Image: El j'acusse de Boadella contra Picasso

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Escenarios

El j'acusse de Boadella contra Picasso

2 febrero, 2018 01:00

Albert Boadella. Foto: Jaime Villanueva

El bufón más irreverente de la corte pone en la picota el mito de Picasso en su ópera El pintor, que estrena el próximo jueves en los Teatros del Canal. El fundador de Joglars firma el afilado libreto y Juan José Colomer la partitura. Blanca Li coreografía los pasajes de danza. Y Manuel Coves dirige a la Sinfónica de Madrid.

El diagnóstico de Albert Boadella sobre Picasso es contundente: "Un mito exagerado". Le tenía ganas desde hace tiempo. Le imputa una gran responsabilidad en "la degeneración de la pintura en artes plásticas". Por su culpa, razona, hoy el esfuerzo creativo plasmado en el lienzo es lo de menos, lo que importa es asentar un renombre y hacer caja. Ahora se dispone a ajustarle las cuentas en su terreno: las tablas. El bufón más irreverente de la corte lo asume como una obligación moral. Lo hará con su ópera El pintor, su primera incursión plena en el género lírico, después de los tanteos de El pimiento Verdi y Amadeo. Y tras manufacturar como regista un Don Carlo verdiano. Su j'accuse contra Picasso lo estrena el próximo jueves 8 en los Teatros del Canal, su casa escénica durante ocho años.

Boadella, que firma el libreto (la partitura es de Juan José Colomer y la coreografía de Blanca Li), ha ideado una ópera clásica, con sus dúos, tríos, concertantes… Y con Manuel Coves al frente de la Sinfónica de Madrid. La ha estructurado en tres actos. La acción la desencadena el pacto fáustico sellado por Picasso con Mefistóteles. "Llega a París con la conciencia de que es muy bueno. Y es verdad: lo que pinta con sólo 18 años ya es espectacular. Pero pronto se dio cuenta de que allí no era nadie. Renoir y Monet son glorias nacionales. Le carcome la envidia. Su obsesión es ser el mejor pero, de momento, vive en el Bateau-Lavoir, que es una especie de barracón donde pasa un frío de la leche", contextualiza Boadella en un despacho del Canal, tras hacer un alto en los ensayos. Es entonces cuando, en un viaje de absenta, se le aparece el maligno (interpretado por el barítono Josep Miquel Ramón) y le dice: yo te voy a enseñar el camino hacia el oro y la fama. Picasso recela: ¿y tú qué ganas a cambio? Mefistóteles es franco: el caos que vas a generar en el arte, eso gano.

En Monet o Goya se aprecia una honradez y una coherencia ausentes en Picasso, que solo buscaba épater le bourgeois"

Vengar el ego humillado

Picasso, encarnado por el tenor Alejandro del Cerro, acepta. Le empuja el ansia de vengarse de aquellos que le han pagado en las terrazas de París un mísero franco por sus dibujos, una irritante humillación para su ego ciclópeo. Rompe las formas, pinta a mansalva y utiliza su filiación comunista para forjarse un halo de luchador contra las injusticias. Así plantea el arranque de la ópera el fundador de Joglars, una compañía con la que también se adentró en el terreno pictórico. Recordemos Daaalí, donde el enfoque era totalmente opuesto. Boadella le dedicó un panegírico al pope del surrealismo. Ensalzaba su superioridad estética frente a los abanderados de la abstracción y su incorrección política, que arrojaba a la cara de los cultivadores del"buenismo fariseo". También reivindicaba el eco renacentista que alienta la ambición daliniana . "Tres cuartos de la obra de Picasso, en cambio, es malísima, simples monigotes que han sido elevados a iconos. Esa elevación, que es un procedimiento ajeno al arte, es su verdadero mérito. La gente los ve y les parecen ‘graciosos', con eso vale. Si a Leonardo alguien le hubiera dicho que un cuadro suyo era ‘gracioso', le habría partido la cara".

