Montaje de Erwartung



Vienen Àlex Ollé y La Fura dels Baus de triunfar en la Ópera de Sídney con un monumental Baile de máscaras en clave de celebración. La del bicentenario de Verdi, sobre quien volverán en verano, a propósito de una Aida en la emblemática Arena de Verona. Estos días la compañía está en Lyon, donde debutó hace dos años con Tristán e Isolda de Wagner, para sacar jugo a un díptico operístico dentro de la programación de la décima edición del Festival Justice/Injustice. Se trata de Il Prigioniero de Dallapiccola y Erwartung de Schönberg, dos títulos tan fundamentales como poco frecuentados. "Decía Eisenstein que la simple yuxtaposición de dos fotogramas hace que uno y otro se potencien entre sí y acaben generando en la mente del espectador vínculos insospechados", cuenta Ollé. "Eso es precisamente lo que ha ocurrido al reunir en un mismo programa estas dos óperas".



Las obras de Dallapiccola, primer serialista italiano, y Schönberg, inventor del método dodecafónico, fueron concebidas y estrenadas en la primera mitad del siglo XX. Comparten la resaca de los totalitarismos y el sentimiento de culpa de sus protagonistas: Erwartung (La espera) cuenta la historia de una mujer perdida en la escena de un crimen que tal vez ella misma ha cometido. Il Prigioniero nos habla de la angustiosa esperanza de un hombre encarcelado en una mazmorra de la Inquisición de Zaragoza. La Fura salva la brecha cronológica que separa el argumento de estos libretos para convertir a sus protagonistas en prisioneros de un espacio mental donde reina la obsesión. "Shock nervioso en el primer caso y ansiedad por la muerte en el segundo, lo que sucede al poner estas obras juntas es que de pronto emerge con poderosa intensidad como tema común el funcionamiento de la mente humana como mecanismo de la captación e interpretación del mundo".



Montaje de Il Prigioniero

Por eso el montaje de Ollé funciona como una caja craneal en la que suceden los procesos de pensamiento y van aflorando los efectos menos visibles de la injusticia y la violencia. "En uno y otro caso el centro absoluto de ambas piezas es el cerebro de los protagonistas, cuyo funcionamiento exponen ambas óperas a los ojos del público. Un universo sensorial para Schönberg, un universo simbólico para Dallapiccola". Del compositor vienés le llamó la atención su capacidad para dilatar musical y narrativamente un instante en media hora, aspecto muy presente en su montaje, que sentencia el melodrama para soprano y orquesta con una elocuente proyección de vídeo. En cuanto a Il Prigioniero, reconoce Ollé que le ha llevado más tiempo resolverlo escénicamente, pero que está más satisfecho con el resultado. "Me faltaba un nexo de actualidad, más allá del quebradero religioso, y lo he encontrado en el carcelero y en el personaje, incluido por mí, de un niño. Hasta ahí puedo leer".