La controversia en torno a la figura de Cicerón no ha cesado desde su muerte en el 43 a. C. Las opiniones se posicionan en extremos totalmente dispares. “Unos ensalzan su coherencia política y su integridad moral; otros, en cambio, lo presentan como un político vanidoso, oportunista y débil de carácter”. Así lo expresa uno de los dos estudiantes que protagonizan la obra Viejo amigo Cicerón, de Ernesto Caballero, que se estrena en el anfiteatro romano de Mérida el próximo miércoles 3 de julio.
El joven investigador que enuncia tal confrontación de pareceres está preparando junto a una compañera un trabajo de final de licenciatura sobre el célebre jurista. Ambos se encuentran en una biblioteca realizando sus pesquisas para esclarecer quién fue realmente este hombre que, con licencia del poeta Ángel González, podríamos describir como “fieramente humano”. La inmersión en las biografías publicadas sobre él les desespera: topan con continuas contradicciones que les impiden aclararse y tomar un camino. “La verdad es que cada época ha leído a Cicerón de manera diferente. Aunque hay un fenómeno que es casi más interesante: Cicerón, por su parte, también ha leído cada época. Ahora, por ejemplo, también nos está leyendo a nosotros”, explica a El Cultural Caballero, resaltando que su ejemplo sirve para calibrar el grado de desarrollo democrático y el respeto a la ley de una sociedad.
"Cicerón nos enseña que el derecho de ciudadanía aúna diferencias sin anularlas. Eso es la convivencia". Caballero
Y por ahí el dramaturgo madrileño, que agota su mandato al frente del CDN a final de año, abre un sugerente diálogo con la actualidad. Concretamente, con uno de los frentes más enconados de la política española: el conflicto catalán. Ya sabemos que él no da puntada sin hilo, ni en sus textos ni en los montajes que dirige. Es significativo que firme la obra en Madrid y Barcelona, un detalle que revela su afán por terciar con ánimo conciliador en el entuerto que tensa las relaciones entre ambas capitales. Cuando la productora catalana Focus le encargó escribir algo para Mérida, estuvo rastreando nombres relevantes de la cultura grecolatina y decidió concentrarse en el autor de Las catilinarias por la luz que podría arrojar su legado sobre este capítulo candente. “Intentando no pecar de cronocentrismo, sí se puede decir que Cicerón nos ofrece algunas enseñanzas válidas para nuestro presente. De entrada, como premisa básica, que el mínimo común moral está en las leyes y que el procedimiento para cambiarlas está en el propio ordenamiento jurídico. La segunda es que el derecho de ciudadanía aúna las diferencias sin anularlas. Este es otro principio mínimo de cohesión que permite la convivencia de todos con todos. Y la tercera es su fuerza como emblema del cosmopolitismo. A él precisamente se debe la frase ‘Ubi bene, ibi patria’, que viene a significar que tu patria está donde te encuentras a gusto”.
Destierro y expropiación
Toda esta reflexión sobre la vigencia de las leyes viene a cuento de algunas decisiones clave que tomó Cicerón. Como permanecer fiel a la legalidad republicana cuando César cruzó el Rubicón. A pesar de la amistad que le unía al caudillo militar, se puso del lado de Pompeyo, lo que le valió el ‘destierro’ y un perjuicio patrimonial. Luego, cuando César dio rienda suelta al tirano que llevaba dentro, se sospecha que fue uno de los autores intelectuales del magnicidio de los Idus de Marzo. “Cicerón –añade Caballero– es lo contrario de la dejación de funciones. Siempre encaró los conflictos de su tiempo. Es algo que contrasta con la pasividad de muchos intelectuales de hoy. A mí me recuerda, salvando todas las distancias, a un Fernando Savater, que se molesta cuando le llaman héroe cívico porque, dice, quien le llama eso aprovecha para ponerse automáticamente tres o cuatro pasos por detrás de él”.
"El texto no es ni un docto discurso ni una toma de posesión hierática ni un panfleto 'agitprop'". Mario Gas
Mario Gas, encargado de la puesta en escena, afirma que Viejo amigo Cicerón es un testimonio valioso “para desactivar posturas apriorísticas que renuncian al diálogo y prefieren el enquistamiento”. En ese sentido, añade, “es una obra de rabiosa actualidad, que dice cosas que están muy bien que se escuchen en voz alta sobre un escenario”. Pero su montaje intenta extraer la potencia universal y atemporal de Cicerón: “Lo que más me interesa del texto de Caballero es que no es un docto discurso ni una toma de posición hierática. Tampoco un panfleto agitprop ni un análisis exhaustivo. Para ocuparse de Cataluña ya están los telediarios y los opinadores. Aquí a lo que asistimos es a un juego para descubrir al verdadero Cicerón”. Un juego metateatral, porque esos dos estudiantes, encarnados por Miranda Gas y Bernat Quintana, en un momento dado acuerdan expresarse desde la perspectiva de dos de las personas más cercanas a Cicerón: Tirón, esclavo manumitido que acabó siendo su fiel secretario, y Tulia, su única hija, que le dejó destrozado al morir por las complicaciones del parto de su segundo vástago. A ellos se suma un misterioso profesor, Marco Tulio, que orienta sus pesquisas y da réplica a sus argumentos. Este acaba mutando en trasunto del mismísimo Cicerón, completando así el viaje en el tiempo hasta la Roma tardorepublicana.
