El pianista y compositor Carles Santos: Foto: Gonzalo Arroyo

La suya es una formación clásica y ortodoxa, que pasa por el Conservatorio del Liceo de Barcelona, donde realizó sus estudios, y continúa en París y Suiza con las enseñanzas de afamados maestros como Février, Casadessus, Tagliaferro, Long y Datymer. Se estrenó como pianista en 1961, interpretando en público a Bártok, aunque lo cierto es que este polifacético artista (Vinarós, Castellón, 1940) que se siente pianista antes que nada, tocaba prodigiosamente el piano a sus tiernos cinco años, y ahí llegó animado por sus padres.



Nació en una extensa familia en la que médicos y farmacéuticos coqueteaban con la pintura y la música, lo que hizo que entre todos animaran al pequeño Carles a familiarizarse con el piano. "En aquella época no era raro que los abogados y los médicos cultivaran sus aficiones artísticas con mucha seriedad (recuerda Santos). Mi padre era médico y además un buen pintor". Lo demás fue fluyendo poco a poco. "Mi formación es académica y, como soy curioso, me meto en todas las disciplinas artísticas para luego mezclarlas. Pero la música siempre ha sido el hilo conductor de mi carrera", afirma.



Primero vino la etapa de extensa y completa formación y después le llegó el turno a la exploración, en la que tuvo un papel decisivo la música de vanguardia que conoció en directo durante los años que pasó en los Estados Unidos. Allí se empapó de las avanzadas tendencias capitaneadas por John Cage, cuya influencia fue determinante en el estilo y la estética que adoptaría a partir de entonces Santos. Vendrían algo más tarde, hacia los años 70, las aproximaciones al cine de la mano de Pere Portabella, lo que configuró la polifacética personalidad artística del pianista valenciano que a partir de ese momento empezó a trabajar como compositor, intérprete, guionista e incluso realizador cinematográfico. Pero fue la relación con Joan Brossa, poeta conceptual catalán, lo que sin duda constituyó un punto de inflexión en la carrera artística de Santos. "Yo aún no había cumplido los treinta años (recuerda el pianista) y me fascinaron su sensibilidad, su particular manera de acercarse a las cosas y su apertura de miras. Tenía una inteligencia fuera de lo común, además de un criterio muy especial sobre el arte. La ventaja era que él no sabía nada de música y para ocuparme de eso ya estaba yo. Era muy intuitivo y sabía como estimularme sin dar instrucciones directas, lo que alimentó enormemente mi creatividad. Me encargó la música del Concert Irregular, que hicimos como conmemoración del 75 aniversario del nacimiento de Joan Miró".



Se confiesa metódico y disciplinado "porque un instrumento como el piano es un camino de santidad (afirma con contundencia). Te obliga a llevar vida de asceta. Hay que estar en forma por fuera y por dentro, física y emocionalmente, porque el piano lo nota todo. Sabe si has dormido poco, si estás preocupado, inestable o feliz". Arranca sus heterogéneas creaciones, que mezclan teatro con música y cine con danza, siempre por encargo, "porque yo soy enemigo del cajón, no me gusta tener obras guardadas", reconoce. Y para ello parte en primer lugar de los recursos de que dispone, como si fuera un director de cine y ése es su punto de partida en el que también cuenta de modo decisivo el saber si se trata de un concierto, una obra de teatro o un espectáculo de danza. En función de eso va afinando el discurso. "Sé que lo que hago es inclasificable, explica. Me interesan la danza, el teatro, la performance... lenguajes que en el campo de la música pueden chocar y ser novedad. Ver cosas bien iluminadas en el mundo de la música no es frecuente, mientras que en el teatro es mucho más habitual. Yo hago una mezcla de todo y lo utilizo según me convenga. Soy músico y pianista por encima de lo demás, pero estoy incrustado en el mundo del teatro". Y así ha creado el espectáculo que acaba de estrenar en el Festival Grec de Barcelona, una selección de toda la obra coral de obras teatrales donde había escenografías, actores, músicos y bailarines.



"Por suerte ahora en España se han ampliado las formas de acercarse a la música (declara Santos). Antes sólo era música clásica y música contemporánea. Ahora no, ahora hay más sensibilidades y todas ellas están menos encorsetadas. Hay muchas variantes, se hace música, teatro o lo que sea pero no de manera exclusiva, hay muchas maneras de manifestarse y eso hace que sea un buen momento para las artes y la cultura". Le gusta empezar sus jornadas de trabajo con una sesión de piano dedicada a los clásicos, recorriendo sobre todo las partituras de Bach y Chopin. "Es lo que yo llamo mirar atentamente por el retrovisor para estar al día en técnica e interpretación", comenta, "y mis vecinos están encantados porque se despiertan con un concierto diario. La tarde suelo dedicarla a la creación y la composición. Y lo de la inspiración no va conmigo. Yo más bien creo en la transpiración". Necesita tocar el piano cada día, porque si no se siente raro, y aunque su camino pueda parecer contradictorio, se siente un músico que utiliza disciplinas varias y las desparrama según le convenga. Tras su reciente estreno en el Grec recorrerá Europa con sus actuaciones y el estreno en El Escorial de El gran teatro del mundo, y alternará su gira con la primera colaboración con el grupo rockero Cabo San Roque, su primera incursión en ese registro musical. También se le espera en el Festival Temporada Alta, que este año se celebrará del 4 de octubre al 9 de diciembre.