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Baile de festivales
Medea, de Eurípides, en la versión del Ballet Nacional de España que podrá verse en el Festival de Mérida. Foto: Stanislav Belyaevsky.
Almagro, Mérida, Olite, Alcalá... Las capitales "clásicas" del teatro tienen a punto su maquinaria. Desde hoy y a lo largo de todo el verano subirán el telón a grandes autores de todos los tiempos. Eurípides, Lope de Vega, Shakespeare o Ruiz de Alarcón protagonizan la oferta festivalera. Ignacio García May, autor de las versiones de La verdad sospechosa y Tomás Moro, analiza con buenas dosis de humor el ambiente de estas citas como anticipo a nuestra selección de los mejores montajes.
Y, sin embargo, ¡no desespere, amigo! Porque como sabemos muy bien lo que se sufre con la cultura, queremos ayudarle explicándole, en unas breves lecciones, ¡¡¡TODO LO QUE NECESITA SABER PARA HACERSE PASAR POR CULTO EN UN FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO!!!
Primero: ¿qué es un clásico? Respuesta: cualquier obra en la que salgan griegos, romanos, gente discutiendo en verso o, en general, personajes que para hablar del tiempo necesitan un monólogo y dieciséis metáforas. Cuidado, nos referimos sólo al teatro. Las sesiones del Parlamento quedan excluidas de la definición.
Más allá de las fronteras
Segundo: ¿para qué sirve un clásico? La respuesta correcta a esta pregunta, que seguramente le formularán en un momento u otro, es "para hacer festivales con ellos", pero usted no debe decir NUNCA esto. La gente del mundo de la cultura no suele tener sentido del humor y prefiere que le mientan, como Johnny Guitar. Así que usted responda siempre: "¡Los clásicos hablan de nuestro tiempo!". Que, por cierto, no es el mismo tiempo del monólogo y las dieciséis metáforas (ahí nos referíamos al clima) sino una manera de decir que las obras son muy modernas. Que no lo son, porque son antiguas, pero esto no hace falta que usted lo entienda. Limítese a hacernos caso. Tercero: los autores. Cuando entre al teatro a ver la función le darán un papelito (se llama programa) donde aparecen el título de la obra y el nombre del autor. Por ejemplo: Medea, de Eurípides. En general, el primer nombre raro es el de la obra, el segundo, el del autor. Léalo por encima, cabecee y diga: "¡Hombre, Eurípides!", como si supiera de lo que habla. Esto despertará una gran admiración hacia usted por parte de su cuñada. Es posible que después del nombre del autor ponga "versión de Fulano". Si es así, añada: "¡Caramba! ¡Y en versión de Fulano!". Su pareja se sentirá orgullosa de usted.NOTA: No todos los autores se llaman Eurípides. Algunos se llaman Aristófanes o incluso Lope de Vega, dependiendo del tipo de festival en el que le hayan embarcado.
Cuarto: si le gusta la obra, cosa que a veces sucede, diga, a la salida, en voz lo suficientemente alta para que todos le escuchen: "¡Ah, Eurípides!" (o el que sea) y no añada más, como si le faltaran las palabras por la emoción. Si no le gusta la obra, lo cual sucede también, y más a menudo, puede usted decir: "Es que yo no soy muy de Eurípides; prefiero a Epaminondas". Por cierto que este tío nunca escribió teatro, pero eso sus acompañantes probablemente no lo sepan, y se quedarán embelesados pensando que usted sólo lee autores de culto. Advierta que si el festival no es de griegos y romanos, sino del Siglo de Oro, en vez de Epaminondas debe usted decir Bances Candamo. Éste sí que escribió teatro, pero no le conoce ni su padre. No es de fiar: escribió una obra que se llama La restauración de Buda y resulta que no salen chinos gordos, sino que se refiere a Budapest. Si a pesar de su demostrado conocimiento de los autores más exquisitos el pelma del cuñado se empeña en preguntarle por qué no le ha gustado la obra, le recomendamos una estrategia definitiva. Diga, MUY lentamente: "La dramaturgia está malograda". Deje pasar un par de segundos para comprobar la estupefacción de sus oyentes y continúe: "El director no ha comprendido el sentido de la fábula de modo que ha aplicado un código actancial erróneo que afecta a la gramática textual y a las articulaciones del relato. La segmentación narrativa deshace los límites genéricos". En ese instante los tendrá usted en el bolsillo, completamente atónitos. Deje pasar otro par de segundos y remátelo de este modo: "En cuanto a la proxémica... mejor no decir nada, porque no merece la pena". ¡Brutal! Sí, ya sabemos que esto hay que memorizarlo y cuesta, pero habrá usted triunfado.
Quinto: si además de teatro le obligan a usted a ir a un espectáculo de danza o a algún concierto de música barroca (y esto roza la crueldad mental pero también pasa en estos festivales) limítese a cerrar los ojos y mueva la mano suavemente, como si estuviera usted dirigiendo a los músicos. Lo difícil aquí es no dormirse, pero si lo consigue le garantizamos que, cuando vuelva esa noche a la casita rural, su pareja le dará muchos, muchos mimos.