Claude Debussy

Son varios los músicos que han llegado a la misma conclusión sobre Claude Debussy (Saint-Germain-en-Laye, 1862-París, 1918): estamos ante el inventor de la música moderna. Lo expresaron explícitamente compositores como Boulez o Falla. Para este último fue una figura crucial, por cierto, ya que le animó a profundizar en el flamenco. Ese consejo define muy bien la filosofía iconoclasta y anticartesiana de Debussy, que le llevó siempre a esquivar enseñanzas regladas y estructuras encorsetadoras. También a explorar el folclore de regiones alejadas a las capitales del clasicismo musical. Como el gamelán javanés, que le abdujo cuando lo escuchó en la Exposición Universal de París de 1889 y luego destiló en Pagodes, la primera pieza de su tríptico Estampes.



Aquella osadía no era una excursión exótica ni un guiño puntual u ornamental, como las que hicieron otros colegas suyos (Saint-Saëns, Bizet..., amén de tantos literatos franceses), sino una asunción plena de sus planteamientos compositivos: la escala pentatónica, las difuminación del color, la conjunción de texturas... Stravinski, otro al que tradicionalmente se asigna el título de iniciador de la composición moderna, sancionó el hallazgo: "Me impresiona cómo las extraordinarias cualidades de ese pianismo han orientado el pensamiento de Debussy".



Aquel hito en la historia de la música culta data de 1903. Pero ya antes Debussy había armado bastante jaleo con su irreverente antiacademicismo. El preludio a la siesta de un fauno, poema sinfónico estrenado en París en 1894 bajo la batuta de Gustave Doret, desbarató convenciones con su aparente desarrollo anárquico y caprichoso, ajeno a todo canon formal previamente establecido. No era exactamente así, pues un análisis más concienzudo de la partitura evidencia una arquitectura sustentada en la conexión de pequeñas células y motivos. Fauré resumió el desconcierto general con la siguiente afirmación: "Si eso es música, será que nunca he entendido lo que es música". Pero otros visionarios se pusieron rápidamente del lado de Debussy. Mallarmé, autor de los versos en los que se había inspirado, despejó sus dudas iniciales y al salir del concierto le escribió para elogiar "la finura, la sensualidad y la riqueza" con la que había 'traducido' su poema.



La conexión de Debussy con escritores fue constante y fructífera. Aparte de Mallarmé, nutrieron su obra figuras como De Banville, Gautier, Rimbaud, Verlaine, Rosetti, Heine, Dante, Maeterlinck... En el drama Pélleas et Mélisande de este último estaba basada su antiópera de título homónimo, otra de las partituras clave de su carrera, que se divide en cinco actos y doce cuadros. Estrenada en la Opéra-Comique de París en 1902, fue una partitura que volvió a crear una intensa división de opiniones. Debussy renunciaba a una trama narrada bajo el patrón clásico de planteamiento, nudo y desenlace. Evocaba, por el contrario, una serie de estampas cotidianas e intrascendentes. La prioridad era la construcción de una atmósfera simbólica, legendaria y misteriosa. La voz tenía una importancia capital por lo que evitaba estridencias en la orquesta y, en ciertos pasajes a dúo, la superposición de las líneas vocales, en aras de una mayor facilidad de comprensión.



En su época de estudiante en el conservatorio, Debussy ya se reveló como un lector voraz. También demostró unas especiales dotes para el piano. Aunque en un principio suscitó ciertos recelos entre sus compañeros y profesores por su brusquedad, acabó ganando algunos concursos y asimilando con hondura el pianismo de Chopin. Pero ya entonces mostraba más interés por las asignaturas teóricas. El compositor que llevaba dentro empezaba a mandar señales de su inquietud. Existe el lugar común de que sus padres no eran personas con querencia artística cultural alguna. Pero al parecer sí lo llevaban al Teatro Lírico, donde asistía a los estrenos de las grandes óperas del momento. El trovador de Verdi, confesó después, fue una de las que más impacto le causó. Esa primeriza cercanía al compositor italiano contrasta con el aborrecimiento que experimentó por el otro gran tótem operístico decimonónico, Wagner, del que terminó apostatando por su megalomanía y su pesadas estructuras.



Debussy apostaba por el ingrávido trazo impresionista. Queda de manifiesto, por ejemplo, en sus Nocturnos. Compuestos entre 1897 y 1899, en ellos jugaba a atrapar con las notas las sensaciones lumínicas que el término sugiere. El origen de su inspiración estaba precisamente en los cuadros del pintor impresionista estadounidense James McNeill Whistle. Debussy buscó liberar la música de las formas en las que había sido encasillada a lo largo de siglos. Pensaba que debía ser de alguna manera reflejo del bello caos sonoro que emite la naturaleza.



Aunque hay que tener cuidado con etiquetar a Debussy como músico impresionista, sin más. A él no le gustaba que se le estampara a sus composiciones. Ese rasgo, en cualquier caso, es uno más dentro de su rica paleta musical. La metáfora de la paleta, por cierto, no le va nada mal. Porque precisamente en el uso del color estriba una de sus más significativas revoluciones. Así lo afirmaba recientemente Daniel Barenboim con motivo del lanzamiento por Deutsche Grammophon de su disco consagrado a Debussy: "Alteró el curso de la historia de la música europea acuñando una nueva concepción del color". El director de la Staatskapelle de Berlín recorre alguno de sus gemas pianísticas. Junto al Claro de luna, procedente de su Suite bergamasca, y que Barenboim califica de "auténtica obra maestra", encontramos la delicadeza de sus Estampes, la ironía del vals Le plus que lente, la melancolía de su Elégie y la potencia poética del primer libro de sus Preludios.



No es el único registro editado al calor del centenario de su muerte. Sony también acaba de poner en el mercado una caja recopilatoria de cuatro cedés, que incluye grabaciones insólitas como realizada por la Orquesta Filarmónica de Radio France, dirigida por Mikko Franck, que incluye piezas como Printemps. Erato también insiste con Claro de luna, interpretado por Alexandre Tharaud, que además ha grabado un vídeo tocándolo junto al acróbata, bailarín y coreógrafo Yoann Bourgeois. Interesante aportación libresca a la efemérde es la publicación por La Uña Rota de las entrevistas y la correspondencia entre Debussy y Victor Segalen, un hombre de actitud renacentista que aunaba las condiciones de médico, etnólogo, arqueólogo, viajero y, sobre todo, poeta.



De su pasión por nuestro país da cuenta Andrés Ruiz Tarazona en su obra España en los grandes músicos, que publicará Siruela el 25 de abril. Curiosamente, la única visita de Debussy a España consistió en una estancia de apenas unas horas en San Sebastián pero tuvo la habilidad de reflejarla en obras como el tríptico Iberia, La Soirée dans Grenade y La Puerta del Vino. Tarazona recoge algunas declaraciones del artículo que Falla le dedicó en la Revue sobre esta querencia hispánica: "Nada como Debussy y su música española ha contribuido a liberarnos del pintoresquismo".



@albertoojeda77