Image: Tolcachir: Con Timbre 4, mi compañía, sigo sintiendo el cosquilleo a diario

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Tolcachir: "Con Timbre 4, mi compañía, sigo sintiendo el cosquilleo a diario"

Estrena el 24 de julio, en el Teatre Romea de Barcelona, dentro del marco del Festival Grec, la obra El viento en un violín

23 julio, 2013 02:00

El director Claudio Tolcachir estrena en el Grec la obra El viento en un violín. Foto: Archivo

Dicen que el deporte preferido de los argentinos es hablar y hablar, sobre todo de las profundidades del alma humana. Y parece que Tolcachir (Buenos Aires, 1975) es un buen ejemplo de ello. Lleva en la piel el veneno del teatro, porque este enamorado hasta los tuétanos de las artes escénicas se siente actor, director y dramaturgo desde siempre y para siempre. Riguroso, entusiasta y comprometido, Claudio Tolcachir se ha convertido en una de las figuras del teatro independiente de su país con mayor reconocimiento internacional.

Comienza su formación en el Instituto Labardén y en la escuela Andamio 90, fundada por Alejandra Boero, figura clave del teatro independiente argentino desde los años 60 y su primera maestra, para continuar luego su aprendizaje junto a otros directores como Juan Carlos Gené y Verónica Oddó, al tiempo que comienza a trabajar en espectáculos profesionales. Hace algo más de una década, en uno de los momentos más críticos de la crisis política y social argentina, fundó en su casa, en el barrio bonaerense de Boedo, un espacio consagrado al teatro con escuela y una sala para las representaciones en la que apenas cabía una treintena de personas. Para llegar a ese espacio había que llamar al timbre número cuatro, y ése fue el nombre que Tolcachir adjudicó a la compañía que acababa de fundar y con la que pasea sus obras por los escenarios del mundo entero cosechando éxitos. "Creé esa compañía por puro divertimento, porque quería estar todo el día con los amigos pasándolo muy bien -explica- Luego, a esa iniciativa lúdica y festiva, hubo que añadirle toda la organización y gestión. Aún hoy, 11 años después, sigo entrando a diario en Timbre 4 con un cosquilleo en el estómago porque sé que ese proyecto está muy vivo y a todos los que estamos ahí nos emociona igual o más que el primer día".


Un momento de la representación de El viento en un violín.

Curtido en los escenarios desde muy joven, afirma que ser actor le conmueve y a la vez le agota, "la disciplina de las dos funciones diarias es muy dura -reconoce- y, a la vez, es la mejor de las escuelas. A mí la interpretación me ha ayudado muchísimo en mi posterior trabajo de dirección. Y la docencia es como una tabla de salvación, porque te exige muchísimo y eso hace que te aferres a ella y no puedas pensar en nada más, lo que la convierte en una buenísima terapia para preservar el frágil equilibrio mental de los que nos dedicamos a esta profesión". También ha hecho sus pinitos en el cine, disciplina en la que debutó en 1997 protagonizando la cinta Buenos Aires me mata, dirigida por Beda Docampo, y confiesa que el séptimo arte le gusta pero no así la televisión, un terreno en el que nunca ha puesto los pies. Pero lo suyo es, definitivamente, la dramaturgia en todas sus variantes. "En Argentina tenemos un buen teatro, y un público fiel muy entendido que disfruta viendo y reflexionando sobre todo lo que la profesión le ofrece".

Ahora llega a Barcelona procedente de Lisboa y Oporto, donde ha triunfado estrepitosamente, para presentar en el marco del Festival Grec El viento en un violín, la tercera parte de una trilogía creada por Timbre 4 que empezó con La omisión de la familia Coleman y siguió con Tercer cuerpo. En la primera obra la compañía abordó la desestructuración de una familia con problemas de marginación; en la segunda, Tolcachir incide en las relaciones humanas llevadas a situaciones límite. Y en la tercera, con la que abre una ventana a la esperanza, ahonda en los vínculos entre madres e hijos, pero en los tres casos se trata de un teatro con los mínimos medios en los que la obra se sustenta sobre los diálogos y el trabajo de los actores. "Son tres obras con personajes que chapotean, pero El viento en un violín ofrece un final con un poco de luz entre tanta amargura", explica el director. "Las protagonistas son Lena y Celeste, una pareja formada por dos mujeres que, envueltas en problemas y pobreza, necesitan culminar su historia de amor con un hijo. Para conseguirlo eligen a un hombre que arrastra otros vínculos familiares y a una madre que busca su felicidad. El punto de partida de esta obra surgió ante la pregunta de qué pasaría si dos mujeres forzaran a un hombre a tener relaciones para concebir un hijo. Y eso tomó otra dimensión mayor cuando se me ocurrió imaginarme cómo reaccionarían esas dos mujeres si el hombre en cuestión les planteara su deseo de criar a ese hijo, lo cual iba a complicar las cosas. Y a partir de ahí fueron gestándose en mi cabeza personajes muy extremos".

Este polifacético hombre de teatro afirma que para dirigir actores "hay que empezar por tener muy claros los tempos, los ritmos, el lugar del clímax, la potencia de las tensiones y la estructura de la obra. Hay que tener muy transitada esa pieza en soledad, sin ninguna interferencia. Luego paso a analizar lo que quiero conseguir de los actores, entendiendo muy bien el recorrido y la evolución de cada personaje. Y ahí empieza luego el trabajo con los intérpretes, que es apasionante. Hay que radiografiar con ellos la idiosincrasia moral y espiritual de esos individuos que protagonizan la obra. Éste es mi método, y lo disfruto intensamente".