El personaje de Odile –la hija del maligno Rothbart, a quien su padre hace pasar por la princesa/cisne Odette y enamorar al príncipe Sigfrido– se hizo popular tras el éxito de la película Cisne negro en 2010. El lago de los cisnes ya se había convertido en uno de los ballets favoritos del público desde que en 1895 el coreógrafo Marius Petipa rescatara la partitura de Chaikovski, que había tenido un estreno más que discreto en Moscú décadas atrás con otro montaje. Petipa coreografió a Odile, pero no a Odette, el Cisne Blanco; la responsabilidad de poner pasos a la víctima enamorada recayó en Lev Ivanov, eterno asistente de Petipa en el Teatro Imperial de San Petersburgo.

Ni Odile era tan mala, ni interpretar ese papel era tan fácil; de hecho, el solo que Petipa coreografió para este personaje en el Acto III de El lago de los cisnes es uno de los más comprometidos de la tradición de danza académica. Tampoco, en su origen, Odile aleteaba en escena; Odile –como Odette– fue durante décadas más princesa que cisne.

La bailarina Alicia Alonso, célebre por su técnica apabullante y la seguridad de sus puntas, grabó este pas de deux en la década de 1960 y su interpretación del célebre solo nos sigue admirando. Sin aferrarse a Petipa, sino a ella misma, Alonso presumía de giros múltiples y exquisita musicalidad; era una Odile más seductora que malévola, aunque ella defendiera la dificultad del personajes, precisamente, en el lógico conflicto de cualquier artista para mostrar malicia. Viendo grabaciones del pasado nos sorprende que, en aquella época, las bailarinas también eran más mujeres  que cisnes; hermosas criaturas cuyas proporciones físicas se acercaban un poco a las del resto de los mortales. En este solo, Alonso gira y gira. Se aferra a la música de Chaikovski y la estira hasta el infinito para poder terminar su acrobacia interminable.

@ElnaMatamoros