Desde el sonado fracaso sufrido en su estreno, allá por 1877, hasta la actualidad, El lago de los cisnes ha sido motivo de revisiones y versiones, algunas afortunadas, otras no tanto. El ballet más conocido de la historia de la danza llega a la capital andaluza esta vez de la mano del conocido coreógrafo belga Ben Van Cauwenbergh y la interpretación del Aalto Ballett Essen.
Con un trabajo que se vislumbra concienzudo, Van Cauwenbergh hace una lectura del clásico con el claro objetivo de acercarlo al público de hoy. En su empeño, el coreógrafo simplifica la trama original, lo cual asegura dinamismo y credibilidad; mas por el camino reduce, sensiblemente, las frases coreográficas con un resultado poco atinado en términos generales.
En la segunda noche en el Teatro de la Maestranza de Sevilla con lleno rotundo, la compañía ha escogido un elenco con demasiadas sombras en la ejecución, sincronía, expresividad y virtuosismo. En el primer acto fueron pocos los momentos de lucidez interpretativa. Tanto el famoso pas de six como el esperado pas de trois fueron tibios intentos faltos de sincronía y desarrollo. En cambio, William Castro Hechavarria, en el rol de amigo del príncipe Sigfrido, mostró brillantez en sus solos y gran plasticidad escénica al combinar ejecuciones de complejidad técnica con acertada gestualidad teatral.
El esperado segundo acto, cuando el Lago y sus Cisnes se adueñan de todo el protagonismo, llegó con los excelentes acordes de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla quien tuvo un desempeño impecable durante toda la noche. En este acto nuevamente se echó en falta el necesario trabajo de sincronía del cuerpo de baile. Los cisnes no lograron la perfección de otras muchas veces lo cual restó brillo al cuerpo de baile. Por su parte, los protagonistas de la noche Yuki Kishimoto -como Odette/Odile- e Ige Cornelis -como Sigfrido- tampoco fueron capaces de encontrar el balance entre el lirismo y virtuosismo que exigen sus personajes.
En el caso de Yuki Kishimoto, bailarina con evidentes posibilidades aún por desarrollar, mostró un Cisne Blanco demasiado intrépido y poco sutil, algo que me hizo predecir una magnífica interpretación del Cisne Negro. Sin embargo, al llegar el tercer acto, su conversión en el maléfico ser que intenta engatusar al inocente príncipe no alcanzó las exigencias básicas de la coreografía con fallos sonados al no poder redondear los 32 fouettes y más de una punta perdida. Su partener, con algunos momentos de centelleo, también debe trabajar en profundidad la coreografía para un mayor lucimiento.
A pesar de estas sombras, la función no estuvo perdida. Las interpretaciones de Yehor Hordiyenko y Larissa Machado en la danza rusa, así como Moisés León Noriega en el papel Rothbart son merecedoras de grandes elogios. Otro gran acierto es la modificación del trágico final de la historia original en busca de un mejor sabor de boca para culminar una historia de amor, algo que otras compañías como el Ballet Nacional de Cuba han establecido para dulcificar el final de una noche de danza que siempre vale la pena disfrutar.