La filosofía no ha tenido una relación fácil con la música. Muchos pensadores han desconfiado de ella. Desde Platón, que la consideraba una fuerza corruptora, hasta Kant, que no la veía apta para transmitir conceptos. Alicja Gescinska (Varsovia, 1981) se rebela contra ese desprecio. En su ensayo La música como hogar (Siruela) reivindica su belleza intrínseca, sus beneficiosos efectos para la concentración, su eficacia contra la demencia, su combate contra la soledad, su potencial terapéutico frente a heridas existenciales como la nostalgia, su capacidad para erigirse en hogar e incluso patria de los trasterrados… Aunque el argumento central de este sintético y clarividente volumen es su fuerza para refinarnos en términos morales, para hacer de nosotros, en definitiva, mejores personas. Su argumentario salva incluso escollos como el que supone Wagner: “Magnífico compositor, terrible persona”. Veamos cómo lo hace.

Pregunta. ¿Cómo nos puede ayudar la música en medio de esta crisis?

Respuesta. Los humanos encontramos consuelo en la belleza. Y en la música hay mucha. Lo vemos muy claro en tiempos de crisis: la música tiene una fuerza increíble para unir a la gente. Hay vídeos conmovedores de italianos cantando juntos en sus balcones, igual que en España. La música no puede curar un cuerpo atacado por el virus. Pero sí puede curarnos del virus de la soledad que ataca nuestras almas. Lo decía el compositor polaco Lutoslawski: “La creación artística puede ser una exploración del alma humana, y los resultados de la misma suavizan uno de los más intensos dolores del hombre: la soledad”.

P. En su opinión no sólo puede ser un hogar sino también una patria. ¿Es Chopin la suya?

R. Sí, muchas veces lo siento así al escuchar su música. Emigré de Polonia con mi familia cuando era niña. He vivido en Bélgica, unos años en Estados Unidos, y luego volví a Bélgica. Soy una persona desplazada. El hogar es un lugar que siempre está más allá de mi alcance. Nunca dejo de añorar algo. Es una nostalgia que no me puedo sacudir. Pero escuchar a Chopin siempre me ha ayudado a sentirme más en casa en cualquier sitio que me encontrase.

P. De alguna manera, es usted una filósofa rebelde porque sus colegas históricamente han mostrado bastantes recelos hacia la música, desde Platón hasta Kant pasando por Adorno y su inquina hacia el jazz. La ‘excomulgaron’ porque exaltaba las emociones y nublaba la razón. Aun así le han dedicado mucho tiempo a estudiarla. ¿A qué achaca esta aparente contradicción?

R. A que muchos filósofos argumentan que la esencia humana y su moralidad reside en la razón. Para ser bueno y hacer el bien debes guiarte por la razón, no por las emociones. Kant creía que era un arte muy inferior a la poesía. Platón era muy crítico con sus efectos, algo compartido con más filósofos y escritores. Piense en La sonata a Kreutzer de Tolstoi, donde se muestra que la música despierta pasiones que no debería despertar. Yo estoy en cambio con Schopenhauer y Nietzsche: sin música, la vida sería un error. No desconfío de las emociones: son tan importantes como la razón en nuestra conducta moral.

“La música une a la gente. Lo vemos en los conmovedores vídeos de italianos cantando juntos en los balcones”

P. A pesar de su desconfianza generalizada, tiene claro que los filósofos han entendido mejor la música que los neurocientíficos.

R. Sí, porque en la neurociencia aplicada al arte, y la música, hay una tendencia a reducir la experiencia a un mero fenómeno físico. El filósofo británico Raymon Tallis llama a esto neuromanía o incluso neurodisparate. Muchos de los más esenciales aspectos de nuestra vida no pueden ser reducidos a reacciones fisiológicas. ¿Qué es una persona, por ejemplo? Tú no puedes saberlo a través de un escáner. Lo mismo sucede con las experiencias estéticas. La música trasciende lo físico. Por eso necesitas la filosofía para intentar comprenderla en profundidad, porque supone un proceso que va más allá de los límites de nuestro propio ser.

