Ira es, para Julián Ortega (Barcelona, 1981), la culminación de un largo período de búsqueda destinado a encontrar perfiles dramáticos que fueran capaces de representar a una familia desestructurada y que, pese a las dificultades, no renunciaran a sus vínculos. El autor ha inoculado en la obra que se representará a partir del 31 de marzo en el Teatro Español un elemento que, apunta, recorre lo más profundo de nuestra sociedad, el miedo, “ese miedo que se inventan otros para protegernos de los demás”.
Gloria Muñoz y el propio Ortega protagonizan un montaje producido por Miguel Cuerdo (LaZona) y dirigido por el británico Dan Jemmett (recordado por, entre otras, la sartriana Nekrassov) que está escrito a la medida de los dos personajes (tanto reales como ficticios). “Cuando se lo ofrecí a Miguel yo estaba haciendo con Gloria Mestiza, de Julieta Soria. Nos vino a ver y le gustó la pareja que hacíamos. El hecho de habérnoslo pasado tan bien en aquella gira fue el acicate definitivo para comenzar a escribir Ira”, reconoce Ortega a El Cultural.
“Es una pieza de artesanía políticamente incorrecta pero tan medida como el mecanismo de un reloj". Julián Ortega
La obra arranca con una madre (Dolores) que, en plena noche, llama a su hijo (Salvador) para que vaya a estar con ella porque tiene un problema “muy urgente”. La visita se complicará mucho más de lo que el hijo hubiese podido imaginar. “No deja de ser un disparate, pero, ojo, un disparate muy serio”, precisa el autor mientras advierte que contar muchos detalles podría dinamitar importantes giros dramáticos que irán sorprendiendo al espectador: “El público va descubriendo al mismo tiempo que los protagonistas qué está ocurriendo”. Y ocurre, sin poner en marcha el mecanismo del spoiler, que muere un “ladrón” que tenía el encargo de avisarla de un inminente desahucio, que estamos ante problemas comunes larvados en la vida cotidiana y que asistimos a una huida hacia adelante… “Nos reímos de los puntos de vista que estos personajes tienen ante un mismo suceso. Es una comedia disparatada pero hay diálogos que conectan con una realidad muy concreta”. Según el autor, el humor en este montaje sirve para marcar distancias de algo que, en el fondo, resulta muy dramático: “Es una manera de colocar el imaginario del espectador en un nivel más lúdico, más ingenuo, para poder entonces tratar temas delicados. La aspereza de algunos momentos sirve, en lo posible, para no banalizar”.
La puesta en escena de Dan Jemmett ha intentado reforzar un lenguaje que estaba sugerido en el texto pero no explicitado. Sin traicionar el espíritu de Ira y sin desvelar nada que no estuviera ya apuntado, el director ha trabajado el texto como si se tratara de un mapa, encontrando zonas que estaban escondidas en los recovecos de la obra. “Es una pieza de artesanía llena de resortes sencillos pero eficaces, políticamente incorrecta pero tan medida como el mecanismo de un reloj. Dan nos pidió interpretaciones arriesgadas, huir del chiste fácil y un compromiso con las situaciones para evitar la obviedad y reforzar la acción que subyace en el fondo de la obra”.
Finalmente, caen las máscaras de Gloria y Salvador en una encrucijada que va de la tragedia a una desmesurada comedia: “Es su destino e intentarán evitarlo, contenerlo, cambiarlo… pero se hundirán hasta lo grotesco”.