7-14-21-28 de Antonio Rezza y Flavia Mastrella
Venecia vive estos días intensas jornadas de debate. Todo a cuento de una pregunta que está dando mucho juego. La lanzó Antonio Latella, al mando de la Biennale de Teatro desde el año pasado, cargo en el que relevó a Alex Rigola. ¿Hay alguna diferencia entre actores y performers? El propio Latella sí tiene claro que existe. La libertad es el criterio que básicamente delimita ambos conceptos. Lo ejemplifica con un testimonio al margen del circuito profesional escénico. "El otro día me comentaba un estanquero que él se siente un actor cuando cuando está vendiendo el tabaco: actúa para vender y ganarse la vida. Y que cuando sale de la tienda es un performer que deja de actuar".Antonio Rezza, ganador junto a su pareja artística, Flavia Mastrella, del León de Oro de esta edición, sostiene una perspectiva análoga: "Para el actor es imposible creer en todo lo que trabaja. No puede estar cambiando constantemente de personaje y resultar creíble en todo momento. No hay manera de conseguirlo. Por ejemplo, muchos actores, para mantener su estatus económico, deben encarnar a personas miserables o pobres de solemnidad. Es una paradoja que a mí no me parece justa". Denuncia así una hipocresía que parece inevitable en un oficio que obliga a enmascararse. Frente a esa controvertida dialéctica, Rezza reivindica su trayectoria. "Yo siempre he sido yo mismo en el escenario. He tenido y he luchado por el privilegio de trabajar con mi propio cuerpo, mis emociones, mis intuiciones y mis pensamientos".
Lo hemos comprobado en la trilogía suya programada por la Bienal. Con tres de los espectáculos más recientes de este tándem en el que ella idea el espacio escénico y él lo habita libérrimamente: Fratto-X, 7-14-21-28 y Fratto X. Impresionante despliegue de registros los de este showman. Un animal de escena que puede ser catalogado de saltimbanqui, humorista, mimo, malabarista, danzarín, sátiro... En fin, un performer integral. Básicamente, sus montajes son una concatenación de sketches que oscilan de la comicidad surrealista (nihilista en algunos casos) a la sátira contra la doble moral de algunos agentes eclesiásticos, la palabrería hueca de los políticos, el arte contemporáneo pagado de sí mismo... Su hiperactiva locuacidad sobre las tablas y su grácil ubicuidad recuerdan en algún pasaje a nuestro Rafael Álvarez 'El brujo'. Fascinante resulta también el inagotable partido que saca a las escenografías sencillas pero muy líricas de su compañera Flavia Mastrella, su cómplice desde hace más de 30 años.
El debate sobre la distinción entre actores y performers, en cambio, tiene para algunos participantes en la Bienal algo así como un paralelismo al entablado acerca del sexo de los ángeles. Consideran ya superada la dicotomía. Así lo cree por ejemplo Chris Dercon, exdirector de la Tate Modern y del Vollksbuhne Teatro de Berlín, que se hace eco de la corriente del 'teatro posdramático', acunada en su origen por Hans-Thies Lehmann. Tal teoría venía a limitar la jerarquía, hasta la fecha predominante, del texto en el teatro. En Berlín su legislatura al frente del llamado 'teatro del pueblo' fue bastante turbulenta precisamente por sus ideas innovadoras y por su deseo de imprimir a esta institución criterios procedentes de las artes plásticas.
Una escena de Spettri de Leonardo Lidi
En el simposio desarrollado en el palacio de Ca'Giustinian, también ha intervenido Pavel Sztarbowski, director del Teatro Powszechny de Varsovia, uno de los más populares de la capital polaca. Al frente de él lleva cuatro años. No fueron fáciles los comienzos porque ha impulsado una revolución radical de sus estructuras. De hecho, al término de la primera estación se vio obligado a despedir a algunos miembros del viejo equipo del teatro. Otros se marcharon antes por su propia voluntad. "El problema era que tenía la tradición de ser uno de los puntos de referencia de los actores más célebres del teatro polaco. Pero nuestra manera de trabajar apostaba sobre todo por la colectividad, no por los grandes egos, como el que tienen algunos registas en mi país, que te dicen eso de 'el teatro soy yo'". Con los actores el problema que tuvo recuerda a la emblemática película de Fernán Gómez El viaje a ninguna parte, donde los cómicos de la legua todavía actuaban conforme a cánones decimonónicos: engolando la voz y con ostentosa gesticulación. En el Powszchny ahora están dándole vueltas sobre todo a cómo absorber la energía de las calles polacas, revueltas contra un gobierno que a golpe de ley está pervirtiendo la división de poderes de Montesquieu, pilar básico de cualquier democracia. La idea que le inspira es la del teatro como asamblea.
La cuarta invitada en la conferencia, Bianca van der Schoot, directora del RO Theater de Rotterdam y performer, ha enfatizado su formación en el arte del mimo, que también es una alejamiento de uno mismo, de su genética y de su experiencia, para llegar a la neutralidad. "No es nada fácil conseguirlo porque todos tenemos marcas que son difíciles de encubrir". Uno de los métodos que suele emplear en sus proyectos escénicos son las máscaras. "Yo veo que muchos actores tienen miedo sobre el escenario y este crea una barrera con el espectador. La máscara diluye el ego y por tanto el miedo. El yo ya no es importante, lo que prevalece es el trabajo. Es un auxilio para el actor y al espectador le resulta más fácil proyectarse sobre el personaje".
La Bienal ha programado espectáculos de todo tipo que otorgan una base práctica a todas estas disquisiones teóricas que muchas veces acaban en callejones sin salida. Interesante es ver cómo los artistas salen de ellos confeccionando sus montajes. Como ha hecho Leonardo Lidi, ganador del concurso de jóvenes directores del festival veneciano el año pasado. Este ha presentado Spettri, su particular relectura de la obra de Henrik Ibsen. Su montaje es un magnífico ejemplo de cómo actualizar un clásico, manteniendo las esencias de la denuncia contra la mendacidad del dramaturgo noruego pero arropándolo con un lenguaje escénico contemporáneo. De alguna manera, esta propuesta con pasajes de una potencia dramática brutal (la escena de la lluvia) propone una conciliación entre lo performativo y lo actoral. Al fin y al cabo, el teatro debe jugar hoy con todas las armas para conquistar a un público que tiende a la dispersión y a algo más grave: la indiferencia.
@albertoojeda77