Image: Un monumental fresco épico

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Música

Un monumental fresco épico

18 abril, 2001 02:00

Prokofiev y su esposa Mira se pusieron manos a la obra cuando el 21 de junio de 1941 Alemania invadió la Unión Soviética. Se trataba de hacer un paralelismo con la lucha contra Napoleón y cantar en tono de epopeya la valiente defensa del territorio por parte del puebl ruso.

Prokofiev trabajó en este gigantesco fresco de extraordinaria dimensión épica que es Guerra y paz durante más de 20 años, si hacemos caso a su primera mujer, la catalana Lina Llubera-Codina, según la cual su marido había empezado a soñar con la obra en 1935. Fue, sin embargo, Mira Mendelssohn, la segunda esposa del músico, quien colaboró con él en el libreto a partir de la novela-río de Tolstoi.

Prokofiev y Mira se pusieron manos a la obra sin pestañear cuando el 21 de junio de 1941 la Alemania de Hitler invadió la Unión Soviética de Stalin rompiendo el pacto Molotov-Von Ribbentropp. Se trataba evidentemente de establecer un paralelismo con la acción llevada en su día a cabo por Napoleón y cantar de esta manera, en tono de epopeya, la valiente defensa del territorio y la expulsión del enemigo en 1812.

Escribía el propio compositor en su autobiografía: "Hemos podido estudiar en la Biblioteca de Tbilisi el folklore ruso, los dichos, proverbios y canciones creadas por el pueblo durante aquella gran guerra patriótica. Aparte de las arias y dúos, un lugar importante en la ópera está dedicado a los coros de los campesinos, el ejército, los cosacos y partisanos". Toda esta base popular contribuye a dotar a la obra de un fondo político, social y bélico muy conveniente. A despecho de que dura algo más de cuatro horas, si se da completa, y de que pululan en ella 72 personajes con voz, la historia de Tolstoi queda reducida a una serie de ilustraciones, de retales; bien coloreados, eso sí, porque el compositor era capaz de mantener la tradición de la ópera rusa épica. Prokofiev emplea un lenguaje vecino al de Musorgski y Dargomiski, que con su Convidado de piedra había marcado la senda del recitativo dramático, una suerte de arioso que corre en paralelo a la orquesta y otorga una especial fluidez a la narración.

Poderío orquestal

En relación con esto, otro compositor había dado ya su opinión cuando la obra estaba todavía sin orquestar: "según la habitual manera de proceder de Prokofiev, los cantantes conversan casi todo el tiempo sobre el fondo de una magnífica música orquestal". Algo que no debe extrañar, porque el autor de la Sinfonía Clásica era más un compositor orquestal que vocal, lo que no excluye que en la voz aparezcan melodías y aires, muchos de ellos de extracción popular, de notable belleza y consistencia. Aunque, en definitiva, sea la orquesta la que mande, la que recoge esos temas antiguos, más o menos folklóricos, que sirven luego de base para los cantos corales. En el continuo flujo instrumental es donde aparecen las células que marcan los pasos de la voz y donde pululan diversos motivos que no se utilizan con un espíritu realmente sistemático y menos con una necesidad de identidad temática. Cumplen la función de establecer, como dice Lischké, una juiciosa capacidad de relaciones entre el instante presente de una escena y su recurrencia en el tiempo dramatúrgico global.

Muchos fueron los avatares que sufrió la kilométrica partitura a lo largo de su confección y los que soportó luego, cuando teóricamente podía considerarse acabada. La versión para canto y piano fue editada en 1943 y constaba de 11 cuadros. Había sido tocada a cuatro manos en el Conservatorio de Moscú el año anterior.

Precisamente en Moscú fue realizada una primera ejecución parcial de 7 cuadros, el 16 de octubre de 1944. Una nueva interpretación parcial tuvo lugar en la capital rusa el 7 de junio del año siguiente. El gran director Samuel Samosud había aconsejado al compositor que añadiera otros dos cuadros, y fue él justamente quien dirigió las 8 primeras escenas -denominadas lírico-dramáticas- el 12 de junio de 1946. Hasta el 15 de diciembre de 1959, muerto ya el autor, no se dio, en el Bolshoi de Moscú, la que puede considerarse la totalidad de la obra con sus 13 escenas o cuadros definitivos, con los añadidos y cortes de la mano del propio Prokofiev.

En las representaciones del Real veremos esta versión completa, con los 7 cuadros de la paz (los amores de Natasha, desarrollados en los salones de la buena sociedad moscovita) y los 6 de la guerra (los campos de batalla, los lugares de mando y la expulsión final de Napoleón y sus huestes).