Lolita coge el relevo de Ana Belén y Jessica Lange en el papel de Colometa. Foto: Sergio Parra

El director catalán, especialista en el trasvase de novelas al lenguaje escénico, llega al Español con una versión castellana del clásico de Mercè Rodoreda. Lolita, en la piel de la atribulada Colometa, protagoniza este monólogo que combina su peripecia íntima con la historia colectiva.

La conexión entre Mercè Rodoreda y Joan Ollé viene de lejos. "Creo que fue en 1980, una tarde muy soleada. El dramaturgo Benet i Jornet me propuso ir a visitarla a su casa, en la calle Balmes. Yo estaba encantado, claro", explica Ollé a El Cultural. No recuerda ya demasiados detalles de aquel encuentro: "La memoria va fallando pero sí la veo todavía con su elegante cabellera blanca, fumando y riendo mucho". La conversación forjó una espontánea complicidad entre ambos. Hasta el punto que Ollé salió con un papelito redactado a máquina y firmado por Rodoreda en el que ésta expresaba el deseo de que fuese él quien llevase su narrativa a las tablas. "Era una cesión de derechos muy informal pero yo me la tomé muy en serio".



Algo tuvo que ver Rodoreda en aquel joven de apenas 25 años que ya empezaba a dar muestras inequívocas de talento en la escena catalana. De aquel contrato improvisado proviene el montaje de La plaza del Diamante que veremos a partir del miércoles 24 en el Español. Un monólogo en el que oficia, sin ningún partenaire a su vera, Lolita Flores.



Llamativa elección en la que está detrás Natalio Grueso, con quién Ollé trabó amistad durante los preparativos, ensayos y funciones de La Chunga de Vargas Llosa. Al rematar esta producción, le propuso levantar en castellano su versión de la novela de Rodoreda, clásico ya de la literatura catalana. "Le pregunté a quién veía en la piel de Colometa y me contestó muy seguro: ‘Lolita'".



A Ollé no le cuadraba de entrada. "Yo conocía su faceta de cantante y de actriz de cine. Me gustó mucho en Rencor, está magnífica, pero no tenía de ella ninguna referencia teatral". Despejó las dudas viendo Más sofocos, una comedia sobre las cuitas de un grupo de mujeres al borde de una edad inconfesable. Serrat, amigo común, apadrinó el maridaje artístico. "Ha sido muy tenso e intenso. Ella ponía la pasión y luego llegaba yo con el agua fría. Pero su comprensión de Colometa ha sido inmediata. No la interpreta, la encarna", concluye Ollé, que quedó fascinado cuando Lolita le reveló que su padre, el Pescaílla, había nacido a 50 metros de la Plaza del Diamante, en el barcelonés barrio de Gracia.



Esta adaptación tiene varios precedentes relativos. Fue estrenada en Peralada, en 2004 y en catalán, aunque en aquella ocasión eran tres las actrices metidas en la piel de la protagonista. Se alternaban a medida que envejecía, acompasando los cambios con los tres periodos históricos que abarca la narración: monarquía, república y franquismo. Los tránsitos convulsos de cada etapa inciden en el atribulado devenir de la Colometa, con momentos de extremo dramatismo, como cuando se acerca a una droguería para comprar salfumán. No para acometer ninguna limpieza doméstica sino para otro fin más siniestro: acabar con sus hijos porque no puede alimentarlos. Por esos meandros trágicos navegó más tarde Ana Belén. Lo hizo en castellano en 2008, también en el Español. Y Jessica Lange, un año después en Nueva York y en inglés ("Nada diva, una actriz muy seria", apunta Ollé). Ambas fueron lecturas dramatizadas, no representaciones teatrales puras, como las que desplegará Lolita los próximos días.



Joan Ollé es todo un especialista en el trasvase de novelas al lenguaje escénico. Algunos títulos con los que ha obrado la mutación son El cuaderno gris, Soldados de Salamina, la citada Chunga de Vargas Llosa... De este último anda puliendo ahora Los cuentos de la peste, inspirados en el Decamerón de Boccaccio (el Nobel peruano subirá de nuevo al escenario bajo sus órdenes y flanqueado por Aitana Sánchez-Gijón). "Es un trabajo muy artesanal: subrayar, cortar y pegar. Y estar muy atento a que la estructura narrativa no se desplome con elipsis erradas". La conversión de La plaza del Diamante en monólogo está perfectamente justificada. La novela discurre como una evocación/confesión íntima de la Colometa. El lenguaje fluido y natural es un aliado para las pretensiones dramatúrgicas. "Aunque detrás de esa sencillez hay mucha densidad y muchos chispazos poéticos. Si Rodoreda hubiera sido inglesa, hoy esta novela estaría en el canon occidental del siglo XX". Volcarlo al castellano no le provoca a Ollé ningún conflicto. No cree que se pierdan ni detalles ni colorido. Al contrario: le resulta un fenómeno especialmente grato: "Es un placer que la cultura siga viajando en estos tiempos de ridículo culto al nacionalismo. Espero que siga siendo así mucho tiempo".