Diez años y una función por rehacer
Miguel del Arco y su compañía Kamikaze celebran el décimo aniversario de La función por hacer representándola con su elenco original
26 junio, 2019 09:04“Creo que sí, que estas representaciones pondrán el punto final a la apasionante aventura de La función por hacer”. Es lo que dice Miguel del Arco, ganador del Premio Valle-Inclán en 2013, sólo un día antes de ponerla en escena, este miércoles, sobre las tablas de la sala principal del Pavón-Kamikaze, que ha transformado en un teatro a tres bandas. La reposición conmemorara el décimo aniversario del nacimiento de uno de los milagros escénicos más estimulantes y aleccionadores del teatro español en los últimos años. Este tipo de declaraciones hay que ponerlas siempre en cuarentena, sobre todo si las pronuncian toreros, músicos o teatreros. Pero el director madrileño asegura tener claro que el ciclo de esta obra quedará cerrado el próximo 26 de julio. Toca un colofón festivo, y ya.
Todo empezó el mes de agosto de 2009. Mientras Madrid funcionaba a medio gas, en un local de la calle San Roque, muy cerca de la Gran Vía, los ensayos de la original y libérrima versión de Del Arco de Seis personajes en busca de actor cobraban un vuelo y una energía que alucinaban a su artífice. Magia y química fluían a la par. “Antes de encerrarnos a trabajar, mucha gente nos decía que con una propuesta así, tan compleja, no íbamos a ninguna parte. Que no se iba a entender y que por lo tanto no tanto no nos iban a dar ninguna oportunidad”, recuerda Del Arco, que quedó fascinado con la pieza pirandelliana en su época de estudiante en la Resad.
Aquellos agoreros, la verdad, tenían razones de peso para rebajar las expectativas, aunque sonaban a la prudencia de los mediocres. Contra ese vaticinio, Del Arco, Aitor Tejada (su cómplice original en la ingrata faceta de productor) y sus intérpretes se acogieron al célebre lema virgiliano: Fortuna audentes iuvat (La suerte está del lado de los audaces). Y así sucedió. Se la jugaron sin tener un contrato previo que les cubriera las espaldas con ningún teatro. Al término de los ensayos organizaron tres pases para amigos en el propio local. “Sentíamos que teníamos algo muy potente entre las manos pero nunca te puedes fiar. Hasta que no lo muestras en público no sabes nada a ciencia cierta. Muchas veces tienes esa percepción optimista y luego te llevas una hostia”. No fue el caso. El pálpito se confirmó. La primera jornada llenaron las cuarenta localidades. La segunda tuvieron que ir a por más sillas. Y la tercera la demanda ya se había disparado: mucha gente tuvo que quedarse fuera.
Entre los asistentes a esas funciones seminales estaba Ayanta Barilli, última finalista del premio Planeta y en aquella época inquieta programadora del Teatro Lara. Ella les hizo el primer hueco en la cartelera comercial. En diciembre de ese año Bárbara Lennie, Israel Elejalde, Manuela Paso, Raúl Prieto, Miriam Montilla y Cristóbal Suárez tomaron el vestíbulo del vetusto teatro de la Corredera Baja de San Pablo. Caían nevadas disuasorias y las funciones comenzaban a hora tardía, cuando acababa el espectáculo de la sala principal. Pero el viejo método del boca a oído funcionó a una velocidad vertiginosa aun a pesar de no contar con ningún apoyo publicitario y en una época en el que el uso de las redes sociales, con su enorme capacidad para viralizar mensajes, no estaba tan extendido como en la actualidad.
El reclamo más potente era lo que acontecía en las minúsculas dimensiones del hall del Lara, convertido en una olla a presión metateatral: el dispositivo pirandelliano que enfrenta a actores y personajes y, de paso, plantea una reflexión sobre el reflejo de la realidad en el teatro dejaba al personal ojiplático. “Es muy difícil saber por qué cuaja una obra y otra no. Es algo que te preguntas a toro pasado y nunca tienes del todo claro. El caso es que es, si conecta con la gente, dan igual las circunstancias: acaban yendo. Eso sí que lo he comprobado. No importa que coincida con el fútbol, que se ponga muy pronto o muy tarde, que haga frío o calor… Yo creo que en La función por hacer la clave fueron los actores. Lo de estar en estado de gracia era una evidencia”.
Para muchos de ellos, entonces en la delicada fase de cimentar sus carreras, supuso un espaldarazo definitivo. Elejalde recuerda que andaba atascado en papeles de teatro clásico que no terminaban de convencerle. De hecho, Del Arco y él empezaron a forjar su amistad en el montaje de El anzuelo de Fenisa que manufacturó Pilar Miró para la Compañía Nacional de Teatro Clásico. El primero ejercía de galán y el segundo intentaba dar realce a un papel de poca monta. Ninguno estaba en su salsa, algo que prueba su inclinación posterior por las voces contemporáneas, a las que tanta cancha están dando desde que refundaron el Pavón convirtiéndolo, junto a Aitor Tejada y Jordi Buxó, en el Kamikaze.
Un nombre nipón que retoma la filosofía que les impulsó aquel verano de 2009: se abandonaron a sus convicciones soslayando los elementos que podrían volverse en su contra. En aquellos encierros en San Roque fundaron una filosofía y un código escénico que luego ha perdurado: dirección abierta a sugerencias de los actores, búsqueda constante de consensos, atrezos escuetos y funcionales, huida del aburrimiento como de la peste, sentido de pertenencia a una compañía donde el colectivo prima sobre las individualidades, puestas en escena eléctricas y dinámicas, desbocadas por momentos, sostenimiento de los espectáculos en la palabra y la interpretación, máxima cercanía con el público, con el que se crea la impresión de conspirar conjuntamente...
Al público es precisamente a quien Miguel del Arco quiere agradecer el éxito. Se acuerda de muchas personas que fueron esenciales en propiciarlo. Como Mario Gas, que les abrió el Español. O José Luis Gómez, que hizo lo propio en La Abadía. Oportunidades que contribuyeron a generar esperanza en tiempos críticos: los creadores del circuito off vislumbraron que era posible el salto a los escenarios ‘nobles’, a los ‘escaparates’ de mayor renombre. “Sí, fueron fundamentales pero es sobre todo al público al que quiero mostrar mi gratitud. Este camino lo hemos recorrido juntos. Nos hemos sentido muy acompañados desde el principio. Ha habido mucha gente que nos ha buscado, que nos ha seguido y que nos ha dicho que gracias a La función por hacer se enamoraron del teatro”.