Un momento del montaje. Foto: Sergio Parra/Carlos Saura.
Con más de medio siglo de cine, fotografía y pintura a su espaldas, ha tenido Carlos Saura que cumplir 81 años para estrenarse en las tablas de un teatro. Lo hará el jueves, en el Matadero de Madrid, con un inspirado y divertido montaje de 'El gran teatro del mundo' de Calderón que no escatima en referencias a su propia filmografía. “Al fin y al cabo -se confiesa con El Cultural- el teatro no es más que un largo plano general”.
La obra supone el estreno del polifacético Saura en el teatro. Aunque no en la dirección escénica, pues el cineasta ya montó la ópera Carmen en Valencia y el espectáculo de danza Flamenco, hoy, que cerca de un lustro después sigue girando por todo el mundo. Supone, eso sí, su première con un texto teatral. Ha tenido que esperar a cumplir los 81 años para bautizarse. Y como no podía ser menos en su caso, su montaje remite al cine. Concretamente a Elisa, vida mía, la película de 1977 en la que su protagonista, la maestra que encarna Geraldine Chaplin, monta una pequeña representación de El gran teatro del mundo. Por eso el director no da importancia a su estreno y lo aborda con tranquilidad, como algo que había de llegar y que al final ha ocurrido con total naturalidad, sin la intervención del destino. “No, hombre, eso sí que no. Ya en el colegio había un cura que decía que yo era darwinista, uno de los tres pecados junto al del socialismo y el comunismo”, responde con una sonrisa.
Lo que sí tenía claro Saura desde hace años es lo que quería hacer cuando llegara la ocasión de estrenarse con un texto dramático. “No me interesa un teatro serio, grave. Quiero algo que sea divertido para todos, no sólo para mí. Lo que intento es hacer un teatro que me permita jugar, porque si de lo que se trata es de hacer algo costumbrista, pesado o muy serio, conmigo que no cuenten”, deja claro el director.
Para alcanzar este objetivo recurre a su gran experiencia en el mundo de la cinematográfica. “Al fin y al cabo, el teatro no es más que un largo plano general, con actores entrando y saliendo que tienen que decir bien claro el texto”. Es su forma de resumir, de manera meridiana, las imperceptibles diferencias, según él, existentes entre el lenguaje filmado y el escénico. Y con esa idea en la cabeza se ha lanzado a plasmar su mirada sobre el texto con el que Calderón pontificaba a sus coetáneos con eso de que el libre albedrío está muy bien, pero siempre que sea dentro de un orden...
Esa visión del mundo pervive en el montaje. Aunque ha hecho una versión “poco respetuosa con el original”, como canta el actor Antonio Gil en la boca del escenario antes de alzar el telón. El director mantiene lo que denomina“las líneas monumentales” que Cal- derón levantó hace cerca de 400 años para representar durante el valenciano Corpus Christi de 1641. Estas constantes sagradas para Saura son “el versificado preciso y precioso, su musicalidad, y las brillantes metáforas” de las que el sacerdote se servía para señalar a sus compatriotas el recto camino que les llevaría a la recompensa durante la vida eterna.
Teatro dentro del teatro
Pero esas aparentemente sencillas directrices del autor ocultaban otras ideas escénicas muy poderosas y revolucionarias para su tiempo: “Sabemos desde hace mucho que Calderón no es el primero en hacer teatro dentro del teatro, porque eso ya ocurrió con los griegos. Pero sí es el primero que lo hace con esta maestría, con esta profundidad, adelantándose, además, varios siglos a lo que luego hicieron Pirandello en Seis personajes en busca de autor y Brecht, entre otros grandes escritores”.Esta premisa le sirve para rizar el rizo y desmontar la idea calderoniana de que “toda vida humana es una representación” y que más le valía a cada uno saberlo y obrar en consecuencia. Así decidió aplicar al teatro dentro del teatro de Calderón otra complicada vuelta de tuerca y convertir la obra en una especie de ensayo de El gran teatro del mundo. “Todo puede cambiarse porque nada está decidido de antemano, a pesar de todos los condicionantes que existen”.
La naturaleza ensayística del montaje entronca con trabajos anteriores del director, desde algunos relacionados con el teatro, como Bodas de sangre, a otros más puramente cinematográficos. La propuesta le permite, además, mantener parte del ‘sello Saura', tan reconocible en su filmografía. Pero más importante, si cabe, es todo ese entramado que introduce al espectador en un juego de espejos en los que se enfrentan la realidad y la ficción, el pasado y el presente. El equilibrio depende únicamente de la habilidad de los actores para encarnar sin pausa los papeles originales de El gran teatro del mundo y los de una no muy distinguida troupe de cómicos.
