La artista St. Vincent durante un concierto en la Sala La Riviera. Foto: Ricardo Rubio / Europa Press

La artista St. Vincent durante un concierto en la Sala La Riviera. Foto: Ricardo Rubio / Europa Press

Escenarios

La poderosa y eléctrica seducción musical de St. Vincent en La Riviera

Publicada
Actualizada

En el corto espacio de año y medio Annie Clark, más conocida como St. Vincent, ha visitado la península dos veces trayendo en esta ocasión su nueva gira All Born Screaming Tour y rozando por fin casi todas las entradas vendidas.

Además, esta vez la artista estadounidense lo hará por partida doble, ofreciendo hoy lunes una actuación especial en la sala de las pinturas negras de Goya del Museo del Prado dentro de un evento exclusivo programado por Radio 3, donde interpretará algunas de sus nuevas y particulares adaptaciones al español que conforman su próximo disco, llamado Todos Nacen Gritando, que saldrá en noviembre.

La sorprendente decisión de traducir las canciones al castellano ha causado cierto estupor entre sus fans (las palabras y frases que funcionan tan bien en inglés lo tienen mucho más difícil para encajar en castellano), pero ello no impidió que el numeroso público que se congregó anoche en la sala La Riviera de Madrid la acogiese con los brazos y los oídos bien abiertos, dispuestos a dejarse llevar por su entusiasmo y seducción sobre el escenario.

Y es que St. Vincent no le tiene miedo a nada y su espíritu creativo e inquieto le ha llevado a ser una de las artistas femeninas más audaces y reconocibles de la escena musical underground de los últimos años, colaborando con todo tipo de artistas como Metallica, Dua Lipa o David Byrne. Y si en su anterior gira del disco Daddy’s Home la jovialidad y el colorido funk eran los protagonistas, el viaje de la oscuridad hacia la luz que propone su último álbum, All Born Screaming, quedaba perfectamente reflejado de entrada en las vestimentas sobrias y oscuras de los músicos al subir al escenario.

Eso sí, la noche comenzó con anécdota irremediable debido a que los micrófonos de las voces principales no funcionaban mientras la banda atacaba los acordes de su primera canción, Reckless. Tras los gritos del público esgrimiendo que no se oía nada, hubo que parar y vuelta a los camerinos para reconfigurar el comienzo del show. Gajes del oficio. No fue nada grave y el respetable reaccionó con paciencia y sentido del humor pese al retraso final de 30 minutos, hasta que la banda salió al escenario de nuevo para, esta vez sí, soltar toda su pirotecnia musical.

Con el riff pegadizo de Los Ageless todo se olvidó rápidamente y llegó el primer delirio total, con uno de sus singles más potentes y reconocidos, mientras asistíamos al vistoso despliegue guitarrero habitual de St. Vincent, seguido del rock imparablemente bailable de Big Time Nothing.

Tras ella, St. Vincent reveló, a través de un breve speech (en un voluntarioso y tierno castellano), que la inspiración "le llegó en su visita anterior a Madrid" para ponerse a confeccionar las versiones adaptadas al castellano del disco. Desde luego hay cosas que funcionan y otras que no, pero si Nat King Cole pudo hacerlo ¿por qué no St. Vincent?

St. Vincent y su banda. Foto: Ricardo Rubio / Europa Press

St. Vincent y su banda. Foto: Ricardo Rubio / Europa Press

Lo que sí está claro es que Annie es un animal sobre el escenario y que se maneja de miedo entre un mar de móviles del público, que continuamente registran sus guitarrazos, sus subidones o sus variadas performances seductoras, donde aprovecha cada rincón sobre el escenario.

Después vuelta al funk colorido y juguetón a lo Prince de su penúltimo disco, Daddy’s Home, con Pay Your Way In Pain, en la que la cantante vomitó toda su rabia y no se dejó prácticamente nada dentro. Y también hubo sitio para canciones más antiguas como Digital Witness, de su álbum homónimo de 2014.

A continuación, The Sweetest Fruit y All Born Screaming sonaron exquisitas con su musicalidad y sus juegos de voces perfectamente alineados, pero fue con Flea cuando llegó uno de los momentos de la noche, con esa descarga rockera de resonancias noventeras (no olvidemos que Dave Grohl fue el responsable de grabar la enérgica batería en el disco) que elevó muchísimo la energía del ambiente. "Tengo mucho calor", decía Annie, como si ella no fuese la responsable directa de ello.

La banda formada por Jason Falkner a la guitarra, Mark Giliana a la batería y Rachel Eckroth a los teclados y coros, suena realmente contundente y versátil en directo y se nota el buen rollo y complicidad que parece haber entre todos. Pero si alguien llama la atención con fuerza sobre el escenario -casi tanto como St. Vincent- esa es su bajista Charlotte Kemp Muhl que, con su aire de esfinge gótica enfundada en cuerpo de top model grunge, era incapaz de dejar a nadie indiferente mientras ejecutaba con precisión sus líneas de bajo y coros. Sus duelos sexis de guitarra-bajo junto a Annie elevaron notablemente la temperatura ambiente.

Broken Man así lo corroboró sonando como un cañón y consiguiendo aunar de una extraña manera el sonido rockero industrial de Nine Inch Nails con la energía seductora de una Dua Lipa, sin ir más lejos. Lo mismo pasó después con la canción que abre su último disco, Hell is Near, pero esta vez en su versión más hipnótica y envolvente. Puro síndrome de Stendhal musical.

A continuación, la dulce Candy Darling fue interpretada solo a piano y voz, como si fuese en un bar que estuviese a punto de cerrar, y de paso dejando al respetable boquiabierto con su variada gama de registros musicales. Y, tras presentar uno por uno a los miembros de la banda, llegó la melodía de su clásico más clásico: un New York en el que la cantante acabó lanzándose al público mientras se dejaba llevar por la marea humana que coreaba incansablemente el tema.

St. Vincent, en Madrid. Foto: Ricardo Rubio / Europa Press

St. Vincent, en Madrid. Foto: Ricardo Rubio / Europa Press

Sorprendentemente consiguió volver sana y salva del entregado y ávido público madrileño hasta el escenario para continuar con la ‘tecnotrónica’ Sugarboy, desplegando una orgía guitarrera final de alto voltaje y retirándose del escenario mientras reivindicaba y animaba a "los artistas que estuviesen en la sala viendo el concierto".

Y tras la exquisita y dulce Somebody Like Me St. Vincent se despidió del público madrileño visiblemente emocionada por el cariño recibido durante todo el concierto y bastante exultante tras una hora y cuarenta minutos de puro desenfreno y pasión decibélica que dejó saciados a los que allí estuvimos presentes. ¿Dónde habría que firmar para que nos visitase todos los años?