P. ¿Qué filósofos han llegado más lejos en ese intento de aprehenderla?

R. Roger Scruton es posiblemente el filósofo más importante en este terreno en las últimas décadas. Su libro Entender la música es absolutamente indispensable. En él, enfatiza el rol del escuchante, basándose en la creencia de que la música es un diálogo y en la distinción entre significar y entender. Por un lado, está la cuestión de qué significa una composición y, por otro, la de cómo la entendemos. Esta última es lo que nos lleva a la esencia de la música, que es, como decía Vladimir Jankélevitch, un duo des coeurs.

El caso Wagner

Gescinska se llevó un pequeño chasco cuando entrevistó a Penderecki y le expuso su teoría del mejoramiento moral de la especie. El compositor polaco, fallecido hace un par de semanas, le vino a decir que él también había creído en esa ingenuidad pero que ya hacía tiempo que había dejado de hacerlo. La figura de Wagner bastaría por sí misma para suscribir el descreimiento de Penderecki. Pero Gescinska se revuelve: “Sí, cierto, magníficos artistas pueden ser personas horribles. Está más que probado. Pero eso no implica que no haya un poder humanizador en la música. La naturaleza humana es demasiado compleja como para ofrecer respuestas unívocas y establecer relaciones de causa efecto. Hay pocas certezas y muchas excepciones. Pero hay algo en el arte, en la música, que nos eleva por encima de nuestra cotidianidad y puede ayudar a hacernos mejores personas, a entender mejor al otro. La música es un ejercicio de empatía, sin resultados garantizados. Por eso me gusta la irónica sentencia de Jankélevitch: ‘La música te conecta con los corazones de los demás, siempre y cuando tengas corazón”.

P. Es cierto que Wagner fue una figura compleja. Como recuerda en el libro, también alumbró Parsifal, un canto a la redención humana.

R. Sí, Parsifal contiene un poderosísimo mensaje sobre el sufrimiento universal y la redención para toda la humanidad. En nuestros tiempos de crisis este bello mensaje es todavía más urgente. Por eso suelo decir que Wagner me ayuda a restaurar mi fe en el hombre al tiempo que le da un duro golpe.

“Hay gente que utiliza la música para expandir el odio pero eso no niega su valor intrínseco para al otro”

P. Hay también música escrita para incitar a la violencia, el racismo, el ultranacionalismo… De ese detalle se podría concluir que la música es una ‘herramienta’ neutra cuyos efectos dependen de las intenciones con las que se componga, ¿no?

R. Bueno, yo no creo que sea neutra en absoluto. Mi ensayo busca mostrar lo positiva que puede ser la música. Pero por supuesto hay distorsiones y perversiones de todo lo que es bueno y bello. Mire el amor, por ejemplo. Muchos crímenes se cometen en su nombre. El amor hacia la patria de uno muchas veces es una coartada para excluir a los otros, para el racismo. Pero no vas a decir: el amor es una cosa neutral; o incluso: es algo malo. Pues lo mismo con la música. Claro que hay gente que usa la música para expandir el odio y la violencia, pero decir que es mala o neutra es negar su poder intrínseco para ayudarnos a entender al otro: para estimularla empatía.

P. La clásica atraviesa una época difícil porque, básicamente, exige mucho tiempo y atención a una sociedad con pocas reservas tanto del uno como de la otra. ¿Es pesimista sobre su futuro?

R. Soy filósofa, no profeta ni vidente. El futuro es impredecible. Mire donde estamos hoy. Pero creo que siempre habrá gente que la aprecie y que la necesite porque es una respuesta a dos necesidades inherentes al ser humano: la de crear y la de encontrar consuelo y entendimiento en la creación. Estas nunca desaparecerán y, por tanto, la música clásica tampoco. Vivimos en una época de distracciones y diversiones, más propicia al entretenimiento que al esfuerzo mental. La clásica no atrae a amplias capas de la sociedad, pero eso no tiene por qué ser un problema. Yo suelo decir que esta música es para todos, aunque no todos estemos hechos para esta música.

@albertoojeda77