Ya se van los gitanos por los caminos
Juan Peña el Lebrijano
En la muerte de Juan Peña el Lebrijano, el crítico José María Velázquez-Gaztelu comparte recuerdos y momentos de entrevistas y veladas pasadas con el cantaor.
Don Gabriel ya se fue y, ahora, lo acaba de hacer Juan, el que partiendo de unas claves musicales y expresivas procedentes de la más remota tradición, fue elaborando su propio lenguaje, implicándose, como una fascinante aventura, en un proceso evolutivo de gran calado, en el que la renovación se ha llevado a cabo sostenida por una poderosa y profunda cultura flamenca y por una sustanciosa educación musical, más que aprendida, mamada desde niño en el propio entorno de la familia.
Perteneciente a una extensa y prolífera saga de músicos gitanos, de "gitanos flamencos", como diría su hermano mayor, el gran guitarrista Pedro Peña, Juan el Lebrijano -cuya madrina fue La Niña de los Peines, que, por cierto, también asistió a su boda- descendía de Fernando Peña Soto, El Pinini, cantaor no profesional nacido en el siglo XIX, creador de unas originales variantes de la cantiña.En una velada con García Márquez el escritor le escribió: "Cuando Lebrijano canta, se moja el agua"
Hijo de la cantaora María la Perrata y emparentado con Perrate, Fernanda y Bernarda de Utrera, Miguel Funi, Pedro e Inés Bacán o Gaspar de Utrera, Lebrijano era tío del compositor y pianista David Peña Dorantes y del cantaor y guitarrista Pedro María Peña, que lo secundó en sus últimos conciertos. Ahora los recuerdo, con lleno hasta la bandera, ocupando el escenario del Teatro Bernadette Lafont, durante el Festival Flamenco de Nimes de 2015, en un concierto desbordado de emoción, de torrenciales dosis de generosidad por parte de Juan que, a pesar de no tener las brillantes facultades de antaño, ya que la salud le había jugado malas pasadas, sin embargo derrochaba arte, sabiduría flamenca y la entrega propia de un muchacho que empieza.
En esos días fríos y soleados de la ciudad francesa, siempre tan acogedora, y en los que el guitarrista Niño Josele y yo habíamos llevado a cabo, en el mismo teatro, un espectáculo -música y palabra- dedicado a Paco de Lucía, tuve tiempo de hablar largamente con Juan, de compartir recuerdos y revivir esas esplendorosas noches -como un ritual gozoso de la vida y el arte- con la presencia de su madre, sus hermanos y tantos amigos. La fiesta, rozando el amanecer, siempre terminaba con un canto coral en el que todos participábamos y su madre, María la Perrata, acompañada a la guitarra de su hijo Pedro Peña y su sobrino Pedro Bacán, hacía los solos: "Ya se van los gitanos/ por los caminos/ y la alegre caravana/ que ese es su sino…"
En estos momentos, encima del féretro con los restos de Juan el Lebrijano han colocado la bandera de la gente de su raza. "Ya se van los gitanos/ por los caminos…"