Pere Arquillué como Cyrano. Foto: Bito-Cels.

A punto de cumplirse los treinta años de que Josep Maria Flotats encarnara, bajo la dirección de Mauricio Scaparro, al sensible, mítico, valiente y acomplejado Cyrano de Bergerac, Oriol Broggi lleva al Teatro Valle-Inclán de Madrid la obra de Edmond Rostand. Protagonizada por Pere Arquillué -que ha tenido que cancelar algunas funciones por una lesión de rodilla-, Cyrano quiere ser un bálsamo contra los duros tiempos que también afectan a la lírica. Señala Broggi: "Por eso hemos buscado emociones fuertes, algo que nos haga vibrar en cuerpo y alma y que te haga reír mientras lloras".



Y es que en Cyrano confluyen todos los ingredientes de una obra capaz de entretener, enseñar y fascinar. Mosqueteros, peleas, bailes, espadas, carreras, versos, canciones, conspiraciones, amor, muerte... Todas las emociones a través de un personaje tan complejo en su amor como atrevido en su forma de manifestarlo: "Es ágil con la espada y con el verso. Un hombre total, bueno en las letras y en la batalla, que está obsesionado con su nariz desproporcionada. El problema que tiene con ella enquista su espíritu y tiñe toda su existencia", señala el director.



Producida por La Perla 29, el Cyrano de Broggi ha sido adaptada al castellano por Xavier Bru de Sala, responsable también de obras como El Mikado, de Gilbert y Sullivan. Para Sala, la deformación física del personaje no es sino una metáfora de la deformidad del alma humana: "Denunciaba Stendhal que los franceses sustituyeron el amor por la vanidad. Cyrano no. Cyrano ama. Cyrano sabe que no puede ser querido y eso le lleva a querer, primero de forma alocada y luego de una manera tan elevada y generosa que por amor sacrifica su amor". Sala explica además su forma de afrontar el texto: "Acordamos, sin abandonar el rigor prosódico, que los actores se introduzcan en él más allá del verso, tal como exige Molière y en contra de lo que hubiese querido el propio Rostand".