Riccardo Chailly. Foto: Mat Hennek.
-Cuando finalmente se publicó su integral, ¿temió que la crítica se le echara encima?
-He esperado muchos años para hacer esto. Quiero decir que no se trataba de un arrebato de originalidad o de una boutade musicológica sino de un proceso lento de maduración, convicción y estudio de la partitura. Más que revolucionario mi Beethoven es una herencia de Arturo Toscanini, George Szell, Carlos Kleiber...
-¿A qué dedicó su tiempo durante los seis meses de baja?
-A pensar, a pasear, a estar con la familia y a otras cosas importantes. También a escuchar música que no voy a dirigir, lo que me ha permitido disfrutarla de otra manera. Le hablo, por ejemplo, de la integral de las Sinfonías de Sibelius, cuya casa en Finlandia tuve ocasión de visitar durante mi retiro.
-¿Le han prohibido los médicos dirigir ópera?
-Dedico más tiempo al repertorio sinfónico pero no por prescripción médica. Como director de la Gewandhaus de Leipzig tengo ciertas prioridades. Pero trato de no perder el hábito. En Valencia acabo de demostrar que Puccini no es tan fácil de dirigir como muchos se piensan. Y volveré a La Scala con Turandot a finales de 2015.
-Vive en Leipzig, ciudad natal de Wagner. ¿Qué han preparado para el bicentenario?
-Durante todo el año recordaremos a Verdi y Wagner, pero sin interacciones. Cada genio por su lado...