Image: Romero Esteo, el raro forajido de la escena

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Escenarios

Romero Esteo, el raro forajido de la escena

23 noviembre, 2012 01:00

Irene Sánchez en Manual de bricolaje. Foto: Rafael Galán

Clases magistrales, libros y documentales rescatan estos días la figura del dramaturgo Miguel Romero Esteo, uno de los integrantes del llamado Nuevo Teatro Español. Además, el Círculo de Bellas Artes estrena mañana 'Manual de bricolaje' dirigido por Rafael Torán y la compañía Teatro del Gato.

Ignoro el resultado de la versión de esta obra de Miguel Romero Esteo (Montoro, Córdoba, 1930), un texto de más de 200 folios necesariamente reducido por Luis Vera para el escenario; pero bienvenida sea Manual de bricolaje, que nació en la época en la que se fraguaba Horror vacui, pieza capital de este raro autor nacido en Córdoba y residente en Málaga. Viene, escenificado por Teatro del Gato, al Círculo de Bellas Artes de Madrid dentro de la XVIII edición de la Muestra de Teatro de las Autonomías. El difunto Moisés Pérez Coterillo -el genuino, el de la Pipirijaina insurgente y rompedora- lamentaba en 1974 que Romero Esteo no figurase ni en la vanguardia española ni siquiera en las listas de los nuevos autores. Coterillo publicó ese mismo año la monumental obra Tartessos, una sorpresa para la cultura europea, en especial para el teatro alemán, con erudito y perspicaz prólogo de Pedro Aullón de Haro. Antes, en 1971, en Primer acto, había aparecido Pasodoble, la más asequible para la escena por su extensión más o menos normal. Y, en edición casi clandestina de los Alumnos de la Resad, otra obra catedralicia, Pontifical. Cátedra, en edición de autor, publicó, en 1978, Pizzicato irrisorio y gran pavana de lechuzos. En 1985 le dieron el Premio Europa a Tartessos; y acaso también a Pontifical y a Paraphernalia de la olla podrida, la misericordia y la mucha consolación. Recientemente, organismos institucionales andaluces han puesto en marcha la Biblioteca Romero Esteo y, en 2008, se le otorgó el Nacional de Literatura Dramática: un autor más estudiado que representado.

La explicación de que su teatro era inasumible por la derecha eterna en el poder se viene abajo cuando llega la democracia; ni derecha ni izquierda: censura y pavor de la derecha y penuria intelectual de una izquierda que se debatía entre un realismo social testimonial de resistencia y un brechtismo didáctico mal asimilado. No estoy muy seguro de que la izquierda española haya superado ese planteamiento cutre. Resumiendo, en apretada y arriesgada síntesis, el teatro de Romero Esteo se manifiesta con un lenguaje popular y a la vez culto; y una complejidad de difícil manejo, sobre la base de un ritual irreverente y una ceremonia a veces escatológica. Sólo el grupo Ditirambo se atrevió con la aventura escénica de Pasodoble o Paraphernalia, sin que pasara nada salvo la constatación de una incomprensión. Los pontífices de una izquierda canónica seguían demonizando una reflexión estética, consustancial a la política, a la que el teatro español siempre ha sido reacio: vanguardia igual a profundización en el Barroco; más español, imposible.

Romero Esteo no es exactamente un maldito. Primero, porque el teatro español no es pródigo en malditos, y segundo porque le falta el halo satánico definitivo: arranca de las piezas menores de los pasos y los entremeses, con repuntes carnavalescos en la desmesura del lenguaje: el verbal y el plástico. Puede comprobarse en Vodevil de la pálida, pálida, pálida, pálida rosa o en Fiestas Gordas del vino y el tocino, por ejemplo. Y en todo lo demás. Es un marginal, por marginado a la fuerza, un forajido de la ley escénica. Sabe que forma parte de la historia universal del teatro, pero eso no le aparta de los problemas cotidianos de este país. Hace poco declaraba que "ser español es una desgracia como otra cualquiera" y que "el separatismo catalán es propio de subnormales".

Ruptura de esquemas y alumbramiento

Últimamente empieza a reconocerse más su figura singular; pero siempre fuera de los escenarios. Romero Esteo es un revolucionario en el sentido estricto del término en arte: ruptura de esquemas, alumbramiento de un lenguaje nuevo y afán totalizador de formulaciones anteriores, a la búsqueda de otra diferente y desestabilizadora. Su teatro es muy difícil, aunque no irrepresentable como se ha dicho con frecuencia; cosa que también se dijo de Valle y del último Alfonso Sastre. No es, pues, exactamente un maldito, sino un raro. Es un autor maldiciente y airado que vive en guerra con los demás y en complicada paz consigo mismo; ignorado por muchos o desconocido, aunque den su nombre a una calle y a un premio literario en la ciudad donde reside: una gloria municipal cuando lo que es, en verdad, es un enigma universal. Ahora le estrenan en Madrid; lo van a estudiar, supongo, y a dilucidar y a volverle del revés. Que le estrenen en la Sala Rojas, es noticia; que lo estudien, no. Romero Esteo tiene una amplia cosecha de estudios internacionales sobre su obra considerada irrepresentable por la penuria imaginativa de nuestros directores. El teatro español no ha sido justo con él; ni con otros muchos, porque ese recelo ante el autor vivo es una constante de la cultura española. Ahora llega con Manual de bricolaje, comedieta para tiempos de desesperanza, lo que mitigará, sin duda, su airada dialéctica y su ácida condición de víctima.

Ojalá contribuya a descubrir su teatro en su lugar natural: los escenarios. Lo último que vi, creo recordar, fue hace casi 20 años en el viejo Olimpia, actual Valle-Inclán: Pasodoble, un montaje notable. Seguro que ha habido más cosas, pero Romero Esteo nunca ha podido ver una obra suya, con una gran producción en un teatro público. Y, puesto que la desmesurada extensión de sus textos -irreductibles por su matemática precisión- no admite tijeretazos, sólo un teatro institucional podría afrontar la aventura.