No hay tregua. Giselle baila sin descanso toda la noche para que su amante (Albrecht) resista con vida hasta el amanecer y poder liberarlo de los espíritus (willis) que quieren encerrarlo en las sombras. El momento del famoso segundo acto de la obra de Perrot y Coralli no puede llegar en un momento más oportuno. Contra el abatimiento, hay que bailar sin desfallecer hasta que lleguen los primeros rayos de sol. Es la gran metáfora de Giselle y el atinado desafío que Joaquín de Luz y la Compañía Nacional de Danza se han marcado para superar esta época caracterizada, precisamente, por su prolongado estatismo.
Como no son tiempos normales, tampoco lo es esta Giselle, que llega al Teatro de la Zarzuela el día 9. De Luz ha contado con dos invitados excepcionales para escapar de ciertas inercias y darle un sello personal a este “ballet en dos actos” que ha marcado la historia del género por su insobornable determinación a la hora de propagar una idea: la inmortalidad del amor. El bailarín y director ha querido reforzar la parte teatral del montaje contando para la adaptación del original de Gautier y Vernoy con el dramaturgo Borja Ortiz de Gondra, huyendo así de las versiones que utilizan la historia como excusa para encadenar números de danza.
La otra incorporación que diferencia radicalmente esta Giselle de otras versiones es Gustavo Adolfo Bécquer, en cuyas rimas De Luz ha cimentado un viaje que se adentra en el alma del romanticismo español. Así es como consigue que la acción se traslade de los míticos bosques germánicos de Heine a los húmedos hayedos del Parque Natural del Moncayo. “Allí donde el murmullo de la vida, / temblando a morir va, / como la ola que a la playa viene, / silenciosa a expirar; / allí donde el sepulcro que se cierra / abre una eternidad, / todo cuanto los dos hemos callado / allí lo hemos de hablar”. Los versos de la Rima 37 consiguen reforzar una acción que parece inspirada por y para ellos, por y para Giselle, que, traicionada, cierra el primer acto con la expiación de su muerte. “Dime, ¿es que el viento en sus giros / se queja, o que tus suspiros / me hablan de amor al pasar?” (Rima 28).
“Es muy relevante contar esta historia ahora. Hay que volver a emocionar”. Joaquín De Luz
“Bécquer podría haber escrito esta historia –señala a El Cultural el director, que ha contado con Giada Rossi para encarnar el rol principal y con Alessandro Riga como su partenaire–. Me pareció muy interesante mirarlo desde su obra y desde su forma de pensar. Es mi ballet preferido. Es el ballet romántico por excelencia. Creo que en estos momentos es muy relevante contar con esta historia de la forma que la quiero contar. Hay que volver a emocionar. Vivimos un momento frío, de desconcierto. Todo se va muy deprisa para apreciar las cosas adecuadamente. Por eso he querido hacer algo que deje un poso, que no sea un mero entretenimiento”.
La escenografía de Ana Garay y la dirección musical de Óliver Díaz (con César Álvarez y la ORCAM en el foso) nos ponen a los pies de una historia que se vió por primera vez en la Ópera de París en 1841. El escritor Théophile Gautier, inspirándose en leyendas alemanas, incluía mitos románticos que marcarían definitivamente el desarrollo posterior de la danza. Hubo un antes y un después de los espíritus del bosque, de las inocentes campesinas, de las fiestas de la vendimia y de los apuestos príncipes. Todo puesto al servicio de una historia que se rinde finalmente al amor más incondicional y eterno. Poco después, el mismo Gautier publicará Le voyage en Espagne, poniendo así la primera piedra de los viajeros románticos que se lanzarían a profundizar y descubrir las costumbres y las gentes de la España de la época. Bécquer recogería ese imaginario en sus Rimas y leyendas. “Sin abandonar los elementos que han hecho de esta obra una de las cumbres del ballet clásico, en nuestra Giselle están incluidas también la escuela bolera y las tradiciones españolas. En el bosque nocturno donde habitan las willis, esos espíritus de muchachas muertas antes de casarse, se oirán, susurrando, los versos de Bécquer”, detalla De Luz, que subraya cómo al final la fuerza del amor y de la danza logran vencer a la muerte y la oscuridad. “Eso es lo que nos guía en este espectáculo”.
La Giselle más reciente que ha pisado nuestros escenarios ha sido la que interpretó, hace un año en el Teatro Real, Tamara Rojo de la mano del English National Ballet y de Akram Khan con James Streeter y Aitor Arrieta alternándose en el papel de Albrecht. También entonces, con la misma libertad de movimientos, con cierta polémica pero sin las actuales restricciones, triunfó el amor sobre la muerte. “¡Yo, que a tus ojos en mi agonía / los ojos vuelvo noche y día; / yo, que incansable corro y demente / tras una sombra, tras la hija ardiente / de una visión!” (Rima 15). Bécquer (de cuya muerte se cumplen 150 años el día 22), Ortiz de Gondra, el Moncayo, el romanticismo español… La Giselle que bailará el próximo miércoles en el escenario de la Zarzuela tiene un indudable sello personal del exbailarín principal del New York City Ballet y Premio Nacional de Danza 2016.
“Es mi primer ballet clásico. He querido reflejar el universo de Bécquer”. Borja Ortiz De Gondra
“Me pidió que acudiese regularmente a los ensayos y que trabajase con los bailarines para darles pautas de dramaturgia a sus personajes. Además de bailar, debían mantener una coherencia narrativa. Esta compenetración entre coreógrafo y dramaturgo no es habitual y dice mucho de la concepción que Joaquín tiene de la danza como espectáculo total”, reconoce el coautor del libreto, Ortiz de Gondra, que dio sus primeros pasos escénicos en los noventa como asistente de dirección de Pina Baush en Tanzabend II.
Desde entonces, el autor vasco, que el próximo año debutará en la novela con Nunca serás un verdadero Gondra, se ha sentido atraído por una manera de crear que pone en valor la teatralidad no basada en la palabra: “Para un dramaturgo, es fascinante verse privado de la herramienta habitual de su trabajo, la palabra, para tener que crear sentido en el escenario con otros elementos. Giselle es, sin embargo, mi primer ballet clásico y, aunque he procurado acercarme con mucho cuidado a un género muy codificado, me he sentido muy libre para aportar claves teatrales que rompen la linealidad de la danza. He trabajado estrechamente con el equipo para reflejar el universo de Bécquer”. Como suspira la Rima 73: “En las largas noches / del helado invierno, / cuando las maderas / crujir hace el viento / y azota los vidrios/ el fuerte aguacero, / de la pobre niña / a veces me acuerdo”.
De Luz, que tomó posesión como director de la CND poco antes del inicio de la pandemia, ha puesto toda la carne en el asador en esta Giselle, a la que ha querido “lavarle la cara” y dotarla de las características que, en su opinión, debe tener una compañía de danza: rigor, empatía, calidad, identidad, gestión del patrimonio y una apuesta firme por la musicalidad de los montajes, muchas veces relegada a un segundo plano. “Los retos eran muchos. Vengo de un sitio donde la gestión de la cultura es muy diferente. En toda crisis hay una oportunidad. He salido del confinamiento con ese espíritu”, señala mientras reclama una sede propia para la CND, más compañías autonómicas y anuncia nuevas creaciones para 2021 de la mano de Antonio Ruz y Nacho Duato. “Para todo ello cuento con un equipo de genios que me suben al Olimpo”.