Muy pocas cosas rompen la rutina de Jordi Galcerán (Barcelona, 1964). Son escasos los acontecimientos que alteran su costumbre de levantarse a las 7,30, hora en la que, previa lectura de la prensa, sale para el estudio donde ha elaborado, con precisión de relojero, las obras que han cambiado el perfil de nuestra comedia reciente y dinamitado los prejuicios que arrastra el teatro comercial. Uno de estos sobresaltos es una llamada del Little City Theatre Off the Channel de Sofía. El director búlgaro Javor Gardev quiere que vea el ensayo general de FitzRoy, su nueva obra. Es un viejo conocido. Ha montado sus textos por toda Europa. Gracias a él Moscú pudo ver El método Grönholm y San Petersburgo Cancún. Es julio y a Galcerán se le nota que la ilusión rasga por momentos la pegajosa canícula de Barcelona…

“Hay que divertir sin ofender. Hoy todo el mundo es susceptible de sentirse ofendido. El que no pertenece a una minoría perseguida no es nadie”

Si tuviera que desdoblarse para asistir este mes de septiembre a los estrenos y reestrenos de sus creaciones tendría que acudir a la mecánica cuántica. Volvamos a Bulgaria. El Little City reabrirá sus puertas estos días con la mencionada FitzRoy, un texto que llegará a España en 2022 y que protagonizan cuatro mujeres que intentan escalar una montaña en la Patagonia Sur. Como siempre en Galcerán, lo inesperado y lo cotidiano se alían para dejar sin respiración al respetable, sea del lugar que sea. En Madrid, este viernes, 3, Burundanga llega al Teatro Maravillas con la versión de Gabriel Olivares y el 16 será el Alcázar el que suba a su escenario El método Grönholm bajo la dirección de Tamzin Townsend. La obra podrá leerse también en la edición que Bolchiro acaba de publicar con prólogo e introducción de Alonso de Santos y Liz Perales, respectivamente. Con o sin rutina, con o sin viajes al otro lado del telón de acero teatral, Galcerán se apropia sin quererlo de la nueva temporada.

Pregunta. ¿En qué montaje se ha implicado más?

Respuesta. Sinceramente, en ninguno. Ni siquiera en el primero. Fui a los ensayos de Dakota y enseguida me di cuenta de que molestaba. Veía al actor que no hacía la pausa necesaria para que el chiste funcionara y me levantaba y le daba mi opinión. Entonces el equipo me miraba como diciendo: “tranquilo, ya llegaremos”. Y tenían razón, ellos tienen que hacer un viaje que yo ya había hecho. No tiene ningún sentido que el autor esté ahí haciendo spoilers.

P. También “intervino” en El método Grönholm de Sergi Belbel

R. Sí, en los ensayos Belbel me llamó y me dijo que la compañía le estaba planteando cortar una escena, la de los sombreros, porque no le veían la gracia. Fui y les dije que recordaran la primera lectura de la comedia. Se mearon de risa porque era la primera vez que la oían. Pues para el público también sería su primera vez. Desde entonces siempre digo que recuerden las primeras lecturas porque en los ensayos, a fuerza de repetir los chistes, pierden su gracia.

P. …y acaba de llegar estos días del ensayo general de la novísima FitzRoy en el City Theatre.

R. Sí, el montaje era estupendo aunque la interpretación me sorprendió. Yo creía que había escrito una comedia ligera y, en manos de Gardev, es de una tensión y un dramatismo constantes. Pero también funcionaba.

P. ¿Qué le llevo a esta historia ubicada en una “situación límite”?

R. Me gusta la gente que hace cosas audaces simplemente por hacerlas, de alcanzarlas. Estuve pensando mucho tiempo en escribir una comedia sobre alguien que lo sacrificaba todo para obtener un récord Guinness de esos absurdos. Lo perdía todo. Su dinero, su familia… para construir la torre más alta con huesos de aceituna o lo que fuera. Tirando de ese concepto llegué a la escalada. Admiro profundamente a esas personas que se juegan la vida para subir a una montaña por el simple hecho de hacerlo más rápido que el anterior o por encontrar una nueva vía. Eso dice mucho de alguien. A partir de esa admiración escribí la historia de esas mujeres que están a media escalada de una pared muy complicada y a las que se les presentan algunos problemas…

FitzRoy (una clara alusión al marino que capitaneó el mítico Beagle de Darwin) tiene conexiones formales con El método Grönholm. Cuatro personajes en un solo espacio luchando entre ellos con un fin muy concreto y recibiendo estímulos del exterior. Luego, matiza Galcerán, “va de otra cosa completamente distinta y no juega a los giros y a las sorpresas constantes, aunque las hay”. La obra, que se estrena este mes de septiembre en Bulgaria, también es pariente de Palabras encadenadas o de Carnaval, montajes que llegan a incorporar géneros y estilos procedentes del cine, una de las líneas permanentes de investigación escénica del dramaturgo. “En este caso, mi reto era hacer interesante una historia de escaladores, de acción sin poder ver los momentos de acción”.

P. ¿Cómo lleva ser también un autor reconocido fuera de España? ¿Ha pensado en el impacto de esa proyección internacional?