Un clásico sin togas
Teatro dentro del teatro que Mario Gas no subraya ni con togas ni con declamaciones campanudas. Ha intentado alejarse de la estética historicista que sí presidió Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano, producción en la que repitió la receta: estreno en Mérida y Pou como cabeza de cartel. El veterano actor confiesa que de entrada la propuesta de dar vida a Cicerón no le entusiasmó tanto como la de vestir la túnica del tábano de Atenas. Disfrutó mucho paseando descalzo por los escenarios españoles dando lecciones a los jóvenes sin cobrar nada a cambio y rebatiendo los argumentos de los sofistas. “Cicerón no es para mí un filósofo, es un jurista que acaba entrando en política, un maestro de la oratoria. Un hombre culto y preparado que proyecta cierta altivez”, señala Pou. “Lo bueno es que esta obra en realidad me permite hacer dos personajes en uno: al propio Cicerón y a ese maestro que conoce tan bien su vida y su obra”. Lo hará trajeado con atildamiento profesoril, semejando un cátedro de universidad británica de alcurnia (léase Oxford, Cambridge…).
Lo que sí emparenta a Cicerón y Sócrates es su trágico final. Ambos murieron ejecutados. El primero a manos de los sicarios de Marco Antonio, que colocaron su cabeza en la rostra del Foro. Vengaban así la muerte de César. El segundo bebiendo cicuta. Los dos pudieron sortear ese desenlace abandonando Roma y Atenas, pero prefirieron quedarse y asumir un final terrible pero ejemplar. “Manifestaron una gran honestidad e independencia, más allá de sus humores y sus decantaciones personales. Decidieron morir enarbolando sus convicciones”, apunta Gas. “Eso es lo que prevalece en este personaje con tantas aristas”, añade Caballero, ciñéndose al habilidoso orador. “Destaca la defensa de sus principios y de la legalidad del régimen republicano, que fue un marco de convivencia golpeado por todas partes. Además, arremetió contra la retórica efectista y mistificadora, esa que hoy predomina en la publicidad”.
"El milagro del teatro es que puede concentrar todas las emociones del mundo en un metro cuadrado". J. M. Pou
No es difícil identificar entre Viejo amigo Cicerón y El autor de Las meninas, su último texto estrenado, evidentes concomitancias. Sobre todo el diálogo pendular entre pasado y presente, que se iluminan mutuamente al entrar en contacto. En la desternillante pieza sobre el célebre cuadro velazqueño ese diálogo era posible gracias a las ensoñaciones y desvaríos de la monja interpretada por Carmen Machi. En Viejo amigo Cicerón opera, como dijimos, mediante un consenso de los personajes, que aceptan la teatralísima convención de jugar a ser quienes no son. Ambas obras, revela Caballero, forman parte de una trilogía a la que hay que agregar Piedra blanca, otro título que ya tiene escrito y que se adentra en la Inglaterra victoriana. No faltan en ellas mordiente irónica y una intención divulgativa para los jóvenes. En su revisión ciceroniana se cifra sobre todo en una frase que pone en boca del senador. Se la espeta a los dos investigadores: “Somos muy frágiles y, si te descuidas, cualquier conquista se puede ir al traste en un abrir y cerrar de ojos”.
Intimismo intelectual
Viejo amigo Cicerón, a priori, no parece una obra muy adecuada para las dimensiones mastodónticas del anfiteatro romano de Mérida, donde se acaba de estrenar la ópera Sansón y Dalila de Berlioz con cerca de 400 personas sobre su escenario. Esta vez sólo subirán tres actores, que se moverán entre anaqueles plagados de libros. Mimbres acaso demasiado íntimos para un contexto tan grandilocuente. Pero Mario Gas no ve el problema. “No vamos a renunciar a la esencialidad que tiene el texto ni vamos a ofrecer un sucedáneo de Los diez mandamientos o Ben Hur. Como siempre, intentaré no distraer ni al público ni a los actores con cosas que no sean fundamentales. Tejo un tapiz que explique la obra lo mejor posible”.
Cuenta, por otro lado, con una garantía: no olvidemos que Pou debutó en Mérida en… ¡1971! Domina como pocos actores en España ese hábitat sagrado. Allí dirigió también Fuegos de Yourcenar en 2013. Otra puesta en escena de carácter íntimo, por cierto (transcurría en un pequeño jardín japonés). Así que para los que duden de que estamos a punto de vivir un momento teatral de altura, advierte: “El teatro es un milagro que puede concentrar todas las emociones del mundo en un metro cuadrado, el que ocupa un actor sobre el escenario. Tenemos todos los ingredientes para agarrar por el cuello a los espectadores”.