Charles Aznavour durante uno de sus últimos conciertos

"Sólo hay dos tipos de música: la buena y la mala", decía a comienzos del pasado año en su concierto en Madrid el cantante francés Charles Aznavour (París, 1924), seguro de que cuando desapareciera, su forma de entender la música, la chanson, género característico de buena parte del siglo XX, seguiría perviviendo. Una realidad que se pone hoy a prueba con el fallecimiento del intérprete, que ha muerto este lunes en París a los 94 años según ha confirmado su portavoz a la agencia France Presse y otros medios locales.



Aznavour, apodado embajador de la canción francesa y Charles Aznavoice, ha sido el cantante galo más conocido internacionalmente y de carrera más extensa en la historia de la música universal (70 años), y ha vendido más de 100 millones de discos y cantado más de 1200 canciones. En junio de este mismo año el cantante se había visto obligado a suspender su gira hasta finales de agosto por haber sufrido una rotura de húmero en dos partes del mismo.



De humildes orígenes, Aznavour creció muy identificado con los orígenes de sus padres, ambos armenios huidos del genocidio perpetrado en 1915 por el gobierno otomano. A su historia y a la de tantos millones de personas, especialmente en los últimos años, dedicaba siempre uno de sus grandes éxitos, Les émigrants, con la que iniciaba habitualmente sus recitales desde hace dos décadas.



Como él mismo ha contado en muchas ocasiones, su entrada en el mundo de la música se produjo por una puerta lateral. Antes de hacerse un hueco en el panorama parisino de los años 50 junto a los grandes exponentes de la chanson gala como Edith Piaf, Yves Montand, Juliette Gréco, Georges Moustaki o Gilbert Bécaud; fue durante casi una década compositor de canciones para El Gorrión de París, que comenzó a popularizar sus letras, además de tenerlo como chófer, mozo de comedor y secretario.



Entre 1946 y 1948 cosechó grandes éxitos, especialmente en Canadá y en Estados Unidos, pero regresó a París, siguiendo el consejo de Piaf para alcanzar un reconocimiento que le esquivaba. En 1956, por fin, triunfó clamorosamente en un recital en el mítico Teatro Olympia de la capital francesa. Antes, había recibido aceradas críticas que la decían que su enjuta complexión y su poco agraciada apariencia, no eran aptas para triunfar. "Ahora sigo vivo y en el escenario, y ellos están todos muertos. Esa es mi venganza", decía habitualmente en los últimos años, ya nonagenario.



Pero además de cantante, Aznavour fue además un productivo actor. Fue protagonista o secundario en 80 largometrajes, y trabajó a las órdenes de directores como Georges Franju (La cabeza contra la pared, 1959), Jean Cocteau (El testamento de Orfeo, 1960), Volker Schlöndorff (El tambor de hojalata, 1979) o Atom Egoyan (Ararat, 2002). Muy discreto en lo relativo a su vida privada, el cantante tuvo tres matrimonios, fruto de los cuales nacieron seis hijos, tres de ellos con su última esposa, Ulla Thorsell, con la que estuvo casado durante más de 50 años.



Canciones como La Bohême, recorrido nostálgico por la desaparecida bohemia de Montmartre, Comme ils disent, primera canción seria sobre la homosexualidad, revolucionaria hace ya 40 años, Je n'oublierai jamais, Emmenez-moi o Que c'est triste Venise, casi todas popularizadas en varios idiomas, español entre ellos, son ya clásicos atemporales de la música que hacen eterno a su autor más allá de su propia figura. Porque como aseguraba Aznavour, más allá de épocas y modas, la canción clásica nunca desaparecerá: "Siempre habrá alguien que quiera contar cosas dentro de este formato. Cuando nace un bebé, ¿su familia le canta rock'n'roll? No, ¿verdad? Pues entonces seguiremos cantando esas viejas melodías".