Juan Pérez Floristán, ganador del XVIII Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O'Shea.

Desde el 25 de julio hasta el 4 de agosto se han venido desarrollando las pruebas finales de la edición número XVIII del Concurso de piano Paloma O'Shea. Eran 20 los jóvenes que habían llegado a ese punto de un total de 203 inscritos. Tras las eliminatorias correspondientes llegaron a los dos conciertos definitivos seis pianistas, una circunstancia que se da por primera vez. Hemos tenido ocasión de escucharlos en compañía de la Orquesta Sinfónica de Radiotelevisión Española, que ha cumplido por estos meses sus cincuenta años de existencia. El nivel de esa media docena de instrumentistas ha sido en general muy alto. Ha habido, por supuesto, diferencias entre unos y otros. El jurado, presidido por el norteamericano Gary Graffman, tenía la recomendación de no dejar desierto el sumo galardón. Como había ocurrido en 2012 y en otras cuatro ediciones.



Cinco de los finalistas eran orientales y uno, Juan Pérez Floristán, español (otros dos compatriotas habían sido eliminados previamente). Todos en torno a los 20 años. Hablemos de sus respectivas actuaciones. En primer lugar, de los tres que se han quedado sin premio. El coreano Jinghyung Park se enfrentó al Concierto n° 1 de Chopin, y lo hizo con tino, rigor de estilo y fraseo muy ligado. Refinado en lo lírico, perlado en las notas, ofreció, sin embargo, un acercamiento un tanto relamido y por momentos académico, aunque aportando indudable delicadeza y un buen sentido del sfumato en los compases finales del Larghetto. En el Rondo-Vivace de cierre se le vieron bastantes costuras, con una exposición algo atropellada, de dicción dudosa, en el inicio, abordado de manera en exceso vertiginosa. La orquesta estuvo, sobre todo al principio, poco matizada, con un sonido demasiado rudo y primario.



El japonés Kazuya Saito escogió el Concierto n° 3 de Prokofiev, una obra incisiva, percutiva, motórica, aunque, sobre todo en su segundo tiempo, Tema con variazioni, de lirismo muy concentrado; que supo ver bien el solista, con un buen juego acentual y un fraseo bien calibrado. Sin tener una gran pegada, se mostró ágil, decidido y preciso en el Allegro de apertura y especialmente conciso y seco, pero impecable, en el postrer Allegro ma non troppo, que acometió como provisto de un escalpelo, tal fue la exactitud de los ataques, lo cortante de las respiraciones y lo demoledor de la coda.



El tercero en quedarse sin premio gordo, solamente con la mención y el diploma de honor, fue otro japonés, Akihiro Sakiya, último ganador del Concurso de Jaén. De figura oronda, pero ágil y presto sobre el teclado, dio muestras, en el Emperador de Beethoven, de gran soltura y fácil mecanismo, pese a la relativa limpieza en las escalas de su entrada y a algunos intempestivos acelerones. La buena técnica no disimuló lo insubstancial de la expresión y lo maquinal de la ornamentación. Escaso vuelo en el Adagio y dificultosa progresión en los trinos. Sí evidenció la esperada finura en los pasajes intermedios -couplés- del Rondó final, que concluyó con brillantez.



El coreano David Jae-Weon Huh, segundo premio, abordó el Concierto n° 3 de Prokofiev de manera muy distinta a la del japonés Saito. Lo que en éste fuera enjuta concisión, sequedad ejecutora, urgencia, fue aquí variedad, colorismo y amplitud, fantasía y libertad de enfoques. Una aproximación que otorgó a la pieza mayor enjundia, pero que la apartó de la recta y equilibrada realización. Hubo lirismo del bueno en el Tema con variazioni y un gustoso, aunque caprichoso, fraseo. La RTVE no alcanzó en este caso, cansada sin duda, el nivel del acompañamiento a Saito.



El tercer premio fue para el chino Jianing Kong, que encaró el Concierto n° 4 de Beethoven con amplia gama de matices, mostrados ya en la enigmática frase inicial. La orquesta cantó bien la introducción y se acopló al ordenado juego del pianista, pero no pudo evitar ostensibles fallos de dicción en el Andante, dirigido por González de forma en exceso blanda, con ataques nada vigorosos. En todo caso, Kong puso de manifiesto detalles de fino artista, bien que en lo mecánico revelara algunas carencias de bulto. Lo que afortunadamente fue compensado por un sonido cristalino pero con peso. La extensa cadencia del primer movimiento no tuvo los grados de matización dinámica requeridos. El Finale fue ejecutado con solvencia y detalles reveladores de una notable sensibilidad.



El ganador, el sevillano Juan Pérez Floristán, mereció también del premio del público. Evidenció, en el Concierto n° 2 de Rachmaninov, fraseo fluido y bien construido, facilidad para el canto, control de dinámicas y sonoridad prometedora, quizá aún no del todo definida. El Maestoso inicial nos hizo ver ya la seguridad del trazo y la bien estudiada expresividad. Anotamos notable limpieza en los virtuosos pasajes previos al segundo tema, líricamente expuesto. Una de las mayores virtudes del instrumentista, la naturalidad, quedó evidenciada, luego de los precisos episodios scherzando del tercer movimiento, en la forma de exponer la gran y conocida cantilena, anunciada primero por el tutti. Algo muy importante: supo huir de los peligrosos edulcoramientos, tan afines a esta música. Hubo reservas para calcular bien las gradaciones dinámicas de la última parte y para acometer los acordes masivos de la postrera exposición. En el tourbillon final el artista andaluz no se arredró lo más mínimo. Y luchó a brazo partido con la poderosa orquesta. Las fuerzas se equipararon en la furibunda coda.



La decisión del jurado nos pareció justa en lo que atañe al primer premio y discutible en lo que se refiere al segundo, que nosotros habríamos otorgado al japonés Saito. Pero no hay que olvidar que los miembros de aquel senado escucharon a los pianistas -a los 20 de la última ronda- en intervenciones a solo y con cuarteto de cuerda; y tenían por tanto mayores elementos pare emitir un juicio.