Juan Mayorga e Ignacio García May hablan de la obra en la Resad. Foto: Sergio Enríquez-Nistal.
Juan Mayorga e Ignacio García May celebran el estreno en Tenerife de Si supiera cantar, me salvaría (El crítico) con una conversación en la que analizan, sin pelos en la lengua, el conflictivo papel del crítico en el teatro
El Autor se parece al propio Mayorga: es delgado, moreno, y lleva muy corto el cabello negro y ensortijado. Si se pusiera lentes de aro y portara una maleta de cartón, recordaría a uno de esos intelectuales judíos de entreguerras camino del exilio. El Crítico, que ni siquiera lo es, usa diversos nombres, según la ocasión. Esta vez se hará llamar J.J. Hunsecker en homenaje a un colega memorablemente peligroso. Ambos, autor y crítico, se miran entre sí con suspicacia.
Luego, todavía en silencio, se sientan con prudente distancia entre ellos. Hay en el encuentro como un aire de duelo a lo Sergio Leone. J.J. Hunsecker extrae de su chaqueta un cuadernillo y un bolígrafo, carraspea, endurece el mentón de piedra pómez y escupe la primera pregunta.
-Crítico: Hay autores, como su personaje Scarpa, que leen las críticas y reconocen que les afectan; hay otros que las leen a escondidas y luego dicen que no lo han hecho; y finalmente están los que de verdad no las leen. ¿Usted es del primer grupo, del segundo o del tercero?
-Autor: Yo intento hacer una lectura crítica de las críticas. Al crítico (como al espectador en general) no hay que obedecerlo, pero es necio no escucharlo.
-C: ¿Para qué diablos sirve un autor teatral cuando la cuarta parte de la población nacional está en paro? ¿Y un crítico?
-A: ¿Para qué sirven Las Meninas, Los hermanos Karamazov, Ladrón de bicicletas o la Sonata a Kreutzer en un mundo lleno de dolor? Necesitamos el arte (también esa forma de arte llamada crítica) para interrogar la vida y para celebrarla. Para examinar este mundo y para imaginar otros mundos.
Inteligencia y coraje
-C: ¿Cree usted que este país nuestro estaría mejor de lo que está si todos hubiéramos sido un poco más críticos (y, sobre todo, autocríticos)?-A: Ojalá alguien hubiera sido a nuestra sociedad lo que Karl Kraus a la Viena de su tiempo: un tipo con la inteligencia y el coraje necesarios para combatir los autoengaños colectivos, las corrupciones del lenguaje, la cháchara hipnotizadora.
-C: Siendo matemático y filósofo, ¿por qué cree que le llaman a este oficio "cultura" cuando resulta que está tan lleno de ignorantes?
-A: Yo prefiero fijarme en colegas ejemplares a los que me gustaría parecerme un poco. Hombres de teatro que son, al tiempo, hombres de cultura. Permita que le mencione a tres: José Sanchis Sinisterra, Josep Maria Benet i Jornet, Álvaro del Amo.
-C: Si hoy la norma es que no hay normas, ¿cómo sabemos si el crítico tiene razón o está equivocado? ¿O es que el crítico se equivoca por norma?
-A: Lo importante no es si el crítico tiene razón, sino si puede revelar sentidos de la obra que estaban ocultos para su autor. Los comentarios de Walter Benjamin a Las afinidades electivas de Goethe son un extraordinario ejemplo de lectura donde se prueba que el texto sabe cosas que su autor desconoce.
-C: ¿Cuál es la peor crítica que le han hecho en su vida? ¿Y la que más le ha hecho reír?
-A: La peor crítica me la hizo un espectador que, al acabar la función, sin saber que yo estaba delante, dijo a su mujer: "¡Pagar por esto!". Me gustaría escribir una obra titulada así: ¡Pagar por esto! Si de críticos profesionales hablamos, algunos han sido feroces conmigo. Recuerdo ahora a aquella rumana que sentenció: "Esta obra no merecía haber sido representada, no merecía haber sido traducida, no merecía haber sido escrita". Pero me hizo reír más aquella inglesa que escribió: "En el programa de mano se nos informaba de que el autor es muy apreciado en su país. Confiemos en que todo se haya perdido en la traducción".
-C: Cuando la gente habla de teatro se pone muy seria y muy digna; "estupenda", que diría Valle. Pero si la conversación gira en torno a las series Breaking Bad o Juego de tronos aparecen, automáticamente, la pasión y el entusiasmo. ¿No está aquí fallando algo?
