Denis Rafter (Dublín, 1942) se instaló en España a finales de los 60. Este 2019 cumple 50 años de fecunda estancia aquí. A pesar de su marcado acento anglosajón, se ha mimetizado con nuestra cultura, por la que siente devoción. En particular, por nuestros clásicos áureos. De ella da cuenta, por ejemplo, su labor docente en la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Por eso ha querido festejar tal aniversario acudiendo al mayor referente literario español de esa época inigualable: el caballero de la triste figura de Cervantes, al que se ha llevado a su tierra natal. El resultado es el monólogo Don Quijote de Dublín, que presenta en el Festival de Almagro este martes y el miércoles (Teatro Municipal).
“Tres culturas han tenido un fuerte impacto en mi vida artística: la irlandesa, la inglesa y la española. Quería presentar una obra con estas distintas influencias entretejidas para producir algo original y además como un saludo a España. Mi propósito es demostrar que las emociones son universales y no debemos tener fronteras. La comunicación se hace con el alma y con el corazón”, explica a El Cultural. Rafter, formado en el Abbey Theatre de Dublín, conecta la figura hispánica del bululú, actor ambulante y solitario que erraba por los pueblos ofreciendo sus espectáculos, con el bardo, el poeta en la tradición celta encargado de mantener viva la llama oral de la literatura.
Con esos perfiles se presenta en la localidad manchega. Sobre las tablas, con apenas aparato escénico, compuesto tan solo por unas hojas y unos troncos, hilvana una narración que tiene como protagonista a un muchacho irlandés que vive en algún lugar de la isla esmeralda “de cuyo nombre no quiere olvidarse”. En su adolescencia, ese chaval comienza a obsesionarse con la lectura y las películas de aventuras fantásticas donde el bien y el mal libran un pulso moral.
Aunque el libro que verdaderamente lo absorbe y fascina es uno escrito por un tal Miguel de Cervantes que cuenta las andanzas de un hidalgo caballero que se echó al camino para desfacer entuertos. Un tipo empecinado en resarcir los valores arrumbados por los nuevos tiempos: más mezquinos y menos románticos; más pragmáticos y menos idealistas. El joven irish, impulsado por tan ‘ejemplar’ conducta, decide emularle blandiendo sus armas en pos del amor y la bondad. Rafter va dando voz (y carne) a varios al imberbe letraherido y a una pluralidad de personajes, incluido el propio Quijote, aunque filtrado por la recitación del bardo.
¿Tiene todo este entramado hispanoirlandés un poso autobiográfico? Pues sí, claro, se nutre de la propia experiencia rafteriana. “De mi entorno. De mi juventud. De algunas personas que he conocido. Dos en particular y no las más simpáticas, incluso las que más me han hecho sufrir”, desvela Rafter, que acaso salda algunas cuentas íntimas en esta obra. “Mi vida en Irlanda es cada día más lúcida. Creo que mis recuerdos ya están fosilizados en mi mente y me influyen en todo lo que hago en el teatro”. El actor, director y autor de otros tres monólogos (The Remarkable Oscar Wilde, O’Shakespeare y Ser actor) también expresa su rabia por el deterioro del paisaje de su infancia: “La construcción de casas está hundiendo los campos verdes”.
Si se le pregunta por paralelismos entre un personaje como el Quijote y otros seres literarios de raíz irlandesa, Rafter tiene claro quién sería su correlato: Leopold Bloom, el protagonista del Ulises de Joyce. Y, con guasa, añade que él mismo también es un poco Quijote: “Por embarcarme en esta empresa de presentar un monólogo sobre la obra maestra de Cervantes en su propia tierra. Soy un Quijote pero de Dublín”.
Las distancias entre ambos pueblos se estrechan en su identidad ya mestiza. Hay a su juicio muchos puntos de convergencia entre irlandeses y españoles. Se pone a enumerar: “Bailamos flamenco pero con los brazos abajo. El Celta de Vigo y el Betis llevan los mismos colores que nuestro equipo nacional de fútbol. Tenemos buen vino pero se llama Guinness. Creemos que Colón llegó a América pero siglos después de San Barandon el irlandés. España ha sido nuestro mejor aliado pero siempre llegaba tarde a las batallas. Los irlandeses somos los ibéricos del Norte. ¿Quieres que continúe?”. Quizá sea conveniente que lo haga en su próximo monólogo. El contraste da, desde luego, mucho juego.