Escenarios

La batalla de lo cotidiano estalla en la Abadía

La compañía Titzina acomete Distancia siete minutos una indagación en la felicidad en un espacio donde brilla por su ausencia: los juzgados de primera instancia

3 enero, 2014 01:00

Pako Merino y Diego Lorca, autores, directores e intérpretes de Distancia siete minutos. Foto: Fernando Moreles.

"Titzina, titzina", exigía la señora croata con la que compartía piso en París Pako Merino. Eran los años juveniles de aprendizaje de dramaturgia en la École Jacques Lecoq. Allí conoció a Diego Lorca. Y cuando se juntaban en la casa del primero bullía un toma y daca de ilusiones e ideas que terminaba por desesperar a su coinquilina. Demasiados decibelios. Titzina significa en serbocroata silencio. Esa orden la tomaron como nombre de la compañía que fundaron después, ya de vuelta en España, dispuestos a poner en marcha un modelo de creación teatral mamado en la prestigiosa escuela parisina. Con una seña de identidad básica: vivir los espacios y contextos en los que iban a insertar las tramas de sus obras para dotarlas de una veracidad extrema.

Es lo que llevan haciendo en los últimos años. Parten de una idea general y luego aterrizan en un territorio concreto, donde siempre se les enciende la bombilla que alumbra una nueva historia. En Folie á Deux el chispazo fue la locura y se asentaron en un psiquiátrico durante 6 meses. En Entrañas les obsesionaba la guerra y, tras viajar a Sarajevo, se toparon al volver con nuestra guerra doméstica e incivil del 36. En Exitus fue la muerte la que les impulsó y se plantaron en el servicio de cuidados paliativos del Hospital Valle de Hebrón. "En Distancia siete minutos hemos indagado en la felicidad. Vimos que una limitación para disfrutarla es el encierro, por lo que acabamos con presos de la Modelo. Pero nos dimos cuenta que nos estábamos apartando de nuestra filosofía. Lo que nos motiva es la cotidianeidad más cercana. Así que de los presos por delitos de sangre o narcotráfico saltamos a los juzgados de primera instancia", explica a El Cultural Diego Lorca. Ahí fijaron el objetivo en la figura del juez y la gestión de conflictos de poca monta en los que todos nos reconocemos. Rupturas matrimoniales, alquileres impagados, pleitos vecinales...

En esta obra, que llega a la Abadía el miércoles, dan cuenta de una paradoja: el juez protagonista, artífice de cientos de acuerdos, es incapaz de reconciliarse con su padre. Pero una plaga de termitas en su apartamento le obliga a mudarse a casa de su progenitor. Una nueva oportunidad. "No hacemos un teatro para enunciar conclusiones. No ofrecemos ninguna fórmula para acercarse a la felicidad. Pero está claro que el diálogo con los que tenemos al lado es un buen comienzo. Mientras que los tabúes son un lastre". En Titzina siempre han jugado con la tragicomedia. Reír y llorar no es incompatible en sus espectáculos. Aunque Distancia siete minutos incorpora una mayor dosis de acidez: "Esta vez obligamos al espectador a aguantar más la mirada sobre el sufrimiento del personaje antes de que llegue a su catarsis".