propios actos. Es una reflexión que trata de dinamitar las bases de nuestra cultura, proponiendo a Judas como símbolo que cuestiona las ideas establecidas y, supuestamente, inamovibles.



En ella hay una madre que entierra a su hijo, un Ángel que nos recuerda que no estamos solos, una persona que elige luchar por abrir el caso de Judas Iscariote, un Fiscal que dice ser la luz de la Justicia, una Santa que habla con Dios y Dios firmando una orden. El autor quiere que vivamos en Esperanza durante dos horas. Pero Esperanza, situada en el centro de Purgatorio, ya no es una sala de espera, sino un juzgado donde el juicio a Judas Iscariote desata una batalla final por la Salvación. Cada uno de estos personajes representa las dos caras de una misma moneda. Ya no hay blanco. Ya no hay negro. Sólo gris. Y ese gris nos plantea un juego a base de preguntas, un desafío al espectador, que es, en última instancia, el que tiene todas las respuestas.