Lidia Navarro y Muriel Sánchez en un momento de Hablando (último aliento)
La actriz y dramaturga Ainhoa Amestoy estrena en el Teatro María Guerrero Hablando (último aliento), un texto de Irma Correa que explora de forma poética el tabú de la violencia machista, una realidad que aísla destruye y silencia a cientos de mujeres.
Para Correa, el sentido de la obra, ya desde el título, es dar voz a estas mujeres, tratar de expresar unos sentimientos que no son accesibles para nadie más que para la víctima. "Nadie sabe lo que verdaderamente se encuentra en el fondo de una desesperación, a excepción de la persona que la padece. David Foster Wallace hablaba de elegir entre el fuego y el vacío". Por eso el montaje es un canto a la libertad, libertad para elegir vivir y cómo hacerlo, y libertad para hablar, para "hacer visible esta realidad y conseguir que se hable sin tapujos. Que se ponga fin a la impotencia. Que se pongan medidas urgentes y efectivas. Que las ayuden a no tener que morir".
Un morir que, explorado como suicidio, se convierte en el otro eje clave de la trama. A través del punzante diálogo entablado por estas mujeres que pretenden dominarse mutuamente, interpretadas por las actrices Navarro y Muriel Sánchez, se irán perfilando los tormentos que les han conducido a esta situación y las amenazas que pueden provenir del exterior. "El montaje plantea el teatral y sugerente juego de espejos, de observación múltiple de uno mismo y del otro. En la vida ajetreada actual rara vez nos paramos a mirarnos y a mirar", explica Ainhoa Amestoy. "Nuestra propuesta invita al espectador a dedicar no solo un minuto de silencio sino más de una hora de silencio a pensar, de manera muy íntima y desde la máxima delicadeza de la que hemos sido capaces, en todas las víctimas que ha dado la violencia de género".
La arquitectura de la obra se estructura en torno al rico y poliédrico recurso literario del doble, el desdoblamiento de la personalidad. La protagonista, que pronto descubrimos como una sola persona descompuesta en dos actrices, es una mujer perdida que va a buscar en su otro yo la fuerza suficiente para quitarse la vida y alcanzar el ansiado descanso, para llegar a una decisión final. "Personalmente no defiendo el suicidio como única solución, ni quiero hacer desde la dirección escénica una obra pro-suicidio", asegura Amestoy, "pero sí creo, no obstante, que el teatro no debe edulcorar la realidad y también creo en la libertad del ser humano".
El montaje se hace eco de esta percepción entre onírica y personal, la realidad está filtrada a través del prisma de la protagonista. La pieza se desarrolla en una abstracción de la casa del personaje e incluso de su propia mente, una cárcel metafórica, cotidiana y atemporal. Elocuentes silencios y reveladores sonidos atraviesan de manera punzante su cerebro, sin controlar cuáles pertenecen a la realidad y cuáles están dentro de su cabeza. Llamadas de teléfono o golpes en la puerta crean un espacio sonoro (compuesto por Nacho Valcárcel) que es indicativo del hombre que está detrás de toda la historia interna que se representa ante nuestros ojos.
Y es que, a pesar de que su presencia ronda toda la obra, es llamativa la ausencia del personaje masculino, claro motor de la trama. "En ocasiones es mucho más poderoso un elemento escénico que no se ve y al que solo conocemos por alusiones que uno que se hace presente", afirma la directora. "Por ejemplo el personaje ausente por antonomasia de la literatura dramática española: Pepe el Romano, detonante absoluto del conflicto de La casa de Bernarda Alba. En Hablando el hombre se manifiesta en los sonidos, está en la atmósfera, está en la memoria emotiva de las protagonistas", explica Amestoy, que apunta que en caso de que se hubiese planteado una escena en la que apareciese el varón, "lo más interesante hubiera sido desarrollar no uno de los días más violentos, sino lo contrario, un día de contención".
Entre tanto drama real, destaca en la obra un final abierto, esperanzador. "La evolución de los últimos ensayos nos llevó a cerrarlo cada vez más por la concreción semiótica que demanda la escena", advierte Amestoy, "no obstante, se juega con cierta apertura en el ámbito de la recepción, ya que proponemos trasladar el testigo al espectador, de manera que adquiera cierta responsabilidad al ser miembro de esta sociedad y poder cambiarla", reitera. Pero la esperanza nace además del propio desarrollo de la obra, pues "tras un largo periodo de vida tortuoso, en el cual la mujer se ha visto anulada como persona e incapaz de relacionarse, de respirar, de vivir o de ser, al final del camino encuentra otra vez la fuerza, la entereza, la verdad y la autenticidad".