Image: El toque expresionista de Inbal

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Escenarios

El toque expresionista de Inbal

21 noviembre, 2014 01:00

El creativo y fantasioso director Eliahu Inbal. Foto: ZChapiek.

El director israelí toma las riendas de la Orquesta Nacional para escanciar uno de los conciertos más atractivos de la temporada. En atriles, los turbulentos Gurrelieder de Shönberg, que viajan de un postromanticismo ambiguo hacia la atonalidad en ciernes.

Programa la Orquesta Nacional uno de los conciertos más atractivos de la temporada: sitúa en atriles nada menos que los gigantescos Gurrelieder de Schönberg, muy significativos, por su poder y su amplitud, una suerte de oratorio sobre poemas de Jacobsen, para soprano spinto, tenor heroico, mezzosoprano, barítono, bajo, recitador, tres coros masculinos, coro mixto y gran orquesta. En ella se requieren, por ejemplo, diez trompas, ocho flautas, cuatro tubas Wagner, seis timbales y hasta cadenas de hierro. La Canción de Waldtaube fue arreglada en 1922 para mezzosoprano y 17 instrumentos. La obra posee una escritura musical, que va de un postromanticismo de inquietante ambigüedad tonal a un atonalismo en ciernes.

Estas Canciones de Gurre fueron compuestas un poco a salto de mata, en periodos diversos. Primero entre 1900 y 1903; después entre 1910 y 1911, año éste en el que el compositor comenzaba ya a barruntar el sorprendente Pierrot lunaire, obra atonal, de un expresionismo extremo. Esa especie de tardorromanticismo un tanto languideciente dominaba gran parte de la creación del momento y a él todavía habrían de apuntarse compositores de la luego denominada por el régimen nazi "música degenerada". El nombre de Gurre se refiere al castillo de Gurra, donde, en el siglo XIV, vivió la heroína de la leyenda, Tove. El compositor y director Franz Schreker estuvo al frente de los conjuntos en el estreno, ocurrido en Viena en 1913.

El músico no supo, ni seguramente quiso, disimular su lejana extracción wagneriana. La influencia del autor de Tristán, apreciable igualmente en el maestro Mahler, es evidente en la escritura, en la construcción y en ciertos mecanismos armónicos, como lo es la conexión con determinados procedimientos puestos en boga por Richard Strauss; aunque también queda clara la autonomía del compositor austriaco. La mencionada Canción de la paloma del bosque es uno de los fragmentos más refinados y de un melodismo más fascinante del joven Schönberg, que maneja con suma habilidad el extraordinario contingente.

La obra accede al hemiciclo del Auditorio Nacional hoy por la tarde y se repetirá mañana y pasado (21, 22 y 23). Al frente del enorme orgánico estará el director israelí Eliahu Inbal (1936), un músico capaz, creativo y fantasioso, que en su día nos legara, con la Orquesta de la Radio de Frankfurt, elocuentes integrales de las Sinfonías de Bruckner y Mahler. Es ese toque expresionista, que supo extraer de estas últimas partituras, el que seguramente aplicará a su recreación de los turbulentos pentagramas schoenbergianos. La batuta de este maestro ha perdido quizá en los tiempos más recientes algo del fulgor, de la precisión, del rigor que antaño la definía. Es ahora más difusa y caracoleante, menos intensa y rectilínea, lo que en una escritura tan densa y contrapuntística como la de los Gurrelieder puede ser peligroso. Pero el savoir faire ha de imponerse de seguro puesto que tras el gesto se encuentra el concepto. Recordemos que Inbal dirigió una histórica grabación en la que supo combinar el hálito romántico con una insólita claridad expositiva.

El equipo vocal para la ocasión posee indudable relieve. La soprano protagonista, Tove, es Christine Brewer, de muy sólido instrumento, sonoro y bien emitido, dotado de un metal muy atrayente. La veterana Catherine Wyn-Rogers es la encargada de la Canción de Waldtaube. No cuenta con un caudal o una densidad vocal significativos, pero es cantante musical y segura.

No lo es tanto en los últimos tiempos el tenor albaceteño José Ferrero, de tan buen material lírico. Está de nuevo en camino de centrarse. La parte de Waldemar exige un timbre más heroico. Andreas Conrad, tenor habitual en una parte como la de Mime, y el magnífico Albert Dohmen, Wotan señalado de la Tetralogía, completan el reparto. El Coro de la RTVE echa una mano al Nacional, que, como se sabe, anda en proceso de recomposición.