“El cierre del periódico, las razones que se dieron, la sentencia… Me interesa el ambiente de la redacción, el idealismo de cierto tipo de periodismo, su decadencia, la precariedad, la noble y sin embargo imposible labor de contar los hechos tal como fueron y recoger las palabras de otros de forma fidedigna. El abismo entre la realidad y aquello que como escritores o periodistas somos capaces de narrar”. De esta forma se ha enfrentado Harkaitz Cano (San Sebastián, 1975) a la escritura de Los papeles de Sísifo, una obra dirigida por Fernando Bernués (San Sebastián, 1961) que aborda, en clave de ficción, el llamado ‘caso Egunkaria’ (cierre del periódico en 2003 por orden judicial y la posterior absolución de sus directivos en 2010, encausados por pertenecer a ETA).
Todo nace a raíz de un encargo de Bernués, que, tras dirigir junto a Mario Gas los VII Premios de la Música ese año, decidió que en algún momento de su carrera hablaría sobre el cierre del diario, único en ese momento escrito en euskera, y de las circunstancias que rodearon aquel acontecimiento. Tras más de una década, decidió contar con Cano, que fue, además, colaborador de la publicación.
"Me interesa el ambiente de la redacción, el idealismo de cierto tipo de periodismo, la noble y sin embargo imposible labor de contar los hechos tal como fueron". Harkaitz Cano
“Ha sido un aprendizaje muy enriquecedor y estimulante –explica el autor a El Cultural sobre la obra que llega este viernes, 9, al Teatro María Guerrero–. Nos conocemos desde hace mucho y habíamos trabajado previamente en pequeñas adaptaciones y montajes a menor escala. Nos encerramos un par de días para pulir el texto, para asistir después a las primeras lecturas y ensayos. Ver cómo se encarna en los actores ha sido un regalo”.
Precisamente, el numeroso reparto (más de diez intérpretes) ha sido uno de los principales desafíos de Los papeles de Sísifo, pero el apoyo de cuatro teatros públicos (Centro Dramático Nacional, Teatro Arriaga de Bilbao, Victoria Eugenia de San Sebastián y Principal de Vitoria) lo ha hecho posible. “A veces, lo verdaderamente difícil es abordar historias complejas con repartos exiguos”, matiza Bernués, para quien el trabajo de Cano es una “cocina de proximidad a fuego lento” en la que han compartido mesa en muchas ocasiones: “Hace ya seis años que escribió la primera versión del texto y he perdido la cuenta de cuántas veces hemos retocado la versión definitiva. En estos años, hemos paseado mucho dándole vueltas a la función. El propósito no era fácil”.
La puesta en escena se caracteriza por su intencionada sobriedad en un espacio que aparece desdoblado. Por una parte estaría la redacción del diario y por otra el juzgado y la comisaría. “A un lado quienes preguntan, al otro quienes interrogan. La obra está llena de combates dialécticos”, desvela el autor al tiempo que se declara seguidor de las técnicas dramatúrgicas del polifacético guionista estadounidense Aaron Sorkin. “No me gusta la autoevaluación pero lo que perseguía al afrontar la puesta en escena es que fuera clarificadora, franca, audaz, precisa y sugerente”, tercia Bernués, que deja bien claro que no sigue un patrón documental y que se adentra, por voluntad propia, en “la ficción pura y dura”.
“El nombre del periódico que conocemos y que se investiga en la función es Elea y no Egunkaria –puntualiza Bernués, que prepara una adaptación de Mi hijo solo camina un poco más lento, del croata Ivor Martinic–. Este distanciamiento nos permite aventurar conceptualmente los límites y paralelismos entre una comisaría y una redacción, entre la entrevista y el interrogatorio. Dar relieve a los entresijos que aventuramos en el ejercicio de una profesión como el periodismo o la de un policía judicial, más que ofrecer una realidad que ya conocemos”.
Otro tanto le ocurre a Cano, que huye también de lo documental para tener más margen y libertad. “Me gusta hacerme a un lado, cambiar los nombres. Quiero que se reconozca la historia pero los personajes son de ficción, dejo que vuelen y desvaríen, cosa que no podría hacer si me ciñese a lo estrictamente documental. Es parte del juego que el espectador tenga la percepción de que algunos personajes le resultan reconocibles”, detalla el autor, que ha utilizado numerosas fuentes de inspiración, entre ellas Los imperfeccionistas, de Tom Rachman.