Paloma Sánchez-Garnica. Foto:  Arduino Vannucchi (Premio Planeta)

Paloma Sánchez-Garnica. Foto: Arduino Vannucchi (Premio Planeta)

Letras

Paloma Sánchez-Garnica, Premio Planeta 2024: "Controlar la libertad de prensa es muy tentador"

Ángel Mora
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En la noche de Santa Teresa de este año, 15 de octubre, Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) se ha alzado con el Premio Planeta de Novela 2024 gracias a su obra Victoria. No es la primera vez que la autora compite por el millón de euros. Ya en 2021 -primer año en el que el certamen alcanzaba esta cifra- rozó la gloria con la yema de los dedos con Últimos días en Berlín.

Sin embargo, los tres autores agazapados bajo el pseudónimo de Carmen Mola fueron los que finalmente se llevaron el gran premio. La autora quedó entonces a las puertas de su objetivo, con los 200.000 € concedidos al finalista como paliativo de la agridulce sensación de saber que la victoria había estado tan cerca.

Pero Paloma Sánchez-Garnica no se rindió. Durante toda su vida se había dedicado a perseguir sus objetivos, casi a acecharlos. Decidió volver a probar suerte en la 73.ª edición del Premio. Llamó Victoria a su libro. Victoria bautizó también a su protagonista. "Victoria, victoria, victoria". Una y otra vez repetía en su obra aquella palabra dichosa que se le había escapado en 2021, como en un conjuro o como en una obsesión, invocándola.

Al día siguiente de recibir el galardón, Sánchez-Garnica aparece con una casaca roja que nimba su presencia con una cierta atmósfera entre imperial y montaraz, como la de un general satisfecho y orgulloso del rendimiento de sus tropas en la contienda del día anterior. También la de alguien que ha luchado demasiado por sus objetivos como para no vestirse con el traje de gala cuando por fin lo logra.

"Estoy acostumbrada a luchar, a perseguir lo que quiero. Me casé muy pronto y dejé la universidad. Pero después de quedarme embarazada retomé los estudios a distancia y me gradué", afirma la autora con la convicción de alguien que se ha repetido una y otra vez que su empeño le llevará a lo más alto.

En Últimos días en Berlín Sánchez-Garnica exploraba la ciudad alemana durante el Tercer Reich hasta su capitulación. Ahora parece tomar el relevo de lo que había cerrado entonces, sin querer dejar atrás esa urbe que le obsesiona y obliga a volver a ella una y otra vez. "Es una ciudad fascinante. En cada etapa se transforma en algo único y extraordinario que es símbolo de cada momento".

Pero Victoria abandona pronto la ciudad que tiene encandilada a la autora y emigra a los Estados Unidos. Allí traba una relación con el capitán Robert Norton, un militar defensor de los derechos humanos que, insiste la autora, "es, junto a las hermanas, uno de los personajes centrales de la novela".

"La historia de Estados Unidos se construye alrededor de él. Empieza a modo de flashback con las leyes de segregación racial en su hogar, Tuskegee (Alabama), en los años 30". La ciudad del estado sureño es tristemente conocida por haber acogido un estudio donde se investigaba las consecuencias de la sífilis en pacientes negros cuando no eran tratados. "Se cuenta cómo era la sociedad de ese profundo sur de los Estados Unidos. Cómo lo sufre él, no como negro, sino como blanco que defiende la igualdad y la justicia", subraya la autora.

"También es alrededor de él donde se desarrolla la historia a partir del 49 en Nueva York. En esa persecución delirante hacia todo lo que sonara como socialista o sindicalista". Son los tiempos del macartismo, aquella caza de brujas bolchevique que tuvo aterrorizados a los intelectuales estadounidenses durante los años posteriores a la segunda guerra mundial.

"La palabra era el enemigo, la expresión libre de las ideas corría el peligro de ser confundida con insurgencia, con antipatriotismo"

 Afirma Sánchez-Garnica que quería aventurarse a entrar en aquella época en la que se suponía que había triunfado la libertad pero, pese a todo, "la palabra era el enemigo, la expresión libre de las ideas corría el peligro de ser confundida con insurgencia, con antipatriotismo".

Más tarde, la novela nos llevará de nuevo a Berlín, en los tiempos en los que ya se comenzaba a evidenciar la división que culminaría con la construcción del muro. Allí "Victoria ejerce de locutora de radio, pero no es periodista, sino sencillamente una mujer que se ve en la obligación moral de explicar al resto de ciudadanos lo que está sucediendo".

Aunque la ganadora del Planeta insiste en que su novela no es una historia sobre periodistas, sí que reconoce que el periodismo cumple un papel importante como "símbolo de la libertad, del derecho a conocer la información, pero también de la obligación civil que supone conocer esta información. Al fin y al cabo es un contrapoder, un modo de combatir los excesos del poder. Su control es demasiado tentador como para no defenderlo. El periodismo es incómodo y por eso mismo es necesario".

Y como hilo conductor de toda esta trama, el amor aparece no como una manifestación romántica fruto de un momento apasionado, sino como "sostén ante el dolor al que les somete la época histórica en la que están sumergidos". Victoria y Norton se apoyan el uno en el otro durante unos años que "parecen insistir en arrasar con la libertad, la felicidad, la palabra. Con todo".

El nombre de Victoria parece ser el símbolo perfecto del triunfo que ha supuesto la obra para su autora en el Premio Planeta. Sin embargo, la propia historia parece estar desprovista de ella. Al contrario, da la sensación de que los protagonistas se debaten por, al menos, no caer derrotados en aquel entorno tan adverso. Y quizás esa sea la gran victoria: la de, como su propia autora, no rendirse ante la derrota, pero tampoco ante la infamia ni la sinrazón.