Un momento de 'El Lago de los Cisnes', estrenada en el Teatro Real por el San Francisco Ballet, la compañía que dirige Tamara Rojo. Foto: Erik Tomasson

Un momento de 'El Lago de los Cisnes', estrenada en el Teatro Real por el San Francisco Ballet, la compañía que dirige Tamara Rojo. Foto: Erik Tomasson

Danza

Esplendor y elegancia: Tamara Rojo lidera el éxito de 'El Lago de los Cisnes' en el Teatro Real

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El Lago de los Cisnes, una de las obras más icónicas del ballet clásico, debutó en 1877 en el Teatro Bolshói de Moscú con la sublime música de Piotr Ilich Chaikovski. Mas, por aquel entonces, su éxito fue limitado debido a la criticada coreografía de Julius Reisinger. No obstante, en 1895 –bajo la magistral re-imaginación de Marius Petipa y Lev Ivanov— la obra encontró su forma definitiva, consolidándose como una pieza fundamental del arte escénico.

La trama, inspirada en antiguas leyendas y cuentos de hadas europeos, nos transporta a un universo de fantasía en el que amor, magia y tragedia se entrelazan. La historia sigue al príncipe Siegfreid, quien durante una cacería se encuentra con Odette, una princesa que ha sido transformada en cisne por el villano hechicero Von Rothbart. Solo un amor verdadero puede romper el hechizo, pero la aparición de Odile, el doble malvado de Odette, complica el destino de los protagonistas, conduciendo la narrativa a un desenlace tan hermoso como trágico en la mayoría de las versiones.

Muchas han sido las grandes bailarinas que han encarnado con éxito el difícil doble rol de Odette/Odile en la historia de la danza. Dejando una huella imborrable en nuestras retinas: nombres como Alicia Alonso, Lorna Feijoó y Tamara Rojo resuenan en el decurso del tiempo.

Precisamente, Tamara Rojo, quien brilló como una de las intérpretes más destacadas de este papel, ha evolucionado de su extraordinaria carrera como bailarina a convertirse en una influyente directora. Tras una exitosa etapa al frente del English National Ballet, Rojo –nacida en Montreal y criada en Madrid— asume ahora la dirección del San Francisco Ballet, la compañía más antigua de los Estados Unidos, sucediendo a Helgi Tomasson tras casi cuatro décadas de liderazgo.

Bajo la batuta de Rojo, el San Francisco Ballet se ha estrenado en Teatro Real con la versión de El Lago de los Cisnes que creó para la compañía Tomasson. Una coreografía muy pegada a la original en la que quizá se echen en falta elementos innovadores y una visión más contemporánea del clásico.

Pero vayamos por partes.

Con una escenografía cuidada y visualmente armónica, el primer acto –la celebración del cumpleaños del príncipe Siegfreid— resulta tan teatral como plano. En todo momento se busca, sin éxito, un elemento que cohesione las escenas. He de decir que, a diferencia de otras versiones, aquí no existe el gracioso bufón de la corte quien, con acrobacia y mímicas, suele ser ese pegamento que hace fluir el acto. En su lugar se presenta un conjunto de niños que, desafortunadamente, no suple la mencionada carencia.

Tampoco brilló excesivamente, como suele suceder, el pas de trois interpretado en la noche del estreno por Katherine Beckman, Esteban Hernández y Carmela Mayo. En cambio, el cuerpo de baile –la verdadera alma de todo ballet— fulguró con precisión, teatralidad y sincronía.

Tras un largo intermedio, llegó el segundo acto, aquel que nunca defrauda y esta vez la regla se cumplió. En la "oscuridad" del Lago, el tándem compuesto por Sasha De Sola –como Odette— y Aaron Robison —en papel del príncipe Siegfreid— interpretó un adagio sublime, comedido y técnico a partes iguales. No siendo así en algunas variaciones de Odette en los que fallaron algunas frases coreográficas y se redujeron complejidades esperadas por el público experto.

Un aparte merece la interpretación excelsa del cuerpo de baile cuyo rigor y sincronía volvieron a brillar en cada segundo sobre el escenario.

La llegada del tercer acto –el siempre virtuoso Cisne Negro— no se hizo esperar. Tras las danzas folclóricas, hizo su entrada Odile en la piel de Sacha De Sola, quien desplegó un sinnúmero de recursos interpretativos para lograr una marcada diferenciación con su Odette. Todo rodaba perfecto hasta los conocidos 32 fouettés que De Solá no logró cerrar en música. Tampoco vimos aquel saute en arabesque penché sur le point que acuñará Alicia Alonso y sus seguidoras.

Mas, este pequeño sinsabor fue suplido con creces en el Epílogo donde Sacha De Sola ejecutó con desgarro el trágico final, siempre acompañada por un magnífico Siegfreid en la piel de Aaron Robison.

El telón cayó y el estruendo de los aplausos se apoderó del Teatro Real. Un extraordinario espectáculo, digno de la gran compañía que dirige Tamara Rojo.

Solo nos queda una pregunta: ¿cuándo nos traeremos de vuelta a Tamara?