Vladimir Jurowski. Foto: Roman Gontcharov.
Vladimir Jurowski (Moscú, 1972) es un director de sólida formación, de suaves maneras y criterios firmes, de batuta sinuosa. Es cumplidor, adusto, enteco y dominante. Se sitúa en el podio con un aplomo impresionante e inmediatamente absorbe toda la atención. En sus interpretaciones late un deseo de apartarse de lo consabido, de lo trillado, de lo tradicionalmente aceptado. De ahí que lata en ellas por lo común algo nuevo y refrescante, aun cuando a veces puedan sorprender ciertas retenciones, amaneramientos o tempi aparentemente caprichosos; que muchas veces, es cierto, tienen su razón de ser. En ese sentido, ha ido más lejos que su padre, el también director Mikhail Jurowski, un profesional de talla aunque más profesoral y académico, más al viejo estilo. Otro hijo, Dmitri, también es director, aunque de menor relieve.
Los dos conciertos que Vladimir va protagonizar en el Auditorio de Madrid para el ciclo Barbieri de Ibermúsica con la histórica London Philharmonic, de la que es titular desde hace seis años, son indudablemente atractivos y ponen de manifiesto una cierta inquietud. Los programas tienen su miga: mañana, día 15, se interpretan la Obertura Trágica de Brahms, el Concierto para piano n° 17 de Mozart, con el buen instrumentista que es el norteamericano Nicholas Angelich, un habitual colaborador de los hermanos Capuçon, y la poco frecuente Sinfonía n° 1 de Bruckner. El 16 de diciembre, sobre los atriles se sitúan la obertura de Fidelio de Beethoven, los Wesendonck Lieder de Wagner en el insólito arreglo del recientemente desaparecido Hans Werner Henze, en el que se reduce y cambia la instrumentación original sin modificar ni una sola nota de la partitura, que van a ser cantados por la contralto Anna Larsson, y la Sinfonía n° 5 de Mahler.
Ambos conciertos estarán dedicados a una de las grandes figuras de la dirección orquestal: el húngaro Georg Solti, nacido hace ahora cien años.