Emilia Yagüe, Enrique Cornejo, Susana Rubio y Jesús Cimarro

Giras imposibles, precaria exhibición y distribución, la encrucijada de las entradas, las subvenciones como entelequia, la saturación del mercado, la difícil apuesta por los autores contemporáneos... 2019 promete ser un nuevo tiempo para los productores, económicos, sí, pero también creativos. Hablamos de todo ello con algunos de los que protagonizan la cartelera.

“Nunca se habla del valor de los productores en nuestro tejido escénico. Ellos son los que arriesgan el capital y los que realizan el trabajo más creativo”. Así reivindica Carlos Tuñón (Sevilla, 1985) a El Cultural el papel del productor con motivo de la puesta de largo de Un roble, obra de Tim Crouch producida por Nacho Aldeguer (Madrid, 1985) y Bella Batalla que puede verse hasta el 29 de enero en el Teatro Pavón Kamizake. “Son los que deberían ocupar los titulares”, reclama.



Y no le falta razón. Su labor, anónima en nuestro país, es muy destacada y valorada en otras culturas, donde el productor es una marca que crea valor añadido a la credibilidad y promoción del espectáculo. Es el caso de Declan Donnellan y Andrew Lloyd Webber en Reino Unido, Carlos Rottemberg en Argentina o Wim Vandekeybus en Bélgica, por poner solo unos pocos ejemplos. En España, nombres como José y Ramón Tamayo, Manolo Collado, José Carpena o Lina Morgan -entre otros muchos- pusieron las bases de la producción actual, que no tiene nada que envidiar, e incluso compite, con la de las primeras potencias escénicas.



Soy un productor económico pero también artístico. El productor no es sólo la persona que pone el dinero”, Jesús Cimarro

“Madrid es la quinta capital del mundo en producciones teatrales, muy a la par con París o Berlín y muy cerca de Londres”, destaca Jesús Cimarro (Ermua, 1965), nombre esencial en nuestra escena, al frente de Pentación (que gestiona teatros como el Bellas Artes y La Latina) y del Festival de Teatro de Mérida además de presidir en estos momentos la Academia de Artes Escénicas, la Asociación de Productores de Madrid y la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas de Teatro y Danza. “Nuestro papel se empieza a valorar ahora -explica Cimarro-. El productor no es el enemigo común o simplemente la persona que pone el dinero. Yo me considero un productor económico y artístico”.



La función del productor empresarialmente hablando está fuera de duda. Forman parte de un sector esencial para nuestra economía. Algunos datos muestran el impacto que iniciativas como las suyas producen en nuestro desarrollo. El Anuario de Estadísticas Culturales, publicado por el Ministerio de Cultura y Deporte a finales de 2018, indica que el empleo cultural ascendió en 2017 a más de 687.000 personas. Señala también que el número de empresas vinculadas a la cultura fue de 118.407, el 3,6 por ciento del total de empresas recogidas en el Directorio del INE. De ese porcentaje, la mayoría corresponden a empresas vinculadas, entre otras, a actividades como el cine y los espectáculos.



Inversión y precios

Acotando más las estadísticas a las artes escénicas, los datos de 2017 fueron esperanzadores. Según el Anuario de la SGAE, crecieron las salas (de 4.531 a 4.570), las representaciones (de 49.578 a 49.734) y los espectadores, con 97.984 más con respecto a 2016. El año 2017 se cerraría, según la SGAE, con un total de 13,6 millones de asistentes a algún espectáculo de artes escénicas. De ellos, el 88,4 por ciento se lo llevó el teatro. En cuanto a recaudación se elevó a 232,3 millones de euros, una subida del 1,2 por ciento sobre lo recaudado en 2016. Al igual que con los espectadores, la mayor parte pertenece a la partida de los ingresos teatrales.