R. Mi experiencia es que, excepto El método Grönholm, que ha ido bien en casi todas partes menos en el mercado anglosajón, cada montaje de mis comedias ha sido distinto. No hay una pauta. Yo no soy un gran autor literariamente hablando. Intento escribir historias que sean divertidas pero para darles profundidad necesito la ayuda de los actores y del director. Sin la vida que les dan ellos, la cosa no funciona. Creo que los textos teatrales tienen que ser así. Deben ser solo una parte del espectáculo, que será completada por el resto de los creadores. A veces encuentran la forma de que funcione el texto y a veces no. Lo jodido es que en ese trabajo de equipo, en esa suma, no hay ninguna fórmula que nos asegure que va a funcionar. Yo he tenido mucha suerte, y le pongo un ejemplo: Burundanga estuvo cuatro semanas en Barcelona y pasó sin pena ni gloria; en Madrid ha estado once años ininterrumpidamente. ¿Por qué? Ni idea. Ni el montaje de Barcelona era tan malo ni el de Madrid tan bueno. El teatro es un misterio.

P. ¿Cómo definiría lo políticamente incorrecto? ¿Le condiciona a la hora de escribir? ¿Es igual en Madrid que en Barcelona?

R. Creo que el objetivo siempre es divertir sin ofender. Eso es lo políticamente correcto. El problema es que actualmente todo el mundo es susceptible de sentirse ofendido. Hoy, el que no pertenece a una minoría perseguida no es nadie. Todos quieren ser víctimas de algo. Muchas veces están deseando sentirse ofendidos para autoafirmarse como parte de esa minoría y demostrar su sensibilidad. Buscan y rebuscan en cualquier rincón hasta que encuentran algo que les ofenda. Y entonces todos tienen enormes altavoces para hacerse oír. Como esto de sentirse ofendido es muy personal, nunca sabes hasta donde puedes llegar sin pisar algún uñero. La corrección política nos está volviendo un poco cobardes pero no lo veamos como algo negativo. Con la censura se hicieron grandes comedias, y si no que se lo digan a Berlanga.

P. ¿En qué género incluiría los acontecimientos del procés, en la comedia o en la tragedia?

R. Lo que llamamos procés es el intento de millones de ciudadanos de Cataluña de que se reconozca a su país como lo que ellos sienten que es, una nación. Aunque en muchos medios españoles se intenta permanentemente ridiculizarlos y menospreciarlos, su lucha es noble y es pacífica. Es una historia que todavía no tiene final, quizás nunca lo tenga y, por lo tanto, es muy difícil inscribirla en un género. En las historias, el final lo cambia todo.

Quizá por eso, Galcerán busca en sus comedias esa historia y ese final como parte de su alquimia dramática. No se plantea qué significa el relato o cuál es el tema. “Si la historia es interesante, seguro que tratará un tema interesante”, tercia. Y cita a Mamet, uno de sus referentes junto a Woody Allen, Mayorga, Benet i Jornet, Billy Wilder, Jardiel Poncela y Eduardo De Filippo, para reivindicar que la única obligación de un dramaturgo es que el espectador se pregunte permanentemente qué va a suceder. Y para ello a veces hay que recurrir a lo que Hitchcock llamaba el MacGuffin: “Siempre es necesario pero si aquello por lo que luchan los personajes es algo que además de a ellos nos importa a nosotros todo funcionará mejor”.

P. ¿Siente que el teatro está amenazado por otros formatos?

R. Siento que el teatro, formalmente, no debe intentar competir con otros medios de contar ficciones. Debe hacer algo que solo tenga sentido en un escenario. Hay muchas respuestas a eso pero la mía, dado que soy un autor de texto, es intentar ser lo más ‘teatral’ posible. Un solo espacio, un solo tiempo y una sola acción. Las tres unidades clásicas. Eso es lo que puede diferenciar mi historia de una película o una novela. La comedia siempre tendrá buena salud. Los espectadores quieren pasar un buen rato y eso no va a cambiar nunca.

@ecolote

'FitzRoy', la primera cordada femenina...

Julia quiere hablar pero, al mismo tiempo, empieza a llorar.

JULIA. Hostia puta… Era… Yo quería hacer el Fitz… Vosotras no… Esta es mi… No sabéis nada… Soy yo la que ha pagado todo esto… Los patrocinadores no nos han dado una puta mierda. Ni material ni nada. Ni el Alpikool de la China ni nada. Estamos aquí porque he hipotecado mi casa. Mi casa. No sé cómo lo voy a pagar y encima, ahora, no puedo ni subir… No sabéis lo que… Hostia puta.

LAURA. Eh, Julia, tranquila…

CATI. ¿Cómo que lo has pagado tú?

JULIA. Nada. Nada. No he dicho nada

ANA. Siempre nos has dicho que habías conseguido todo el dinero.

JULIA. Y lo he conseguido.

CATI. ¿Has hipotecado tu casa?

JULIA. Sí.

LAURA. Coño, Julia, las cosas no se hacen así. Nos lo tendrías que haber dicho. Entre las cuatro lo hubiéramos arreglado.

JULIA. Ya está. Da igual. Era yo la que quería subir el FitzRoy. Quería… Quería hacer una escalada que quedase. La primera cordada femenina por la vía yugoslava. Era una oportunidad… Da igual. A tomar por culo. Vale, me quedo. Subid vosotras. Yo os espero aquí.

ANA. Te ayudaremos a pagarlo. Como sea.