John Eliot Gardiner (Dorset, Inglaterra, 1943) es ya un viejo conocido de nuestro público, ya que se ha paseado frecuentemente por nuestras salas de concierto y en su momento por algunas de nuestras iglesias, las del Camino de Santiago en particular, cuando hace años llevó a cabo un ambicioso proyecto discográfico en el que se incluían una serie de cantatas de Bach.
Su trayectoria, cuando anda cerca de los 80, es tan amplia como significativa; desde sus primeros años en los que, con Harnoncourt y otros, buscaba las raíces y las maneras auténticas de interpretación de la música del Cantor al frente de sus conjuntos, el Coro Monteverdi y los Solistas Barrocos Ingleses, hasta los últimos, en los que, sin dejar aquellos grupos, se sitúa al frente de grandes orquestas sinfónicas para dar su muy personal versión del gran repertorio. Este verano visita nuestro país y actúa en tres de los más importantes festivales.
El primero, y es aquí donde queremos poner el acento, es el de Granada, en el que los días 9 y 10 de julio actuará al frente de la Orquesta Sinfónica de Londres, sirviendo dos programas del mejor repertorio. El primero está dedicado a Beethoven e incluye la poco frecuente obertura Leonora II, la Sinfonía nº 4 y el Concierto para piano nº 4, con la insigne Maria João Pires como solista. La tendremos de nuevo al día siguiente tocando el maravilloso último concierto de Mozart, el nº 27, en un programa que se abre con el soñador Entreacto nº 3 de la música incidental de Rosamunda de Schubert y se cierra con la muy programada Sinfonía nº 2 de Chaikovski. Un buen remate del festival.
Gardiner deja fluir la música con naturalidad y se amolda bien a los pentagramas claros y bien construidos
De muy distinto signo son las actuaciones del director inglés en Santander (1 de agosto) y San Sebastián (2 de agosto), pues ahí se enfrenta al repertorio barroco en el que hizo sus primeras armas. Al frente de sus conjuntos habituales, un coro bien afinado y empastado y una orquesta bien ensamblada y equilibrada entre familias, que muestra siempre una sonoridad áurea, de raros reflejos, ofrecerá un programa común para los dos certámenes: el oratorio Historia di Jephte de Giacomo Carissimi, el sereno y severo Stabat Mater de Domenico Scarlatti y las hondas Exequias musicales de Heinrich Schütz. Auténticos manjares nada prodigados; pensados para la degustación de los más exquisitos paladares.
Hacía seis años que Gardiner y sus huestes no recalaban en estas latitudes norteñas. Sin duda, vendrán ya fogueados tras haber actuado en el Festival de Salzburgo con idéntico programa, que saldrá a pedir de boca conociendo las maneras y hábitos del director, hombre escrupuloso y artista de gran personalidad, con mucho rigor en el estudio y conocimiento de las partituras y que mantiene un punto de vista interpretativo propio. Sus suaves maneras, medidas, convincentes, con un pendular y amplio movimiento de brazos y sugerentes arabescos de muñeca, captan fácilmente la atención. Su mando deja fluir la música con naturalidad y se amolda bien a los pentagramas claros, melodiosos, bien construidos, del clasicismo en sazón o del primer romanticismo.