Después de unos meses en los que la barcelonesa Rosalía se ha convertido en una gran estrella mundial que actúa en Coachella y es aclamada en medio mundo, la catalana regresaba a casa en medio de una expectación enorme. Medio flamenca medio Beyoncé, Rosalía se ha propuesto convertirse en una gran estrella al estilo americano con unos shows muy elaborados y unas coreografías espectaculares. Todo ello, sin dejar atrás sus raíces porque en su performance del Primavera Sound hubo reguetón (ahí esa canción Con altura, junto a El Guincho, que la secundaba en el escenario pero no J. Balvin, que aunque actuaba después no apareció) pero sobre todo el flamenco. Hubo muchas palmas y mucho “tra tra” en un concierto que sirvió para repasar los temas ya míticos de su segundo álbum, El mal querer.
Ante 63 mil personas, récord histórico, Rosalía habló en catalán, en castellano y en inglés mientras se dedicaba a hacer unas contorsiones en el escenario que elevaban su espectáculo a la altura de las grandes estrellas sajonas internacionales. Hubo momentos para la nostalgia y la reivindicación histórica como esa versión de Te estoy amando locamente de Las Grecas que fue recibida con vítores por el público local. Fue un show directo, poderoso pero no perfecto. Rosalía mueve mucho dinero y se ha convertido en un negocio inmenso y a su directo, algo corto en tiempo, le faltó un poco de espontaneidad y de urgencia porque a veces daba la impresión de que todo estaba demasiado bien medido y prefabricado. Sorprende la profesionalidad y el nivel de Rosalía, ganado con mucho esfuerzo, y es muy remarcable que haya alcanzado un nivel tan alto. El próximo paso será ganar en espontaneidad.
Cuando terminó Rosalía la locura llegó con el colombiano J. Balvin, que arrasó literalmente el Primavera Sound con un concierto espectacular que dejó al respetable con la boca abierta. Lo dijo él mismo al poco de empezar su concierto, era un acontecimiento histórico que el reguetón sonara por primera vez en el escenario grande del festival indie por antonomasia y el artista se dejó la piel para que fuera un éxito. Con unos audiovisuales que reproducían un mundo con tonos infantiles y coloristas lejanamente inspirado en la estética anime, Balvin estuvo grandioso en un concierto en el que reivindicó la fuerza de la música latina mientras era acompañado en el escenario por bailarines disfrazados de personajes como el monstruo de las galletas. Cerró su show Mi gente, canción que ya es un himno de los nuevos tiempos y sonó con impresionante fuerza.
Más música de raíz latina con el poderoso show de otra colombiana, Kali Uchis, aunque en su caso creció en Estados Unidos. La artista apareció con lo parecía un bikini en el escenario para deleitar al público con sus sensuales movimientos. Fusión entre el pop anglosajón y los ritmos tropicales, Uchis es un animal escénico y compensó su aún escaso repertorio con una performance enérgica y llena de vida. Y en otro tono, Solange, nueva reina del soul, pudo lucirse en el escenario grande gracias a sus impresionantes canciones pero por algún motivo la hermana de Beyoncé parece que llegó a Barcelona con más ganas de dar un mitin político que de cantar y por momentos uno deseaba que dejara de soltar discursos en el escenario y se dedicara a lo suyo.
No solo hubo flamenco y reguetón. Los veteranos Primal Scream ofrecieron uno de los conciertos más esperados de la noche en pleno come back de la banda de Bobbie Gillespie. Ante cientos de cuarentones que vibraron en los 90 con su rock electrónico que exaltaba la cultura rave que triunfaba en la época, con el cabello teñido de negro y cara de señora a Gillespie se le ha puesto una cara parecida a la de Alice Cooper y es de celebrar que el hombre se entregue para que su música tenga la fuerza de siempre. Estética psicodélica y una clara influencia del blues acercaron a los británicos al sonido de los Rolling Stones en un concierto vibrante que demostró que siguen teniendo mucho ruido por hacer.