Estreno de Parsifal. Foto: Javier del Real
El maestro alemán dirige tres sesiones de Parsifal en versión de concierto. La última ópera de Wagner volverá a escucharse en el Teatro Real, esta vez con los instrumentos originales de su estreno en 1876.
El hecho de que no haya escena puede propiciar que, si la música se ofrece templada y ligada, con el fraseo y el acento convenientes, se llegue a penetrar, sin visiones confusas y complejas, en el meollo espiritual de una composición que puede calificarse de pararreligiosa, una reflexión profunda sobre una manera de ver la vida y la muerte; un repaso a las cuestiones éticas fundamentales que preocupaban al compositor; una aproximación poética, de carácter introvertido, al pensamiento de un creador esencial, que desde su juventud soñaba con plasmar una serie de ideas aun por definir en una obra monumental, de la que fue destilando retazos, acomodados, de mil y una formas, en las distintas óperas que fue produciendo con anterioridad a lo largo de su vida.
Estamos ante una obra de síntesis, de estructura simétrica. El tema de la redención, tan afín al compositor, que lo había ya tratado en casi toda su producción anterior, late durante toda la ópera en primer plano y desemboca en una máxima filosófico-moral: la promesa del inocente, del hombre puro, incontaminado, Parsifal.
Wagner deseaba ardientemente construir esa obra redentora del individuo, y para ello se montó un hermoso tinglado en el que juegan tanto las pautas espirituales como las más prosaicas y más cercanas a la tierra. Su última ópera habla de las relaciones entre hombres, en su dimensión sensual y sexual, de los diferentes planos en los que se desarrolla la existencia, de la ambición de poder (Klingsor), del deseo de subsistencia (Amfortas), de la necesidad de perpetuar la especie (Titurel), de la precisión de saber y de conocer (el inocente y simple Parsifal) y del descenso a las simas del deseo carnal, que tiene a la Kundry del segundo acto como protagonista.
La calma de las Labèque ante la tormenta de Bychkov
Las pianistas Katia y Marielle Labèque. Foto: Brigitte Lacombe
En la segunda parte del concierto, la extensa y robusta Sinfonía Alpina de Richard Strauss. Su talante descriptivo, sus muchos vericuetos, sus accidentes, sus tormentas en lo más alto de los riscos, sus serenas cantilenas y el enorme dispositivo organizado para una orquesta gigantesca de seguro que serán abordados sin pestañear por Bychkov ante una agrupación muy receptiva. La convocatoria es mañana, dentro del ciclo Las noches del Real. La sesión tendrá continuación este lunes en el Auditorio Nacional dentro de la serie de conciertos de la Orquesta Arbós.