Boadella le recrimina que su producción masiva ("podía pintar 20 cuadros al día") disolvió el criterio del esfuerzo y el sufrimiento como uno de los baremos clave para calibrar el valor de una pintura. Pero ¿cabe afearle a Picasso esa imponente facilidad para pintar, ese don innato? "Aunque nos intenten camelar, hay cosas que son de cajón: no es igual ensayar un espectáculo dos semanas que cuatro meses. El resultado no puede ser el mismo, por mucho que uno sea un genio. Por eso en el pecado lleva la penitencia. Jamás llegó a pintar ‘el gran cuadro'. Dicen que Las señoritas de Avignon... No está mal pero bah... Hablan también del Guernica, pero este no es más que un hábil grafiti que se benefició de su empleo como símbolo antifascista". Dolors Caminal, su mujer, ha pintado los picassos que salen a relucir en el montaje. Su experiencia la esgrime Boadella como otra prueba del ‘fraude picassiano'. Ya colaboró con él en Don Carlo, ejecutando réplicas de tizianos. Aquí también ha hecho otras de Monet. "Estas le costaron lo suyo pero las de Picasso, una vez que pintó un par y le cogió el tranquillo, el resto ya le salían solas".

Toca ser irreverente con el irreverente Boadella. ¿Entonces debería haberse quedado instalado de por vida en la pintura figurativa, que dominaba con trazo impecable ya cuando era un niño? ¿Por qué obligarle al estancamiento? El bufón (oficio que tiene muy a gala) precisa: "No digo que no debiera evolucionar. Pero podía haber seguido el ejemplo de Monet. No es lo mismo su ciclo de nenúfares del Museo de la Orangerie, que pintó con casi 90 años, que sus cuadros primitivos del Museo de Orsay. Tampoco se puede decir que Goya no experimentara. Pero en ellos se aprecia una coherencia y una honradez ausentes en Picasso. Él sólo busca épater le bourgeois, sorprender, cambiar de estilo cada dos meses, pero su finalidad nunca fue la emoción".

Jamás llegó a pintar 'el gran cuadro'. Dicen que Las señoritas de Avignon pero bah... y el Guernica es un hábil grafiti"

Torero seductor

En la ópera tiene también un protagonismo particular Fernande Olivier (la soprano Belén Roig), primera amante con cierta importancia en la vida de Picasso. El turbulento affaire de ambos le permite a Boadella retratar la faceta de voraz conquistador del artista. Por momentos, lo perfila con el aire pinturero y chulesco de un torero. Olivier representa el daño que causó a las mujeres. En la coreografía de Blanca Li aparecen además sus esposas Olga Khokhlova y Françoise Gilot danzando. Picasso las apuntilla con sus pinceles, sádicamente. Otros personajes relevantes que afloran son Apollinaire, como ‘caudillo' bohemio de la pandilla de Picasso. O Velázquez, muy mosqueado con su versión de Las meninas. O un gurú africano, también muy enfadado con él por haber mercadeado con los símbolos sagrados de su tierra. Todos se mueven en una escenografía austera, que es una enmienda intencionada contra la megalomanía de algunos registas. "Muchos se han empeñado en disparar las acciones de la industria siderúrgica a base de puestas de escena pomposas", apunta irónico.

Boadella trata también con un punto de sadismo a Picasso hacia el final. Quien a hierro mata a hierro muere. Es la regla moral en que se apoya el director. Le enfrenta con los estragos que han causado sus decisiones. En el arte y en su vida personal. Picasso es testigo de los suicidios de Maria-Thérèse Walter (ahorcamiento), de Jacqueline Roque (disparo en la cabeza) y de su nieto Pablito (ingesta de lejía). Los sinsabores los atempera observando las subastas donde sus cuadros alcanzan precios de remate desorbitados. Pero su alegría ahí tampoco le dura mucho. De repente aparecen los pollocks que le arrebatan el estrellato en las pujas. Brama de rabia. Pero Mefistófeles lo acalla: "Pollock no es más que un alumno aventajado tuyo".

@albertoojeda77