La decimoséptima edición del Bilbao BBK Live será recordada por muchos motivos. El principal, por ser la edición con mayor número de asistentes de la historia del festival: 120.000 personas, 5.000 más que el año pasado. Un aumento de público que va acorde con el boom festivalero que experimenta nuestro país, pero que ha perjudicado a uno de los festivales con mejor fama de organización.
Los problemas para moverse del festival a la zona de acampada y viceversa, y las colas tanto dentro como fuera del recinto han hecho que las redes sociales del BBK se llenasen de quejas de los asistentes, quienes calificaban de “sobresaturado” y “sobredimensionado” a un evento que hace unos años llamaban “indie". Por lo que su puesto en el podio de los mejores festivales nacionales se tambaleó, sobre todo en la primera jornada.
El plato fuerte del jueves en el Kobetamendi, además de The Chemical Brothers y su electrónica futurista noventera, fue sin duda la británica Florence and The Machine, que descalza por el escenario y con un aura mística y gótica se mimetizó con el entorno verde y húmedo del recinto. Los coros de miles de personas consagraron temas como You've Got The Love, Dog Days are Over o Shake it up en hits de una diva tan particular como única.
Horas antes, fue el turno de otras divas, como Amaia, con su dulzura pop, y Villano Antillano, con un original rap deslenguado. La música de fin de fiesta del primer día fue a cargo de la venezolana Arca, que con sus hechizos a base de ritmos latinos y techno, hizo que al acabar el show, su aquelarre tuviese unos cuantos más adeptos.
La presencia de estas dos últimas artistas presagiaba la apuesta de los últimos años del BBK por tendencias más urbanas, (J Balvin fue el cabeza de cartel el año pasado), pero la actuación de Duki en el segundo día de festival fue la confirmación definitiva. El rapero argentino que llenó dos Wizink en febrero, se convirtió en cita imprescindible para aquellos que acudieron al festival precisamente por ese acercamiento hacia el género musical más cotizado del momento.
El resto, esperaba paciente la llegada de viejas glorias como Pavement o Phoenix, que dieron un enérgico espectáculo con Lisztomania como arranque que reavivó las cenizas de todos aquellos que tenían ya un poco olvidada a la banda de Versalles.
El toque nacional estrella de la jornada fue a cargo de La Plazuela. La banda granadina no ha parado de cosechar halagos desde que sacó allá por abril de este año su Roneo Funk Club, una mezcla de flamenco con electrónica y funky, que puso a dar palmas al público a pesar del calor intenso que trajo una gran tormenta en la tarde bilbaína. De la madrugada se encargaron los británicos The Blaze y Jaime XX y su electrónica soft.
El último y tercer día de festival estuvo marcado desde el comienzo por la omnipresente presencia de los de Sheffield. Parecía que las camisetas de los Arctic Monkeys se reproducían entre el público a medida que avanzaba la tarde. Se pudieron ver en el escenario Firestone, encargado de dar cobijo a pequeñas promesas del indie-rock como Menta o La Paloma, en el Beefeater, con la joven artista Judeline, que ha engatusado hasta la mismísima Rosalía, y en el escenario Nagusia, con Rojuu como máximo exponente de la ola hyper-pop española.
Pero cuando subieron a tocar las británicas The Last Dinner Party, el público ya urgía la presencia de sus paisanos. Los fieles se mantuvieron haciendo cola más de una hora para esperar a los monos árticos, mientras que Love of Lesbian tocaba en el escenario contiguo, para todos los del club de fans de John Boy que, al terminar, corrieron a presenciar la llegada de Alex Turner.
El vocalista de los Arctic Monkeys pisó el escenario del BBK siendo muy consciente de que es una estrella del rock. Las entradas agotadas y los chillidos que coreaban su nombre se lo recordaron y el concierto que ofreció junto con su banda lo confirmó. Porque Turner se pavoneó por el escenario cantando las canciones que le catapultaron al estrellato cuando tan solo era un chiquillo de 19 años, como The View from the Afternoon, Cornerstone, 505, Pretty Visitors o Crying Lightning. Pero también las del álbum A.M, Arabella, R u Mine, Do I wanna Know, que cumple 10 años este 2023 y que le convirtieron en un Elvis indie, del que hoy queda solo el tupé.
Un tupé muy bien llevado, una puesta en escena sobresaliente y un sonido que sigue obsesionando a todos los fans incondicionales de la banda británica, pero que al acabar la euforia deja con una pregunta: ¿a dónde fueron los Arctic Monkeys? La mitad del público que se dejó la voz cantando sus canciones antiguas no fue capaz de seguir el ritmo a las del nuevo álbum, The Car. Los de Sheffield son conscientes, por ello regalaron al público el chute nostálgico que buscaban, y no tocaron más de un par de canciones, el resto, se lo dejaron a los que vayan a verles al Wizink el próximo lunes 10 y martes 11 de julio.
Sin embargo, hace reflexionar sobre si los Arctic Monkeys se han convertido ya en el grupo nostálgico de la década de los 2010, símbolo de una generación que creció con el indie, y a la que sigue atrayendo, pero ya no tanto por su frescura, sino por el recuerdo de lo que fueron. O si, por el contrario, todavía les queda algo mejor que ofrecer.