Si no hay productor no hay teatro. Muchos miembros de la familia teatral trabajan a costa de su propia explotación”, Concha Busto


Un veterano de nuestra escena, Enrique Cornejo (Valladolid, 1941), con más de 50 años de trayectoria, gestor del Teatro Muñoz Seca de Madrid, Zorrilla de Valladolid, Isabel La Católica de Granada y el Auditorio El Batel de Cartagena, considera que una de las principales dificultades de la labor de un productor es la inversión. “Los costos no son parejos a su rentabilidad. Aunque haya una gran afluencia de público, los precios son sensiblemente inferiores a lo que deberían ser”, explica el responsable de montajes como En ocasiones veo a Umberto y Ponte en mi lugar (que aún pueden verse en la cartelera madrileña). Para Cornejo, el musical y el teatro clásico son los formatos más arriesgados: “En estos momentos falta, por parte de la administración, un apoyo promocional eficaz al teatro”.



Las giras son uno de los problemas con los que se encuentran algunos productores. Es el caso de Emilia Yagüe (Navafría, Segovia, 1960), que estos días presenta en el Fernán Gómez de Madrid Ay Teatro, un nuevo proyecto que incluye montajes como Mestiza y Todos hieren y una mata, ambas dirigidas por Yayo Cáceres. “Desde la aparición de la crisis los presupuestos destinados a cultura han bajado y el discurso es únicamente económico. Esto hace que se apueste por nombres conocidos por el gran público y por el pequeño formato. La clase media en el teatro, como en la sociedad, está desapareciendo”.



Opinión parecida es la de Aitor Tejada (Vitoria, 1961), sin duda uno de los nombres que más energía ha aportado, desde Kamikaze, a la reciente producción teatral española: “Cada vez es más difícil sacar un montaje de gira porque las representaciones se limitan a fines de semana, por lo que es muy complicado recuperar la inversión de los espectáculos”. Para el productor de obras como Idiota (con la que inauguró el Teatro Pavón) y La función por hacer (celebrado título de Miguel del Arco con la que se inició en el oficio), las compañías que no logran estrenar en Madrid lo tienen muy complicado para mantener a los actores con pocos bolos. “Es difícil que los números cuadren así”, se lamenta Tejada.



Aitor Tejada y Concha Busto

Precisamente fuera de la capital trabaja la productora y actriz murciana Esperanza Clares (Algezares, 1964) que, desde hace 35 años dirige Alquibla Teatro y que en estos momentos prepara el shakesperiano Mucho ruido bajo la dirección de Alba Saura. Para Clares, una de las lacras actuales de la producción es la desigualdad territorial: “En Murcia no existen ayudas a la producción desde 2009. Es, junto a La Rioja, Ceuta y Melilla, la Comunidad que menos invierte en artes escénicas. La ausencia de ayudas regionales castiga las producciones murcianas con una importante pérdida de competitividad en relación al resto de producciones nacionales”. Reconoce Clares a El Cultural que su principal escuela ha sido el “ensayo-error” y que su modelo de compañía es “estable y de repertorio” en sintonía con formaciones como Teatro del Temple, Albena Teatre, Corsario, Micomicón, Meridional o Histrión. “La dificultad de producir en una región tan pequeña te hace alcanzar cierto respeto entre la profesión”.



Acuciados por la crisis

Uno de los referentes de Clares -como del resto de la profesión- es el trabajo que durante años ha realizado Concha Busto (San Sebastián, 1945). Acaba de terminar Sensible, con versión y dirección de Juan Carlos Rubio, y ha tenido recientemente en el escenario de La Abadía La Strada de Fellini y Mario Gas. Para Busto, la saturación del mercado está lastrando la producción: “Quizá acuciados por la crisis, muchos miembros de la familia teatral trabajan puntualmente a base de su propia explotación”. Busto considera que el productor teatral está poco valorado, que no existe la conciencia de que “si no hay productor no hay teatro”. Al contrario que la producción cinematográfica, que “cuanto más se exhiben las ‘latas' más se amortiza el producto”, en el teatro, según Busto, a mayor exhibición, mayores son los costos: “Hay que hacer muchas actuaciones para conseguir que sea rentable”.



