Fabio Biondi. Foto: Ana de Labra

Al frente de Europa Galante, ha asentando su prestigio como gran especialista mundial del barroco. Con este conjunto interpretará Los conciertos del adiós de Vivaldi en Oviedo y Madrid (18 y 19). Y en junio estrenará en el Palau de les Arts, donde ejerce como director musical, Piramo y Tisbe, de Johann Adolf Hasse.

Está Fabio Biondi (Palermo, 1961) a punto de completar su tercera temporada como director musical del Palau de les Arts (cargo compartido con Roberto Abbado). La ha aprovechado para trascender sus registros habituales. La Lucrezia Borgia de Donizetti, que dirigió en marzo, significa su desembarco en el romanticismo italiano, dominio en el que pretende seguir creciendo: ya tiene a Verdi en el punto de mira. Pero la carrera de este violinista y musicólogo está asociada sobre todo al barroco. Se fogueó en los 80 con las formaciones europeas más prestigiosas en este periodo, bajo la tutela de maestros como Savall, antes de fundar Europa Galante en 1990, un referente continental de la interpretación historicista. Con este conjunto visita Oviedo (Auditorio Príncipe Felipe, jueves 18) y Madrid (Auditorio Nacional, viernes 19). En atriles, los Conciertos del adiós de Vivaldi.



Pregunta.- Son conciertos escritos a la desesperada por Vivaldi en sus últimos días de vida. ¿Qué importancia tienen dentro de su vasta obra?

Respuesta.- Vivaldi se sentía marginado por el gusto imperante. Para ponerse al día intentó aproximar su escritura al estilo galante. Llama la atención el cuidado con el que trata el tejido orquestal. Tienen una magia contrapuntística que no es la típica de Vivaldi. Él solía volcarse en la escritura para violín, sin preocuparse tanto del acompañamiento. Era también un momento triste. Creía que su música no le sobreviviría. En estos conciertos aflora esa melancolía. Vivaldi dice mucho de sí mismo.



P.- ¿Cree que el boom vivaldiano puede desnaturalizar su esencia?

R.- El problema es que Vivaldi tiene una obra enorme y, en consecuencia, desigual. Hay muchas partituras que no valen mucho pero aun así, por ser suyas, se programan. Esa popularidad eclipsa a sus contemporáneos. Hay otros integrantes de la Escuela de Venecia del siglo XVIII que siguen ocultos injustamente.



P.- ¿Y por qué engancha tanto con el público de hoy?

R.- Por sus melodías, por su facilidad y por su optimismo. También porque su música muchas veces es una plataforma para la improvisación. Esa característica recuerda mucho al jazz. Sus conciertos pueden interpretarse sin repetirse.



P.- Hace poco se publicó en España El caso Vivaldi, donde Federico Maria Sardelli documenta la penuria de los últimos días de su vida y el maltrato posterior a su legado: los volúmenes con sus obras fueron troceados, olvidados en pajares, transportados en carretones de estiércol...

R.- Es una historia muy interesante, sin duda, pero creo que hay cierta injusticia en el hecho de reivindicar autores por pasajes oscuros de sus biografías. Eso supone, por ejemplo, que Haydn suene mucho menos que Mozart porque su vida fue de lo más anodino. El morbo por estas cuestiones a veces distorsiona el juicio sobre la calidad artística. La música es música, un lenguaje que va más allá de las anécdotas vitales y el malditismo.



P.- ¿Qué le empujó a consagrarse al barroco durante sus años de formación?

R.- Escuchar una grabación de Harnoncourt de La pasión según San Mateo de Bach. Yo era un violinista moderno, preparándome para el gran repertorio pero esa manera extraña de tocar, en los años 70, me cautivó. Comprobé que no se puede interpretar igual a Bach que a Debussy o Brahms. Implica un cambio del sistema del pensamiento. Ahora, con 57 años, me doy cuenta de que mi interés por el barroco era de tipo filológico. Es el lenguaje de fondo lo que me interesa. Primero fue el del barroco, luego el del clasicismo y ahora estoy entregado al romanticismo italiano.



P.- De hecho, este curso estrenó la Lucrezia Borgia de Donizetti. ¿Qué sello pretende imprimir a este repertorio?

R.- Hago especial hincapié en la relación de la dramaturgia y el canto, estudiando al detalle los tratados de época y los manuscritos. Yo ahora estoy trabajando con la primera edición de Macbeth y es fascinante ver hasta qué punto Verdi determina la manera de actuar de los cantantes. También busco devolverle el brillo a la orquesta, que en este repertorio ha sido habitualmente ninguneada en favor de la faceta vocal. Muchos detalles del pensamiento del compositor se han perdido. Yo intento que vuelvan a resurgir.



P.- Y en junio dirigirá también en Valencia Piramo y Tisbe, de Hasse, una auténtica rareza. ¿Cómo desembocó en esta ópera?

R.- Es que Hasse, a mediados del siglo XVIII, estaba en boca de todos. Hablar de ópera era hablar de Hasse. Había que hacerle justicia. Pero sus óperas son poco accesibles para el público actual porque es demasiado prolijo. Sus dramas suelen superar las cuatros horas. Piramo y Tisbe, basado en la Metamorfosis de Ovidio, dura en cambio una hora y veinte. Es una historia parecida a Romeo y Julieta, así que podemos mostrar la belleza de su música sin aburrir. Es la mejor manera de devolverle al corazón del público.



P.- ¿Qué balance hace hasta ahora de su etapa en Valencia, ciudad en la que se ha afincado?

R.- Asentarse en Valencia me parece lógico, aunque hoy los directores no suelen vivir cerca de sus teatros. Yo siento que debo estar cerca de mi orquesta, crear lazos familiares con los músicos. En el Palau de les Arts hay mucha energía, en todos los departamentos. Y eso ayuda mucho. Estamos muy satisfechos de haber abierto el Palau a la gente. Y en eso seguimos porque todavía hay muchos taxistas que se sorprenden cuando les digo que soy el director de la orquesta del Palau. Ni siquiera la conocen.



P.- Dice que en los últimos años ha sido testigo de demasiada vulgaridad en la música. ¿A qué se refiere exactamente?

R.- Muchos intérpretes piensan que la música de los grandes autores es una catapulta para su lucimiento. Sin embargo, debe ser todo lo contrario. Su labor no es lucirse ellos sino lucir las patituras de Verdi, Vivaldi, Bellini, Wagner y compañía. Esa inversión produce un efecto bumerán terrible. Hoy hay gente que viaja al fin del mundo para ver a un gran tenor, por ejemplo, y, cuando les preguntas qué ha cantado, ni lo recuerdan porque les da igual, sólo les importa la fama del tenor en cuestión. No debemos olvidar que la música es más grande que los músicos.



@albertoojeda77