Un buen éxito ha cosechado Heras-Casado en su debut como director de la Tetralogía wagneriana, que el Real va a programar en cuatro años consecutivos (una pena que no se hagan las cuatro óperas en la misma temporada). En su versión de El oro del Rin es verdad que -permítasenos el chiste facilón- no ha sido oro todo lo que ha relucido, pero en general ha conseguido, al frente de la Sinfónica de Madrid, una sonoridad muy convincente, rudezas y episódicas faltas de concentración aparte, y ha sabido organizar con buena mano el discurso.
El director granadino y el conjunto madrileño vuelven a encontrarse, en este caso dentro de la programación particular de la formación, que desde hace años viene montando su propia temporada en el Auditorio Nacional. Será el miércoles. En el programa, las Sinfonías 1 y 2 de Anton Bruckner, obras poco frecuentadas, sobre todo la primera; aunque lo sea todavía menos la llamada 0. Curiosamente, ambas están escritas en do menor. A pesar de que son partituras hasta cierto punto de juventud, se ve ya en ellas el talento del gran sinfonista, constructor de complejas y gigantescas estructuras, heredadas de antiguas formas barrocas, de ciertos hallazgos beethovenianos y schubertianos.
Las extensas peroraciones y los grupos temáticos requieren un tratamiento singular. El año pasado Heras programó con la misma formación la procelosa y adusta Sinfonía n° 5. La Orquesta Nacional ha ofrecido hace unos días una estimable interpretación de la Segunda, con Eschenbach al frente.