El 3 de septiembre Inglaterra declara la guerra a Hitler, que acaba de ensuciar con sus botas el suelo polaco. Ese es el acontecimiento histórico con mayúsculas de aquella jornada. Pero en la intrahistoria cultural destaca la batalla de esgrima ideológico que libraron Sigmund Freud y Clive Staples Lewis. El autor estadounidense Mark St. Germain la ha rescatado en un texto dramático que se escenificó por primera vez en Nueva York en 2010 y que luego Daniel Veronese ha llevado a Buenos Aires. Ahora lo trae a España la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR), que vuelve a confiar uno de sus proyectos escénicos a Tamzin Townsend, tras haberla colocado al frente de Tomás Moro, una utopía. El Teatro Español acoge su estreno el próximo martes 13 de enero.





El encuentro tuvo lugar en Londres, en el número 20 de Maresfield Gardens Hampstead. Allí instaló Freud su consulta, decorada por su hija Anna a imagen y semejanza de la que tenía en Viena, ciudad que debió abandonar a la carrera por la amenaza nacionalsocialista. El padre del psicoanálisis estaba algo molesto con los comentarios de corte satírico que C.S. Lewis le había procurado en uno de sus libros (quedaban algunos años para que firmase su obra más popular y ambiciosa: Las crónicas de Narnia). Y le citó en sus dominios para tener unas palabras.



Unas palabras que dieron mucho juego, dada la altura intelectual de los dos interlocutores. "La obra es un ejemplo de debate constructivo, de diálogo, algo que actualmente escasea. La existencia de Dios es el tema primordial que abordan. Algo que tenía mucho sentido plantearse en un momento en que se disparan las alarmas antiaéreas y empieza a reinar el caos", explica Townsend a El Cultural.



C.S. Lewis y Freud entrecruzan sus caminos en una situación personal muy dispar. El primero, que había trabado amistad con Tolkien en la Universidad de Oxford, tenía 40 años y empezaba a despuntar en la literatura fantástica, en la que acabaría consagrando su nombre a perpetuidad. El segundo contaba ya 83 años y había visto como los nazis quemaban sus libros en piras tras anexionarse Austria. El cáncer le cercaba y rumiaba la eutanasia como solución final. "La diferencia generacional es otro de los temas que subyacen en la obra y que al público actual le puede interesar mucho".



Lo cierto es que los asuntos son muy variados y la charla trasciende cualquier guión trazado de antemano: el amor, el sexo, el arte... Y el sentido de la vida, sólo 20 días antes de que Freud se inyectase la sobredosis mortal de morfina para liberarse al fin de sus padecimientos. "Temas universales que no pasan de moda y que, puestos en el contexto del estallido de la II Guerra Mundial, cobran mucha más fuerza". Townsend ha cuajado un montaje sostenido sobre todo en el binomio interpretativo compuesto por Eleazar Ortiz (Lewis) y Helio Pedregal (Freud), que salpimentan las elevadas disquisiciones con mucha ironía y humor, recursos que le sirven al dramaturgo para cambiar el tercio de las cuestiones debatidas y dar un respiro al público. "Es un pulso perfecto en el que se intercalan pasajes de gran dramatismo con otros más ligeros. Tiene mucho ritmo". El trabajo ha sido muy artesanal, confiesa la directora británica: "Es de esas piezas que podrías estar ensayando un año porque cada palabra está cargada de significado y los actores no paran de explorar".