-A: El teatro, como la vida, ha de ser pasión. Yo veo esa pasión en personas a las que le brillan los ojos cuando hablan de la Portillo en La vida es sueño o que mencionan con fervor al Alcón de Rey Lear o al Bódalo de El pato silvestre. Si yo me dedico a esto es porque teniendo dieciséis años vi a Nuria Espert en Doña Rosita la soltera, y recuerdo aquella tarde como una de las más apasionantes de mi vida.
-C: "Estoy harto de obras de teatro que tratan de teatro", dice Volodia en El crítico. ¿No cree que la endogamia ha hecho más daño al teatro que las malas críticas?
-A: El narcisismo es el pecado mortal del artista. Nuestra misión es ponernos a la escucha del mundo y devolver al mundo no su ruido, sino su poesía.
-C: Siendo usted persona racional, en sus obras se hacen referencias constantes a las criaturas irracionales: gorilas albinos, tortugas centenarias y otros animales nocturnos. ¿A qué animal se parece más el crítico? ¿Y el autor?
-A: Su pregunta me hace recordar aquellos versos de Arquíloco: "El zorro sabe muchas cosas; / el erizo sólo una, pero importante". Creo que hay críticos zorros y críticos erizos, como hay también autores zorros y autores erizos. Pero en ambos oficios también es fácil identificar canes, simios y quelónidos. Yo quisiera escribir como una manada de murciélagos, cabeza abajo.
-C: Hoy los críticos teatrales, en general, son amables y educados y mantienen una relación cordial con los otros profesionales del teatro. ¿No echa usted de menos los tiempos en que el crítico se tiraba directamente a la yugular? ¿No cree que los artistas, como los Boinas Verdes, se curten mejor cuanto más duro se vuelve el terreno?
-A: Menciona usted uno de los temas de Si supiera cantar, me salvaría: son las exigencias de Volodia las que han hecho crecer a Scarpa, pero también las que lo han llevado al borde de la renuncia. En todo caso, la exigencia crítica, en el arte y en la vida, no es incompatible con el respeto de la dignidad del criticado. Ni tampoco con el afecto entre el criticado y el crítico.
-C: Buscando citas sobre los críticos he encontrado ésta de Martha Graham: "Nunca le han levantado una estatua a un crítico". Lo he consultado y es cierto: ni siquiera ecuestre. Y ahora que lo pienso, ¿es justo esto?
-A: No es justo, pero tampoco es una gran injusticia. La mejor forma de honrar al crítico es leerlo.
La verdad no tiene precio
-C: En su obra se habla de la importancia que la Verdad tiene en el teatro y en la vida. ¿Odiar al crítico es una forma de odiar la posibilidad de que la verdad nos perturbe?-A: En el arte y en la vida hay que ser muy fuerte para reconocerse en lo que uno es, sin máscaras. Y hay que ser muy inteligente para dar hospitalidad a la crítica y hacer de ella algo bueno.
-C: Teniendo en cuenta que el crítico se limita a ir gratis a ver una obra y opinar luego sobre ella, diría que su trabajo ¿está demasiado bien pagado o demasiado mal?
-A: Una crítica bien hecha es impagable...
-C: Si un crítico, como dice el tópico, es uno que no pudo ser otra cosa porque tampoco valía para nada más, ¿qué hacemos con gente como Bernard Shaw o François Truffaut? -A: Desde luego, hay grandes artistas que han practicado la crítica. Y no hay artista que no sea, de un modo u otro, crítico.
-C: ¿Cree usted que en los teatros de Eurovegas programarán autores españoles o harán con ellos lo mismo que en el resto de teatros de la Comunidad?
-A: Sospecho que no van a invitarnos a esa fiesta, pero también que nosotros vamos a sacar partido de ella. Le propongo, para empezar, que intentemos armar un pequeño espectáculo. Un musical baratito, de sólo dos personajes: Mr. Adelson y Esperanza. En inglés.
J.J. Hunsecker parpadea ante esta última contestación. Cerrando el cuadernillo de hacer entrevistas le pide al Autor que le adelante, en confianza, algún detalle sobre esta propuesta. El Autor, al principio, se muestra un poco reticente; esta gente del teatro, ya se sabe, es supersticiosa con eso de comentar sus proyectos. Pero luego, y ante la insistencia del Crítico, empieza a explicar, primero con timidez y luego con creciente entusiasmo y abundancia de detalles, el primer acto del futuro espectáculo, incluyendo ciertos pormenores sobre el espacio escénico, las coreografías y las letras de las canciones. J.J. Hunsecker, habitualmente imperturbable, rompe a reír a carcajadas. Quizá está pensando ya en la crítica feroz que le hará al espectáculo; también puede ser que la obra le haga gracia de verdad. O acaso es que, con un tema como éste, lo único que se puede hacer es reír. Nos vamos a quedar con las ganas de saberlo.