Krystian Zimerman. Foto: Mat Hennek.
El gran pianista polaco ha cancelado en el último momento la gira por España que iba a servir de pistoletazo de salida a la temporada musical. La delicada situación de las orquestas españolas, que sortean los recortes con estoicismo e imaginación, no ha impedido la presencia en la programación de figuras internacionales. El Cultural selecciona las mejores citas del curso.
Krystian Zimerman (Zabrze,1956) se ha escapado. Voluntariamente, es verdad, pero resulta que al pianista polaco no le gustan demasiado los sobresaltos de su vida cotidiana en la dacha solitaria donde se ha establecido. Que está en Suiza y que representa un enlace logístico para desplazarse en las giras con su propio coche y su propio piano. Le aterra volar, como a Denis Bergkamp, y le desagrada intoxicarse con instrumentos diferentes al suyo. Más aún después del escarmiento que le supuso la tournée americana concebida en otoño del pasado año. Le destruyeron su Steinway en la frontera porque las autoridades interpretaron que el barniz del pianoforte disimulaba un explosivo.
Ya tendría tiempo de vengarse Zimerman. Concretamente cuando hizo un desaire al público que abarrotaba la sala Walt Disney de Los Ángeles (2009). Era su manera de protestar contra la ubicación en Polonia del escudo antimisiles de la OTAN, aunque no debe confundirse a Krystian Zimerman con un aguerrido militante ni con un activista.
El bucolismo de su existencia en una aldea de Suiza viene a interrumpirse ahora con las escapatorias de una descomunal gira europea de la que participan cuatro ciudades españolas -Oviedo (esta tarde), Pamplona (16 de septiembre), San Sebastián (17), Madrid (24)- a propósito de un homenaje a Claude Debussy. La razón estriba en que se cumplen 150 años del nacimiento del revolucionario compositor francés, aunque la concatenación de fechas y de conciertos, desmedida en comparación a la timidez de Zimerman, se explica porque el gran maestro polaco ha tenido que repescar ahora los conciertos que canceló en primavera por razones de salud.
No se trata de cuestionarlas ni de dudar de ellas maliciosamente, pero es cierto que Zimerman se ha convertido en un virtuoso de las espantás, cuando no en un exquisito redactor de partes médicos. Sirva como prueba el plantón con que castigó a los espectadores en el pasado Festival de Salzburgo.
La incertidumbre concierne a la gira española, más por los vaivenes psicosomáticos que por las garantías de sus prestaciones. Zimerman delante del piano es un acontecimiento. Hasta el extremo de que resulta legítimo plantearse si acaso el intérprete polaco puede considerarse el mayor pianista de nuestro tiempo. Juega a su favor la reciente retirada de Brendel, aunque no puede descuidarse la competencia de Pollini, Argerich o Barenboim.
Carece de sentido, en cambio, mencionar la candidatura de Lang Lang, pero sí viene a cuento aludir al estajanovista colega chino porque Zimerman ocupa un lugar de culto en las antípodas de la mercadotecnia. No tiene página web. Le han abierto una cuenta en Facebook con apenas 8.000 seguidores, abomina de cualquier tentación comercial y desespera a las casas de discos con su perfeccionismo. Quiere decirse que Zimerman ejerce el derecho a veto de sus grabaciones. O las paraliza durante años como el barbecho de las cosechas. Únicamente se aviene a divulgarlas una vez que el tiempo, la clarividencia y el trabajo han disipado las dudas.
Semejantes escrúpulos justifican los premios y la expectación de sus hitos discográficos. Zimerman aparece cuando tiene algo que decir. Y amenaza a la competencia con sus grabaciones de referencia. Fue el caso de los Conciertos para piano de Chopin, igual que pueden mencionarse sus colaboraciones con Seiji Ozawa (Rachmaninov), Simon Rattle (Brahms), Pierre Boulez (Bartók) y Leonard Bernstein (Beethoven). Tanto vale el entusiasmo para el repertorio individual. Empezando por los Preludios con que se acompaña en su homenaje a Debussy de la inminente gira ibérica. Los ha grabado con mayúsculas (para Deutsche Grammophon en 1994) y los ha interpretado en muchas ocasiones, pero Zimerman es un músico que abjura de la rutina y de la obviedad. Aprendió muy pronto a leer entre líneas, más o menos cuando el Concurso Chopin de Varsovia lo puso en boca de los asombrados colegas haciéndose acopio entonces de pronósticos mesiánicos.
Le imprimió carácter aquella victoria de 1975. Como pianista y como polaco. De hecho, su afinidad al bucolismo helvético no le ha disuadido de sus compromisos en la defensa del repertorio "nacional", más allá de las obligaciones "de oficio" con Chopin: se ha convertido en misionero de Szymanowski y de Lutoslawski, aunque la última sorpresa del catálogo patriótico tiene que ver con la compositora Grazyna Bacewicz (1909-1969). Que ganó el premio Chopin en 1949 y cuya música resuelve una de las condiciones prioritarias que Zimerman se pone delante del teclado: la libertad.
Es un pianista atípico, pero no un excéntrico ni un misántropo. Necesita escaparse, marcharse de gira, precisamente porque el concierto "en vivo y en directo" le proporciona la experiencia más sublime de la que pueda sentirse artífice. Oremus: "El concierto es uno de los últimos medios para estar juntos, flanquear a otros seres humanos, compartir emociones. Es, sobre todo, el lugar donde el arte se hace en tiempo real, guarda su parte ignota, donde el público está incluido en el acto de la creación. La interpretación es el resultado de la tensión creada en ese preciso instante por la interacción entre el artista y el público. La interpretación es como un niño: no es 'mío' ni ‘de mi mujer', sino ‘nuestro'... Son los espectadores quienes me convierten en artista".