El musical y el clásico son los formatos más arriesgados. Falta un apoyo eficaz por parte de la administración”, Enrique Cornejo

Otro de los desafíos a los que se enfrenta una productora es la apuesta por los autores contemporáneos. “Es casi imposible”, explica a El Cultural Susana Rubio (Madrid, 1963), que, desde Entrecajas y junto a Chusa Martín, ha impulsado buena parte de la obra de Juan Mayorga. Entre otros montajes, los de El Cartógrafo, El Mago (en gira) e Intensamente azules (hasta el 10 de febrero en La Abadía). Para Rubio, las dificultades arrecian en la exhibición. No en vano tuvo que frustrar dos montajes, Hedda Gabler e Isabel La Católica, por intentar realizarlos en espacios no convencionales: “La crisis económica y de valores se ha llevado el dinero de la cultura institucional y no retorna, ni lo hará, a corto plazo. Eso significa que España, con un 95 por ciento de recintos públicos, no es capaz de gestionar producciones teatrales que son en un 90 por ciento privadas. Si todos esos espacios gestionaran producciones públicas la mayoría tendrían que cerrar”.



Para Rubio, en cualquier otro proyecto el papel del productor es el más importante pero en el teatro la cosa cambia: “A pesar de arriesgar tu capital, de solucionar los problemas a lo largo de todo el proceso, de ser el último en recuperar tu inversión y de conseguir beneficios que serán destinados a seguir produciendo (es decir, trabajando para la cultura y generando empleo), tu capacidad de decisión en las cuestiones puramente artísticas se relega en muchos casos a la última posición”.



A pesar de arriesgar tu capital y de solucionar los problemas, muchas veces eres la última en cuestiones artísticas”, Susana Rubio


Generalmente es el productor el que invita a un director a llevar las riendas de un proyecto. “Rara vez se produce el proceso inverso”. Es la opinión de Dania Dévora (Las Palmas, 1953), que, desde Canarias con DD&Company y Womad, se ha consolidado como un nombre esencial en el mundo del teatro y de la música. Nathalie X, de Philippe Blasband, Las Cervantas, de José Ramón Fernández e Inma Chacón, y El hombre duplicado, de Saramago, son algunos de sus montajes recientes. Dévora insiste en el apartado de la distribución: “Se puede dar la surrealista circunstancia de tener un montaje impecable y muy celebrado por aquellos que lo ven que finalmente se queda sin poder girar debidamente porque no cuenta con el beneplácito de una distribuidora concreta, que ya tiene marcada sus propia agenda con otros criterios”. Dévora concluye que para que un proyecto eche a andar es necesario respetar escrupulosamente todos los escalones de la industria teatral.



Volver al público

Pero ¿qué dicen los novísimos? Quizá el último en incorporarse a la producción más novata es el mencionado Nacho Aldeguer, que en sus dos años de vida como productor reconoce haber iniciado su carrera con 20.000 euros para El amante, de Pinter. El monólogo Sea Wall (que podrá verse en marzo en Madrid), un texto de Olivia Delcán para mayo y un Lear para los Teatros del Canal son, junto al mencionado Un roble, algunos de sus proyectos.



Su trabajo en Bella Batalla junto a Tuñón, Mayte Barrera y Rosel Murillo está destinado a volver a la raíz del oficio: conectar con el público. “He escuchado muchas historias de sacrificio en el teatro pero se comparten poco con el público”. Para los jóvenes, reconoce, la Administración juega un papel determinante: “Poca gente puede afrontar los gastos de constituir una productora y mantenerla pagando 300 euros mensuales, sortear el papeleo para las subvenciones y conseguir una ayuda, especialmente teniendo poca o ninguna trayectoria como es mi caso”.



@ecolote