El 12 de junio de 2006 desaparecía en Viena uno de los más grandes compositores de la era moderna, György Ligeti, que había nacido en Dicsöszentmárton, Rumanía, el 28 de mayo de 1923. Tuvo muchas influencias y sufrió numerosos vaivenes, pero fue siempre por libre, ajeno a las corrientes, a los ismos que surcaban y poblaban el panorama europeo de su tiempo. Como cualquier músico húngaro, bebió en su juventud de las más puras fuentes bartokianas y penetró desde muy pronto en las construcciones contrapuntísticas de Ockeghem y Bach, en busca de una exactitud, de una precisión y de una claridad de líneas que siempre fueron en él fundamentales y definitorias.

Huyó enseguida de un Budapest sometido a la bota soviética y vivió en diversos lugares, haciendo gala de una insólita trashumancia: Viena, Colonia –donde trabajó, llamado por Stockhausen, la música electrónica, sin que llegara a calar en él–, París, Estocolmo y otros lugares. Como todo músico sufrió una paulatina evolución hasta encontrar su verdadero camino, aunque sus primeras obras eran ya muy personales, bien que aún deudoras de una tradición, en la que, curiosamente todavía, se bañaban las últimas, que, he ahí la habilidad, discurrían en ocasiones sobre estructuras antiguas, incluso arcaicas, sorprendentemente metamorfoseadas.

Entremedias, utilizando de manera genial técnicas microtonales, forjó maravillosas y coloreadas superficies sonoras de un vigor, una potencia y una enjundia extraordinarias, logrando partituras de un misterio, de una vitalidad y de unas texturas fuera de serie. Atmósferas para gran orquesta, de 1961, fue un enorme aldabonazo, como lo sería su ópera El gran macabro de 1972-76.

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Particular mención, en cuanto a originalidad, merece el Réquiem, de 1963-65, cuyas extraordinarias dificultades de interpretación vienen derivadas por el ordenado maremágnum de una polifonía coral de hasta veinte voces a lo largo de los tres primeros movimientos, Introitus, Kyrie y Dies Irae, mientras que el Lacrimosa precisa en lo vocal únicamente de la soprano y de la mezzo solistas.

Referencias

Dotado de una fantasía monumental, Ligeti supo componer para todo tipo de combinaciones, camerísticas, orquestales, vocales, instrumentales. En su música siempre hay rasgos de la vida que nos rodea y nos empuja, detalles que nos tocan directamente las fibras emocionales. Se sentía, como decía su antiguo discípulo Sid McLauchlan, estimulado por el mundo circundante y en cada una de sus creaciones había siempre un factor que abría la puerta de lo desconocido y que las distinguía de las de cualquier otro compositor.

El que más influyó en su obra, y volvemos al principio, fue sin duda Béla Bartók. Podemos apreciar esta impronta en su obra para piano Musica ricercata, donde reconstruye el Mikrokosmos de Bartók a su manera. Es significativa a este respecto la influencia de la música africana, apreciable particularmente en sus últimas obras, donde la complejidad rítmica es cada vez mayor y donde pretendía romper con la relación entre tempo y métrica. Cada movimiento no se especializa en una dificultad del instrumento, sino que persigue una cierta pedagogía del timbre en busca de nuevas posibilidades sonoras.

El virtuosismo técnico lo aderezó con una expresión propia de los románticos e impresionistas

Y, por supuesto, en el ámbito pianístico reinan los maravillosos 18 Estudios, un ejemplo de construcción innovadora que acapara elementos múltiples tomados de diversos aspectos de la actividad humana. Se trata de un conjunto especialmente original, no solo desde un punto de vista técnico, sino desde el ángulo de la imaginación más desbordante, que combina problemas técnicos virtuosos con contenido expresivo en la línea de los románticos o impresionistas.

Ligeti consideraba que su música no era purista al estar contaminada por una cantidad increíble de referencias. "Pienso mucho de manera sinestésica. Escuchando siempre pienso en formas de colores y distintos sonidos, así que muchos elementos de las artes visuales, de la literatura, aspectos científicos, cosas de la vida cotidiana, aspectos políticos y muchas otras cosas juegan un papel muy importante para mí. No es música programática, pero está cargada de asociaciones".

En orden a penetrar en la procelosa obra de Ligeti recomendamos el álbum que editó DG a poco de su desaparición. Consta de cuatro prietos CDs, con todas las grabaciones realizadas para el sello entre 1968 y 1997. En total, 24 partituras que incluyen la mayoría de las grandes salidas de su pluma, excepto el Réquiem y la ópera. Aparecen las fundamentales para orquesta, los dos cuartetos y los conciertos (para chelo, flauta y oboe, piano y violín), además de las célebres Aventuras y Nuevas aventuras, travesuras líricoteatrales llenas de humor.

Localizamos también piezas para quinteto de vientos, algunas pianísticas y corales. Nombres como Boulez, Abbado, Atherton, al frente de orquestas y conjuntos de talla, los Cuartetos Hagen y Lasalle, el organista Zacher y un largo etcétera se dan cita en esta magnífica publicación, que completa la realizada, disco a disco, por Sony, asimismo con intérpretes de nivel. Son registros de alta calidad a cargo de intérpretes conocedores. Con ellos la música de nuestro autor permanecerá viva por los siglos de los siglos.

La 'ligetifilia' del cine

Por Alberto Ojeda

Son casi una cincuentena las películas en las que Ligeti crea la atmósfera sonora. Pionero en la utilización de su música fue Stanley Kubrick. No cabe duda de que el compositor debe buena parte de su 'popularidad' al superlativo cineasta. Este lo incorporó en 2001: Una odisea del espacio (1968) para enfatizar la sensación de irrealidad espacial (véase el encuentro del monolito mientras suena su Réquiem). Ligeti, sin embargo, se molestó porque no le pidió permiso ni le pagó derechos.

Stanley Kubrick y su equipo de rodaje grabando una escena de '2001; Odisea del espacio'. / Warner Bros. Entertainment Inc.

No obstante, el artista rumano volvería de nuevo a los títulos de crédito de películas posteriores de Kubrick, que ya sí abonaría con los royalties. Como El resplandor (1980), donde suena Lontano, potenciando la encarnación de la locura por Jack Nicholson. Y como Eyes Wide Shut (1999), donde pauta las ceremonias orgiásticas su Musica ricercata.

Otros autores de altura como Michael Mann también han recurrido a Ligeti. Lo hizo en Heat (1995), donde suena su Concierto para violonchelo y orquesta. Gareth Edward, por otra parte, lo llevó al terreno palomitero con Godzilla.