Revisitar los clásicos con una perspectiva moderna está siendo una moda a la que muchos se apuntan, pero pocos aciertan. Con muchas dudas y más expectativas asistí al estreno en los Teatros del Canal en colaboración con el Teatro Real de la última incursión de la Compañía Blanca Li y Les Arts Florissants en esto de traer al siglo XXI lo que se creó centurias antes, concretamente en 1688.
Dido y Eneas vio la luz en Londres, dicen que cuando finalizaba el verano de 1688. Entonces era una ópera en tres actos con música de Henry Purcell y libreto en inglés del dramaturgo y poeta Nahum Tate (1652-1715), quien se basó —entre otras fuentes— en el canto IV de la Eneida de Virgilio.
De argumento sencillo —cuenta la fatídica historia de amor entre la reina de Cartago, Dido, y el héroe troyano Eneas— es considerada una obra monumental de la ópera barroca. De hecho, existe un gran consenso en recordarla como la más destacada obra teatral de Purcell. No obstante, su estreno en España se hizo de rogar; no fue hasta 1965 que pisó la Península y la primera vez que se pudo ver por estos lares fue en el Gran Teatro del Liceo.
Volviendo a estos nuevos años veinte, la propuesta de Blanca Li es atrevida, tremendamente contemporánea, ligera, pero no traiciona las raíces tradicionales de esta centenaria ópera coreográfica.
En un escenario demasiado oscuro —aquí la primera sombra— se mezclan músicos, cantantes y bailarines: un cóctel que no siempre tiene buenos resultados y esta vez cuesta integrar armónicamente en los primeros minutos del espectáculo —la segunda y última nube—. Sin embargo, con el curso del tiempo la armonía cobra protagonismo y lo que otrora eran compartimentos estancos logran fusionarse para impregnar nuevas dimensiones a la ancestral ópera.
['Coppél-i.A' o cómo reinventar un clásico]
El conjunto de cantantes e instrumentistas especializados en la interpretación de música barroca con instrumentos de época que componen Les Arts Florissants se hibridan, de manera casi perfecta, con los bailarines de Li y los protagonistas de la historia: Dido, Eneas y Belinda; la noche del estreno en las carnes de los majestuosos Lea Desandre, Renato Dolcini y Ana Vieira Leite.
Lo que al principio parecía sobrar, la danza como instrumento visual para la trama, se torna imprescindible rápidamente. Mientras el coro y los personajes principales tejen con maestría vocal la tragedia en la que desembocará el amor frustrado de Dido y Eneas, los bailarines escenifican una coreografía compleja plena de acrobacias y movimientos explicativos de lo que ocurre.
Un gran acierto, otro más, la semidesnudez de los bailarines para reforzar la representación del fuero interno de los protagonistas: pasión, desgarro, alegría, tristeza y un etcétera infinito que es, cuando menos, difícil de transmitir tan solo con la voz. Mas Blanca Li no se contenta con la dificultad de los pasos coreografiados y añade una nueva complejidad: un escenario empapado que evoca el mar y aumenta la dificultad interpretativa que, de base, ya tiene la propuesta.
En un único acto que culmina con un espectacular Lamento de Dido –la conocida aria Remember Me—, este Dido y Eneas se vislumbra, sin dudas, como un huésped bienvenido; tal y como la muerte lo fue para Dido.