Para Saura ésta es la parte más complicada del montaje. “Lo más difícil de todo ha sido conseguir que fueran capaces de compaginar ambas identidades, que pasaran de ser los actores calderonianos que representan los papeles originales a los actores que se rebelan a las órdenes que les da el propio Calderón, porque no están de acuerdo con ese reparto”, confiesa el director nada más acabar un ensayo de la producción. Una vez hubo conseguido que el elenco asumiera este reto, los problemas desaparecieron y el montaje entró en una fase de creatividad. Y así, la lectura de Saura se sirve de las propuestas de los actores, con sus aciertos y errores... “No me importa que se equivoquen. Al contrario, creo que esas incorrecciones nos permiten enriquecer la obra, darle una nueva vida y abrir otros campos para que cada espectador tenga más caminos que transitar. Porque, no lo olvidemos, nada está escrito”.
El universo estético del aragonés puede apreciarse desde el mismo arranque de su puesta en escena. La cuidada iluminación corre por cuenta de Paco Belda, colaborador habitual en los rodajes del cineasta. Para El gran teatro del mundo, Belda ha diseñado “una luz caravaggiana que proporciona un aire de misterio a todo lo que pasa en escena”, explica Saura. Esa atmósfera, tenebrista en ocasiones, sobre todo cuando los actores ejecutan con sólo unas máscaras blancas una danza de la muerte, se ve compensada con una escenografía muy sencilla y ágil.
Espacio paganizado
Para todo ello se ha servido de un par de pantallas que convergen en el centro de las tablas formando un ángulo de noventa grados, y otras tantas que atraviesan el escenario de arriba abajo. De un lado a otro, un trono para el rey, un espejo donde mirarse y una mesa en la que la hostia sagrada se convierte en una hogaza de pan que paganiza todo cuanto la rodea.Del vestuario se ha ocupado también el director de La caza. Combina las ropas cómodas de actor en un ensayo con otras que llevan sólo los personajes presuntamente poderosos de la obra. Así, el monarca aparece vestido de Rey de Bastos, el Mundo lleva un túnica con un mapamundi estampado, mientras que Calderón, el mandamás del montaje, porta una modesta casulla con una cruz colgante. La banda sonora es sucinta. Apenas cuatro temas la componen -una saeta, Bach, Verdi y Mercedes Sosa- pero en todo caso todos sirven para subrayar la profundidad de este Gran teatro del mundo.
En cada uno los elementos que articulan la obra encontramos guiños habituales a la filmografía del cineasta, empezando por las referencias al filósofo griego Empédocles o a Miguel Hernández. El elenco de actores, que durante los ensayos consiguen desdoblarse entre Saura y Calderón, recurre con muy buenos resultados a la veteranía tanto como a la juventud. Por un lado está el grupo encabezado por José Luis García Pérez, que interpreta al soberano de la obra y al propio autor, un Calderón omnisciente que no admite que las cosas se hagan de forma diferente a como él las ve. Manuel Morón es El Mundo al que regaña constantemente el autor por salirse del texto. Eulalia Ramón brilla con luz propia en el papel de La Discreción.
Por el otro, y representando a los más jóvenes, está Adriana Ugarte, una Hermosura con no demasiadas luces y preocupaciones más allá de su belleza; Héctor Tomás, el inocente Niño condenado a estar todo el rato en el limbo, y Tacuara Jawa, que interpreta a La Institutriz, el único personaje añadido por Saura. El resto de intérpretes lo compone un reparto de actores de una edad y experiencia intermedias entre esos dos grupos: Fele Martínez como Autor; Emilio Buale, en el papel del Rey que debe salvarse a toda costa al final de la representación; Antonio Fernández de Pablo como El Rico; y Ruth Gabriel, que hace el papel de El Pobre de quien nadie se apiada. Juan Antonio Gil hace del Labrador castigado a trabajar toda su vida para poder obtener el premio de la vida eterna.
Con El gran teatro del mundo Saura cumple con su tan esperada cita teatral desde que escribiera el guión de Elisa, vida mía, película que para muchos es una de las cumbres de una trayectoria artística que empezó como fotógrafo y diseñador para luego pasar al cine, con escalas en la pintura y en la literatura.
Shakespeares pendientes
Reconoce Saura, en cualquier caso, que cuando le propusieron estrenarse entre las bambalinas del teatro le vino a la mente antes el nombre de Shakespeare que el de Calderón. “La obra que me gustaría hacer es Rey Lear, pero...”, hace un alto el director aragonés, mientras recuerda los motivos por los que no pudo llevarla a escena. “Es un texto maravilloso, profundo. Tenía una estupenda idea para montarla, pero cuando me puse a estudiar la obra con detalle me dio un poco de miedo. Ahí me di cuenta de que no estaba preparado para hacerla, por lo que decidí centrarme en El gran teatro del mundo, otro texto hermoso, pero más asequible para mí, al menos en estos momentos”.Explica Saura que, después de este montaje, no tiene más proyectos teatrales apalabrados. “Estoy trabajando en una película sobre el folclore argentino, de la zona de Salta, con sus zambas y otras músicas que no son muy conocidas aquí. Lo considero teatro porque será como un ensayo rodado, al estilo de Tango, es decir, un musical muy libre. Porque, como decía, no me interesa el costumbrismo en el cine, prefiero hacer algo imaginativo”. Ahí volverá a sonar Mercedes Sosa, aunque como canta la argentina en El gran teatro del mundo, todo cambia...