Sabe Rubén Amón (Madrid, 1969) que salir a la palestra pública a defender la tauromaquia supone, en la actualidad, granjearse rejonazos a discreción. Pero no por ello va a dejar de presentarse en la trinchera intelectual de la afición taurina, asentada en su caso en los años 80, cuando en Las Ventas las crestas de los punkies convivían en los tendidos con los señoritos de la zona sombría y con los habitantes de la España rural (hoy vacía) que peregrinaban al coso madrileño en pos de emociones fuertes. En El fin de la Fiesta (Debate) despliega un amplio y nutrido (contra)argumentario para darle la vuelta a las tesis, tópicos y derivas que amenazan el rito de la lidia. Que, a su juicio, no es rancio sino transgresor, no es de derechas sino subversivo, no es insensible con los animales sino una tradición que garantiza la pervivencia de las dehesas y de una especie única, no está en sus últimos estertores sino sentando las bases de una resurrección dorada. Desgranemos…
Pregunta. Cabe deducir que su afición se despertaría por influjo de su padre, Santiago Amón, que tanto defendió la tauromaquia, ¿no?
Respuesta. Sí, exactamente, él fue muy aficionado y además su afición también tenía una vertiente práctica: toreaba alguna vaquilla de vez en cuando. Él, que tradujo la Eneida, además entendía el rito en su profundidad clásica grecolatina, lo que le daba una percepción integral. Yo esa faceta práctica no la cultivo: las dos veces que me he puesto ante una vaquilla no han acabado bien.
P. Su padre era un hombre escorado ideológicamente a la izquierda. ¿Le apena que, más allá de algunos nombres concretos, esta mire con desdén a los toros?
R. Le echaron del Partido Comunista. Tenía una visión, en general, bastante progresista. Volviendo a lo de mi afición, es curioso que se nutrió en los años 80 cuando la tauromaquia se erige en símbolo de lo subversivo y lo transgresor. Cuando Antoñete, panzudo, mayor, con su mechón blanco, se convierte en un ídolo de los progres. Jaime Urrutia me contaba que se pasaba la vida entre Las Ventas y Rockola. Entonces se veían las crestas de los punkies en los tendidos. El toreo es una conquista de una gloria que correspondía a los aristócratas, que toreaban en el caballo. Eso se subvierte porque al final sus ayudantes, que iban a pie, los palafreneros, asumen el protagonismo y acaban siendo héroes populares. Es una subversión jerárquica.
P. Por otro lado, sufre el abrazo del oso de la derecha, que la protege con un fervor que puede dañarla. ¿Ve paralelismos con lo que ocurre con la monarquía o la rojigualda?
R. Sí, son muy buenos ejemplos. No está claro si a Felipe VI le hace más daño Iglesias o Abascal. Y a la tauromaquia le pasa exactamente lo mismo. La defensa de la ultraderecha no proviene de la honestidad sino de conectar los toros con cuestiones identitarias y patrióticas, la de una España viril y ‘auténtica’. Es una visión atroz y contraproducente. Los toros son mucho más que la fiesta nacional. Y me gusta que Roca Rey, un peruano, sea la máxima figura de nuestro tiempo.
P. A una persona que le dijera que el toreo supone, en esencia, el sufrimiento de un animal para divertir a un sector concreto de la sociedad, ¿qué le respondería?
R. Es una lectura que sobreentiende que los aficionados tenemos una relación patológica con el acontecimiento al que vamos. Pero hay que preguntarse por qué esos aficionados no se amontonan para presenciar la muerte de millones de animales en los mataderos. Toros de lidia mueren, por cierto, unos 2.500 o 2.600 al año. La tauromaquia es cruenta pero no cruel. Es un rito civilizado y civilizador.
P. Es crítico con el mundo del toro también. Le imputa haber dado la espalda a la sociedad.
R. Sí, porque ha creído que el toreo era un derecho natural que iba a sobrevivir a pesar de las amenazas de una sociedad insípida e infantilizada y las presiones políticas. Ha faltado un esfuerzo pedagógico por su parte. No es que resulte sencillo explicar la tauromaquia porque es un misterio pero sí al menos esgrimir el argumento ecológico: las miles de hectáreas de dehesas que se conservan gracias al toro.
P. ¿Ese argumento desmonta el del bienestar animal que defienden los antitaurinos?
Para mí no es el central. Mi defensa no tiene como base principal aspectos prácticos: la riqueza que genera, los puestos de trabajo que crea, la conservación de las dehesas… La tauromaquia tiene un valor intrínseco aparte de estas cuestiones. Pero sí: la especificidad genética del toro de lidia no conoce equivalente en Europa por eso ni ecologistas ni animalistas pueden ser antitaurinos sin incurrir en una contradicción.
P. Angélica Liddell está ahora trabajando en el libro de Chaves Nogales sobre Belmonte. La mayor transgresora de la escena del lado del espectáculo maldito. ¿Es síntoma de que la querencia prohibicionista puede desencadenar una cadena de adhesiones hacia la Fiesta?
R. Sí, ahí están Sanzol o Carlota Ferrer, que el otro día me decía que la tauromaquia es el acontecimiento cultural absoluto por su condición efímera y por su modo de exponer el vínculo entre lo creativo y lo mortal. Creo que el péndulo de la corrección tiene que empezar pronto a cambiar de sentido. Presiento que la sociedad está llegando al final del camino del puritanismo y el prohibicionismo y pronto asistiremos a un viraje de vuelta. Y la tauromaquia se volverá a ver como algo que no tiene nada que ver con lo rancio, antiguo, anacrónico… Eso no quita para que el mundillo del toro, y digo ‘mundillo’ con la ‘m’ minúscula más pequeña que se pueda escribir, deba explicar sus miserias, como el machismo y que todavía hoy temas como la homosexualidad sean tabú dentro de él.
P. Su libro, aunque narra una situación difícil, agravada por el coronavirus, es optimista en cuanto la pervivencia de la tauromaquia. ¿Habrá toros dentro de 50 años en España?
R. Sí. Lo titulo de una forma un tanto provocadora como El fin de la Fiesta, pero lo que intento demostrar es que las circunstancias que amenazan a la tauromaquia son más el reflejo de una sociedad enferma que un problema de la propia tauromaquia. Me refiero a una sociedad que no sabe relacionarse con la muerte y confunde a los héroes verdaderos con los impostores, igualdad con la homogeneidad… Eso abre un camino de provocación y expectativas.
P. Bueno, quizá la pregunta debería ser si habrá España dentro de 50 años.
R. (Risas) No sé si habrá España para entonces pero la ventaja de la tauromaquia es que trasciende fronteras. Ahora los aficionados catalanes tienen que ir Francia para ver corridas, o sea para ver algo tan español. Es la misma ruta que hizo la cinta de Viridiana, escondida en sombreros de picadores de la cuadrilla de Pedrés, para para salir de la España de la dictadura y ganar en Cannes.