Versión de Luces de bohemia dirigida por Sanzol en el María Guerrero. Foto: Marcos gpunto
La de este año ha sido una cosecha atípica. Se han estrenado un número de obras formidables de autores españoles contemporáneos, lo que podría inducir a hablar de la generación de dramaturgos de este atribulado 2018. Pero gran parte de estos autores llevan muchos años ya de oficio, y no creo que pueda hablarse de generación pues, salvo la amistad, no comparten ni edad ni un pensamiento ni preocupaciones artísticas determinadas.Destaco en primer lugar a Pablo Remón (Madrid, 1977), cuya progresión como autor, también director de escena, ha culminado con la que es hasta ahora su mejor pieza: Los Mariachis. Remón comenzó 2018 con el estreno de El tratamiento en el Pavón de Madrid y poco después ofreció esta tragicomedia que volvía a mostrar su interés por la pura ficción, lo que le convierte en un antídoto contra el aburrimiento, el espíritu didáctico y la endogamia tan presente en el teatro actual. Los personajes de Los Mariachis pueden parecer surrealistas pero no es difícil toparse con ellos en ese gran geriátrico que son algunas zonas rurales de este país en el que está ambientada la obra y al que peregrina el político corrupto protagonista. Cuatro actores extraordinarios, algunos habituales cómplices del autor como Emilio Tomé y Francisco Reyes, a los que se sumaron Luis Bermejo e Israel Elejalde, la defendieron en escena.
Nao Albet (Barcelona, 1990) y Marcel Borrás (Olot, 1989) también hablan de corrupción en Mammon, desternillante road movie, sorprendente y fresca, con un genial comienzo que luego da un giro delirante y que mezcla géneros con el cómic y el cine. Y José Ramón Fernández (Madrid, 1962) ha sido otro autor que ha dado que hablar con Un bar bajo la arena, emocionante y divertido homenaje a los actores de la segunda mitad del siglo XX en forma de comedia coral capitaneada por Pepe Viyuela y Janfri Topera. Campanazo lo ha dado Juan Mayorga (Madrid, 1965), que nos ha brindado uno de sus mejores y más bellos textos: El mago. Tiene resonancias calderonianas, pero también recuerda a Ionesco y a veces se comporta como una comedia de situación. Hay que verlo, pero también leerlo (editorial La Uña Rota). Y reseñar los dos autores que se han medido en el circuito privado: Alberto Conejero (Jaén, 1978), que también enfrenta la memoria con la realidad en Todas las noches de un día, y Lucía Carballal (Madrid, 1984), con Una vida americana.
Los buenos espectáculos lo son porque todos los elementos que participan en ellos están compenetrados. Con El castigo sin venganza, Helena Pimenta potencia el verso de Lope del que se apropia un elenco en estado de gracia. Peris-Mencheta cautivó con el musical Lehman Trilogy, y también la versión escénica de Tiempo de silencio, novela de Martín Santos, que curiosamente guarda relación argumental (la tragedia de España) con Luces de bohemia. Esta última fue dirigida por Sanzol, garlardonado este año con el XII Premio Valle-Inclán. De esta versión de Luces queda para la memoria el trabajo interpretativo de Juan Codina como Max Estrella, uno de los más deslumbrantes que se han hecho.
Si hubiera que firmar un diagnóstico del teatro que se ha visto este año, diría que, con la excepción de algunos artistas que han hecho de la homilía su género predilecto en los escenarios, tenemos una excelente nómina de dramaturgos, también de actores, técnicos, directores... Falta, sin embargo, que el público refrende estos trabajos de forma notable. La mayoría de estas producciones son de teatros públicos, cuyas políticas de programación impiden que permanezcan en cartel durante tiempos más prolongados.
@lizperales1