Hace pocas semanas, en este mismo espacio, tildaba de "edulcoradas e insufribles" las apuestas de la mayoría de agrupaciones de danza al referirme a los cientos de Cascanueces que ahogan en diciembre los teatros de medio mundo. Dicen que errar es de humano y, por el contrario, rectificar es de sabio. Hoy rectifico.
Para terminar el año los Teatros del Canal en Madrid han escogido una versión singular de este clásico navideño con la firma de su directora, la bailarina y coreógrafa Blanca Li. He de admitir que ha sido un gran acierto.
La clave del éxito está en un derroche de ingenio e inteligencia que va desde la compactación del clásico, creado por Marius Petipa y Lev Ivánov, hasta el acercamiento coreográfico a una realidad urbana. Todo ello sin perder un ápice de encanto.
Blanca Li nos propone una versión en clave hip hop de este cuento fantástico, trocando la fábula original a un grupo de jóvenes que preparan y luego disfrutan de una fiesta navideña propia de los tiempos que vivimos. Entre los regalos que recibe Clara, la pequeña del grupo de amigos, se encuentra un Cascanueces-robot que será el personaje encargado de organizar la conocida lucha contra los ratones y, posteriormente, guiará a la protagonista por el mundo onírico de dulces y danzas.
Ocho son los magníficos bailarines que despliegan arte de altura en la hora y media que dura el espectáculo. Daniel Barros del Rio "Dany Boogz", Nelson Ewande, Silvia González Recio, Ángel Muñoz Villa, Lidya Rioboo Ballester, Daniel Elihu Vázquez Espinosa, Anthony Yung y Asia Zonta crean un mundo de ensueños combinando la más callejera de las danzas con la sutileza de un cuento de hadas. Ellos se encargan de dar vida a los amigos, el Cascanueces, Clara, los ratones, el ejército de soldaditos y los habitantes del mundo ilusorio. Todos, sin olvidar sus raíces del baile urbano, logran incorporar otros estilos más académicos en franca armonía con el desenfado que caracteriza el break dance, el hip hop y el popping.
[El Ballet Nacional de España hace brillar a 'El loco' en el Teatro de La Zarzuela]
La agilidad de la puesta escena —sencilla pero eficaz—, la excelente iluminación a cargo de Pascal Laajili, el vestuario atinado de Laurent Mercier y la mezcla musical hecha por Max Miglin hacen posible que lo impensable funcione. Y lo impensable era convertir un cuento empalagoso, en muchas ocasiones aburrido, en una historia dinámica capaz de captar la atención de quien se jacta de haber asistido a mil funciones de la mejor danza y también de un niño que pisa por primera vez el teatro.
En este Cascanueces no hay momento para el bostezo. La sucesión de frases coreográficas que son auténticas genialidades por aquello de mezclar los extremos de un continuo, mantiene un ritmo frenético que logra centrar a los más caóticos de los espectadores; hablo de niños de cortísima edad. A su vez el uso de elementos escénicos, tan sutiles como sencillos, junto al virtuosismo excelso de los bailarines, seguro convencerá al más ilustrado de los críticos.
Hoy recuerdo a una buena amiga, digamos que se llama Alicia, en quien la sapiencia que caracteriza a una abogada del Estado y su amor desenfrenado por la poesía no entraba en contradicción con el ritmo que brotaba por sus poros al escuchar hip hop. "El arte está en todas partes", siempre me dice.
Blanca Li, en una templada apuesta por la diversidad, la integración y el mestizaje cultural, ha fundido la magia clásica surgida del siglo XIX con la fuerza y energía que caracteriza las más diversas formas de bailar del siglo XXI. ¿El resultado? Un público formado por pequeños y mayores aplaudiendo de pie la noche del estreno.
Gracias, Blanca, por reconciliarme con Cascanueces.